LA MUERTE
Porque morir consiste en perder la respiración y la fuerza vital, y convertirse en un ser inmóvil e inanimado, para retornar a aquellos elementos de los cuales al inicio sacó su sustancia. Esto no puede sucederle al alma, que es el soplo de vida; ni al Espíritu, que no es compuesto sino simple, y así no puede disolverse, sino que, por el contrario, es él la vida de aquellos que de él participan. Lo único que queda, pues, es que la muerte se refiera a la carne. Esta, una vez que el alma se aparta, queda inanimada y sin respiración, y poco a poco se disuelve en la tierra de la que fue sacada. Esta, pues, es la mortal. Ireneo (180 d.C.)
La muerte no es otra cosa que la separación del alma y del cuerpo, la vida, que es lo contrario de la muerte, no se puede definir más que como la unión del cuerpo y del alma. Si la separación de las dos sustancias se produce simultáneamente por la muerte, la ley de su unión nos obliga a pensar que la vida llega simultáneamente a las dos sustancias. Simultáneamente se une para la vida, lo que simultáneamente se separa en la muerte.
Tertuliano (197 d.C.)
Si morimos, cuando nos toque, entonces pasamos por la muerte a la inmortalidad, y no puede empezar la vida eterna hasta que no salgamos de ésta. No es ciertamente una salida, sino un paso y traslado a la eternidad, después de correr esta carrera temporal. Cipriano (250 d.C.)
¿Por qué mueren los hombres?
Como castigo por su pecado, se impusieron al hombre los sufrimientos, el trabajo de la tierra, comer el pan con el sudor de su frente, y volver a la tierra de la que había sido sacado… Dios no quería ni que, por una parte, quedaran hundidos en la muerte; ni, por otra, si no eran castigados, pudieran despreciar a Dios. Ireneo (180 d.C.)
Mas, como Dios es veraz, y en cambio la serpiente es mentirosa, los efectos probaron que la muerte sería la consecuencia si ellos comían (del fruto). Al mismo tiempo ellos gustaron del bocado y de la muerte; porque comieron por desobediencia, y la desobediencia produce la muerte. Por eso fueron ellos entregados a la muerte, pues se hicieron sus deudores. Ireneo (180 d.C.)
Por este motivo “lo echó del paraíso” y los alejó “del árbol de la vida.” No es que Dios sintiese celos por el árbol de la vida, como algunos se atreven a opinar; sino que fue acto de misericordia alejarlo para que no siguiese transgrediendo, a fin de que su pecado no estuviese en él para siempre como un mal insaciable y sin remedio. De este modo le impidió seguir transgrediendo el mandato, le impuso la muerte y marcó un límite al pecado al ponerle a él un término en la tierra mediante la disolución de la carne. De esta manera el hombre, al morir, dejaría de vivir para el pecado y comenzaría a vivir para Dios.
Ireneo (180 d.C.)
Pero Dios hizo un gran beneficio al hombre al no dejar que permaneciera para siempre en el pecado. En cierta manera semejante a un destierro, lo arrojó del paraíso para que pagara en un plazo determinado la pena de su pecado y así educado fuera de nuevo llamado... Y todavía más: así como a un vaso, si después de modelado resulta con algún defecto, se le vuelve a amasar y a modelar para hacerlo de nuevo y entero, así sucede también al hombre con la muerte: se le rompe por la fuerza, para que salga íntegro en la resurrección, es decir, sin defecto, justo e inmortal. Teófilo (180 d.C.)
El pecado imprime su sello en cada alma y a todas por igual las destina a la muerte. Deben morir. Toda carne cayó bajo el poder del pecado, todos bajo el poder de la muerte. Melitón de Sardis (190 d.C.)
Concepto y actitud de los cristianos hacia la muerte
Siendo así que todas las cosas tienen un final, y estas dos, vida y muerte, están delante de nosotros, y cada uno debe ir a su propio lugar, puesto que sólo hay dos monedas, la una de Dios y la otra del mundo, y cada una tiene su propia estampa acuñada en ella, los no creyentes la marca del mundo, pero los fieles en amor la marca de Dios el Padre por medio de Jesucristo, si bien a menos que aceptemos libremente morir en su pasión por medio de El, su vida no está en nosotros. Ignacio (105 d.C.)
Cristo se presentó a Pedro y su compañía, y les dijo: Pongan las manos sobre mí y pálpenme, y vean que no soy un demonio sin cuerpo. Y al punto ellos le tocaron, y creyeron, habiéndose unido a su carne y su sangre. Por lo cual ellos despreciaron la muerte, es más, fueron hallados superiores a la muerte.
Ignacio (105 d.C.)
(Los cristianos) no tienen en consideración el mundo y desprecian la muerte. Epístola a Diogneto (125-200 d.C.)
Justino testifica cómo veía en su vida pasada a los cristianos cuando éstos eran llevados a la muerte.
Y yo mismo, me deleitaba con la doctrina de Platón y oía hablar de los crímenes que se imputaban a los cristianos, pero les veía acercarse serenos a la muerte y a las demás cosas que parecen temibles a los hombres, comprendía que era imposible que aquellos hombres viviesen en la maldad y en el amor de los placeres. Justino Mártir (160 d.C.)
Ustedes, matarnos, sí, pueden; pero dañarnos, no. Justino Mártir (160 d.C.)
Ya que no fijamos nuestros pensamientos en el presente, no nos preocupamos cuando los hombres nos llevan a la muerte. De todos modos, el morir es una deuda que todos tenemos que pagar. Justino Mártir (160 d.C.)
Los hombres, después de perder la mortalidad, han conquistado la muerte por medio de someterse a la muerte en fe. Taciano (160 d.C.)
(El cristiano) cuando ha de dejar esta morada y esta posesión y el uso de ella, sigue de buena gana al que le saca de esta vida, sin volverse jamás a mirar hacia atrás bajo ningún pretexto. Da gracias de verdad por la posada recibida, pero bendice el momento al salir de ella, pues anhela como su única mansión la celestial. Clemente de Alejandría (195 d.C.)
Ya que la resurrección de los muertos es segura, ya no es necesario la tristeza que produce la muerte. ¿Por qué llorar, si crees que tu ser querido no ha perecido? Nosotros herimos a Cristo al no aceptar cuando Él llama a una persona piadosa a salir de este mundo. Tertuliano (200 d.C.)
Qué hermoso espectáculo para Dios, cuando el cristiano se enfrenta al dolor, cuando enfrenta las amenazas, suplicios y tormentos, cuando desprecia sonriente el estrépito de la muerte y el horror que inspira el verdugo, cuando hace valer su libertad frente a reyes y príncipes y sólo se somete al único Dios, a quien pertenece, cuando, triunfante y victorioso, desafía a quien pronunció la sentencia contra él. Porque al final venció quien obtuvo aquello por lo que luchó. Marco Minucio Félix (200 d.C.)
Pero, en nuestro caso, incluso los niños y las mujercitas, gracias a la capacidad para soportar el dolor que les es inspirada, se burlan de las cruces y de los tormentos, de las fieras y de todos los fantasmas de los suplicios.
Marco Minucio Félix (200 d.C.)
Las dos siguientes citas son referidas a muchos cristianos que murieron debido a la peste que acaeció en el imperio romano en el siglo III.
Es verdad que perecen en esta peste muchos de los nuestros; esto quiere decir que muchos de los cristianos se libran de este mundo. Esta mortandad es una pestilencia para los judíos, gentiles y enemigos de Cristo; mas para los servidores de Dios es salvadora partida para la eternidad. Por el hecho de que sin discriminación alguna de hombres mueran buenos y malos, no hay que creer que es igual la muerte de unos y de otros. Los justos son llevados al lugar del descanso, los malos son arrastrados al suplicio; a los fieles se les otorga en seguida la seguridad; a los infieles, sin tardar el castigo. Cipriano (250 d.C.)
Cuántas veces me fue revelado, cuántas y más claras veces se me ordenó por la bondad de Dios que clamase sin cesar, que predicara en público que no debía llorarse por nuestras hermanos llamados por el Señor y libres de este mundo, sabiendo que no se pierden, sino que nos preceden; que, como viajeros, como navegantes, van delante de los que quedamos atrás; que se puede echarlos de menos, pero no llorarlos y cubrirnos de luto, puesto que ellos ya se han vestido vestidos blancos. Cipriano (250 d.C.)
El que ha de llegar a la morada de Cristo, a la gloria del reino celestial, no debe derramar llanto, sino más bien regocijarse en esta partida y traslado. Cipriano (250 d.C.)
LA AUTORIDAD MAXIMA: LA PALABRA DE DIOS
La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe su corazón, ni tenga miedo. Habéis oído que yo os he dicho: Voy, y vengo a ustedes. Si me amarais, os habríais regocijado, porque he dicho que voy al Padre; porque el Padre mayor es que yo. Juan 14:27-28
Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia. Filipenses 1:21
Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. 1 Tesalonicenses 4:13
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