Durante siglos, Dios con regularidad prometía a los judíos que vendría a un Rey Libertador. Y, el pueblo de Dios iba en expectativa, soñando del día futuro en el cual aquellos promesas se cumpliesen. En esa esperanza de un Salvador Venidero, vino a Juan el Bautista a la escena. Predica, bautiza y hace que indaga el pueblo, “¿Eres tú el que iba a venir...?”
“No soy yo,” responde Juan, “soy un simple preparador del camino”.
En medio de esa escena llega Jesús de Nazaret. También predica el mensaje de arrepentimiento. El pueblo ansioso está en alerta; ¿quizás sea éste El Prometido? ¿Será que él es quién nos libere de la opresión romana?
La gente lo rodea para escuchar, una reunión multitudinaria, esperando con curiosidad cuál sería el mensaje de su Redentor.
Ésta fue la escena en el principio del quinto capítulo del Evangelio según Mateo.
Y, Jesús abrió su boca y comenzó su mensaje de liberación, diciendo: ―¡Basta ya de la opresión romana! ¡Afuera con los inmundos paganos!
¿Verdad? ¡Claro que no!
De hecho, lo que Jesús les enseñó a los que dieron oídos fue la Constitución Política de Estado del reino celestial. El tiempo se hubo cumplido, ya había llegado el inicio del reino esperado. Pero la enseñanza del Rey Venidero fue bastante extraño. El resultado fue un pueblo atónito por su doctrina.
Bueno, ¿cuál fue la doctrina que hiciera al pueblo quedar casi boquiabierto?
Comienza el capítulo 5 de San Mateo con Jesús y una multitud en expectación. Jesús mira a las gentes y dice en sí mismo, “¡Que tremenda oportunidad! Debo quedarme aquí con esta multitud para darles un caliente discurso político sobre mi pronto reinado.”
No... “Viendo la multitud, subió al monte.”
Este “acto de tontería” tuvo que causar a algunos a confundirse. ¿Un político que da la espalda a una multitud anhelante?
Pero este Rey era de otra clase. Los que desean oírlo tiene que seguirlo, a pesar de que la senda es de cuesta arriba. ¿Tienes tú oídos para oír? Si deseas ser un discípulo de Jesucristo, has de seguirlo. ¡Subamos, pues, al monte, hoy y mañana! Los flojos no entrarán en el reino de él.
Ahora bien, ya que Jesús ha separado los serios de los meros inquisitivos, sí, va a pronunciar ahora su apasionada discurso político. Va a denunciar a los corruptos romanos. ¿Sí?
No. Otra vez los ansiosos oidores se confunden. El Rey se siente. Su discurso se pronunciará con calma. La verdad no se ve necesitada de ser fortalecida por palabras emotivas. No es que lo emocional sea erróneo en sí mismo, lo emocional es innecesario. El discurso se dará con franqueza y claridad. ¿Porqué nublar la verdad con el emocionalismo?
El Rey ha venido para liberar al mundo del opositor despotismo satánico. Por ser cabalmente superior en fuerza, no se le requiere amontonar militantes a su banda. Él mismo solo es capaz de botar al enemigo. Al Rey Conquistador los animados discursos políticos para conmover a la gente no le son necesarios. Así, con gran calma y quietud el Rey empieza a dictar la Constitución Política de Estado del reino celestial. Comienza con el aclarar de cuál clase de personas él busca para ser ciudadanos de la nueva nación santa.
Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos
Ante de todo, bienvenidos son los...¡pobres! Que vengan, porque son bienaventurados dice el Rey.
¿Los pobres? ¿Qué clase de reino será éste? Los políticos siempre van en busca de un espaldarazo de los ricos. Estos adinerados conllevan influencia y plata para apoyar el proyecto del aspirante político. Pero los pobres...¿qué tienen ellos para aportar la carrera al trono?
De hecho, los verdaderos pobrecitos eran los oyentes que no pudieran ver la naturaleza del reino. El reino de Jesús es un reino celestial, no mundanal. Este reino no amontonaba militantes para sostener al rey, sino el Rey iba en búsqueda de personas que estaban necesitados de sostén. Un reino muy raro, ¿verdad? El rey vino para dar, no para recibir. ¡Amén!
Posteriormente en su vida Jesús se pronunciaría sobre los ricos, señalando que a ellos la entrada al reino les sería difícil, a menos que no se despojan de lo acumulado. Y puesto que el desperdicio de lo atesorado les es siempre molestoso y demasío, la mayoría de ellos se aleja de Jesús y de su reino. ¿Se enojase Jesús con los ricos que dan la espada al reino? No, él se entristece, diciendo: ―¡Cuán dificultosamente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas! (Lucas 18.24)
A los oyentes me imagino que les parecía extraño tal enseñanza. Pero por ser las primeras palabras de salir del Maestro en el discurso, servirían para curiosearles, pensando estos: ¿Acaso no escuchara yo bien?
Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación
Sin ofrecerles excusa para la “extraña” enseñanza, Jesús continúa explicándoles los requisitos para ser ciudadano del reino eterno. En esencia dice: ―¡Bienvenidos los llorones a mi reino!
Ahora sí, todos los discípulos prestaron oídos. ¡Este Rey sería de otra clase! Un rey que anda en búsqueda de...¿ llorones? ¿Un rey que les tiene preferidos a los que duelen? ¿a los minusválidos?
Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad
Sigue Jesús dándoles una comprometida: la tierra prometida será herenciado a los mansos.
Pobres, llorones...¿y ahora mansos? ¡Cuál reino será!
Todos sabemos las maniobras de los políticos, sea que sea su modelo político o económico. La tierra del país es el galardón de su fidelidad al partido. Sea unas hectáreas o sea mil hectáreas cuadrados, “al triunfador le pertenece el botín” según dice el refrán. Al más robusto y energético militante del partido se le regala la tierra más fértil y bonita.
Pero el reino de Jesús no es así. A los mansos, los que andan sin aires, ni intereses personales ni atropellar a nadie, se les heredará la tierra prometida a la descendencia de Abraham. En los reinos mundanales son los fuertes y los agresivos los que ganan espacios para sí. ¡Pero el reino celestial es distinto! Es más, la tierra prometida no es una tierra física que produce uvas, granados y higos, sino un lugar espiritual lleno de frutos tal como son el amor, el gozo, la paz, la paciencia, la benignidad, la bondad, la fe, la mansedumbre y la templanza (Gá. 5.22-23).
Recordándonos lo contado por los doce espías enviados ante la multitud que había pasado la mar roja, podemos decir con entusiasmo: “Nosotros llegamos a la tierra a la cual nos enviaste, la que ciertamente fluye leche y miel; y este es el fruto de ella!” (Nú. 13.16 en adelante)
Lo triste es que la mayoría de los espías no creyeron que pudiesen vencer a los gigantes residentes. Ellos sólo se dieron cuenta de su propia fuerza, olvidándose del Dios Eterno. Lo mismo nos occurirá si nos ponemos los ojos en nosotros mismos. Pero por la fe podemos entrar y gozarnos de los frutos del Espíritu, porque eso es con exactitud lo que Jesús prometió herenciar a los mansos. Jesús sí cumple.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados
A los pobres, llorones y mansos, Jesús les suma otra clase de personas para su reino: los hambrientos y sedientos. Pero no los que buscan víveres para el estómago, sino los que desean sobre todo practicar la justicia en el corazón.
En los reinos mundanales, el clamado de siempre es el de recibir justicia. “Qué me devuelvan la casa que me fue quitado...” “Qué encarcele al homicidio que mató a mi tío...” “Qué arreglan la carretera que pasa por aquí...” Todo egoísta, con el yo en el centro.
Los que van a lograr ciudadanía en el reino de Dios son los que anhelan de todo corazón a ser practicantes de la justicia social y moral. No importa que los demás sean injustos y corruptos, los hijos del reino tienen hambre y sed de repartir la justicia misericordiosa a los indigentes, no de recibir en sí mismo lo merecido. De hecho, ellos reconocen que si la justicia les alcanzara, la muerte eterno sería su condena.
Saciados serán los mansos, dijo Jesús, porque soy capaz de obsequiarles la fuerza para cumplirlo. ¿Pudiera cualquier político comprometerse a sus militantes donarles la fuerza interior para practicar la justicia diaria?
Los políticos del mundo, nunca; pero Jesús, ¡sí pudo!
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia
Continuando su discurso, Jesús constituyó que los misericordiosos son bienaventurados y bienvenidos a su reino. Otra vez la enseñanza del Maestro va en contra vía de la política normal. Los políticos de este mundo siempre vienen buscando militantes con voz fuerte y actitud combatiente. A la oposición, no le hay demuestras de debilidad ni misericordia: ¡Nunca, no, nunca! Al combate verbal― si no con palos y balas―denunciando y difamando, para ganar espacios en el país.
Pero el reino del cielo es distinto de los mundanos. Sí, hay denuncias de corrupción, pero comienzan los hijos del reino exponiendo lo corrupto que hay en sí mismos. A ellos les tiene más importancia lo negro que haya en sí que el negro que haya en su vecino. A sus vecinos, se les practican primero la misericordia y la paciencia. Y una vez que se denunciaran a sí mismos los ciudadanos del reino celestial, el Rey les baña en su propia sangre, la cual les da una purificación cabal. ¡Qué reino tan raro!
Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios
Aunque la limpieza y apariencia externa sí lleva relevancia alguna, Jesús luego pronuncia que la pureza interna sobresale. Los judíos de aquel entonces pusieron tanta hincapié en lo ritual, que muchos conceptuaron que lo exterior fue el comienzo y el punto final del relacionarse con el Creador. En la política mundana, también se esfuerzan para dar apariencias lucientes de inocencia y impoluto, para luego entrar a conferencias de puerta cerrada donde lo del corazón puede salir sin contagiar la imagen de pureza encarnada.
Los de limpio corazón no tienen como requisito la puerta cerrada para negociar. La transparencia no les amedrenta, sino les brinda oportunidad de auto-escrutinio. Un limpio corazón no quiere decir que la persona esté sin mancha en todo su actuar, sino que el propósito y la intención del corazón sí están rectos. Y a éstas personas se les promete Jesús que verán al Dios Invisible. ¿Ver lo invisible? ¡Sí, en el singular reino de Dios!
Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios
Pasando al próximo punto del Constitución de su reino, Jesús señala que los pacificadores hacen soldados excelentes en el reino de Dios, tanto que no son denominados “soldados”, sino “hijos” de Dios mismo. Bueno, los soldados de Dios nunca ofrecen pactos de paz al pecado ni al padre de éste, pero sí mana de su alma olores de paz en su andar cotidiano. A sus vecinos, a sus parientes y hasta a sus enemigos humanos se les extiende la mano de paz.
Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos
Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo.
Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros
¿Y si la mano pacificadora esté rehusado y se devuelve un golpazo en su lugar? Jesús promete entregar al reino celestial a los maltratados por la causa de la justicia. Los perseguidos y vituperados por Su causa sólo tienen que soportarlo todo en paciencia y perdón. En lugar de vengarse, los hijos del reino se regocijan. Sí, ese reino de Jesús se compone de personas excéntricas: ¡el centro de su vida ya no es el yo! Y por haberse redimido de la dictadura del yo, están libres para regocijarse en la tribulación que el enemigo los tira cotidianamente. Ésta es la libertad espiritual genuina que la Constitución Política de Estado les garantiza a los ciudadanos del reino celestial.
De este modo Jesús fijo los primeros puntos de la Constitución Política del Estado del reino de Dios. Sé que el sermón del monte no fue dado en el sentido estricto de una Constitución Política de Estado. Sin embargo, sí es la ley fundamental del reinado de Jesús en el mundo. Los primeros puntos del sermón tocan qué clase de personas puede ser ciudadanos en el reino. Posteriormente, Jesús señalará cuáles serían las leyes morales del reino y toca también otros asuntos como el modelo económico y el modelo político, qué sería la monarquía―Jesús solo está investido con el poder legislativo, ejecutivo y judicial.
¿Deseas tú cursar una petición de ciudadanía? Es un trámite sencillo: toma tu cruz y sigue Jesús al Calvario. Allí sólo has de colgarte en la cruz y morir con él a tu propia voluntad. Permite que él y él solo, sea Señor, Patrón y Capitán de tu vida.
Al cumplir lo requerido, él mismo entrará al corazón tuyo para botar afuera a Satanás, el pecado y el yo, purificando el templo que eres tú. Esparciendo por todos lados su sangre vivificadora, se sentará en el trono conquistado por amor, y se comenzará el reino de Dios...¡en ti!
¡Amen!
― Miguel Atnip
BENDICIONES