EL PADRE NUESTRO
Y les dijo: Cuando oréis, decid: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. Lucas 11:2
No hagan tampoco oración como los hipócritas, sino como el Señor lo ha mandado en su evangelio. Ustedes orarán así: “Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo; danos hoy nuestro pan cotidiano; perdónanos nuestra deuda como nosotros perdonamos a nuestros deudores, no nos induzcas en tentación, sino líbranos del mal, porque tuyo es el poder y la gloria por todos los siglos.”Oren así tres veces al día. Didaché (80-140 d.C.)
Ante todo no quiso el doctor de la paz y maestro de la unidad que orara cada uno por sí y privadamente, de modo que cada uno, cuando ora, ruegue sólo por sí. No decimos “Padre mío, que estás en los cielos,” ni “el pan mío dame hoy”… Es pública y común nuestra oración, y, cuando oramos, no oramos por uno solo, sino por todo el pueblo. Cipriano (250 d.C.)
Así, dice, deben orar: Padre nuestro, que estás en los cielos: “Padre,” dice en primer lugar el hombre nuevo, regenerado y restituido a su Dios por la gracia, porque ya ha empezado a ser hijo. Cipriano (250 d.C.)
Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo: Añadimos después esto: “Cúmplase tu voluntad en la tierra como en el cielo.” No en el sentido de que Dios haga lo que quiere, sino en cuanto nosotros podamos hacer lo que Dios quiere. Pues ¿quién puede estorbar a Dios de que haga lo que quiera? Pero porque a nosotros se nos opone el diablo para que no esté totalmente sumisa a Dios nuestra mente y vida, pedimos y rogamos que se cumpla en nosotros la voluntad de Dios… La voluntad de Dios es la que Cristo enseñó y cumplió: humildad en la conducta, firmeza en la fe, reserva en las palabras, rectitud en los hechos, misericordia en las obras, orden en las costumbres, no hacer ofensa a nadie y saber tolerar las que se hacen, guardar paz con los hermanos, amar a Dios de todo corazón, amarle porque es Padre, temerle porque es Dios; no anteponer nada a Cristo, porque tampoco Él antepuso nada a nosotros; unirse inseparablemente a su amor, abrazarse a su cruz con fortaleza y confianza; si se ventila su nombre y honor, mostrar en las palabras la firmeza con la que le confesamos; en los tormentos, la confianza con que luchamos; en la muerte, la paciencia por la que somos coronados. Esto es querer ser coherederos de Cristo, esto es cumplir el precepto de Dios, esto es cumplir la voluntad del Padre. Cipriano (250 d.C.)
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