¿Por qué tuvieron éxito los primeros cristianos?
¡Sin sufrir! También deseamos un cristianismo que no requiere sufrimiento. Pero Jesús dijo a sus discípulos: “El que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará” (Mateo 10.38-39). A pesar de estas palabras del Señor, no muchos quieren hablar hoy de la cruz. Cuando predicamos el evangelio a los incrédulos, rara vez hablamos de las palabras de Cristo acerca de tomar cada persona su cruz. Al contrario, dejamos la impresión que después de aceptar a Cristo, la vida será para siempre un deleite.
En la iglesia primitiva, los creyentes oyeron otro mensaje: ser cristiano los involucraría en sufrimiento. Son típicas las siguientes palabras de Lactancio: “El que escoge vivir bien en la eternidad, vivirá en la incomodidad aquí. Será oprimido por muchas clases de problemas y cargos mientras viva en el mundo, para que en el fin reciba la consolación divina y celestial. De la otra manera, el que escoge vivir bien aquí, sufrirá en la eternidad.” Jesús había hecho un contraste parecido entre el camino angosto y estrecho que conduce a la vida, y el camino ancho y espacioso que conduce a la destrucción (Mateo 7.13-14).
Ignacio, obispo de Antioquía y un compañero del apóstol Juan, fue aprehendido por su testimonio cristiano. Mientras viajaba rumbo a Roma para su juicio y martirio, escribió cartas de ánimo y exhortación a varias congregaciones cristianas. A una congregación escribió: “Por tanto, es necesario no sólo que uno sea llamado cristiano, sino que sea en verdad un cristiano… Si no está dispuesto a morir de la misma manera en que murió Cristo, la vida de Cristo no está en él” (Juan 12.25). A otra escribió:
“Que traigan el fuego y la cruz. Que traigan las fieras. Que rompan y se disloquen mis huesos y que corten los miembros de mi cuerpo. Que mutilen mi cuerpo entero. En verdad, que traigan todas las torturas diabólicas de Satanás. ¡Que permitan sólo que alcance a Jesucristo!… Quisiera morir por Jesucristo más bien que reinar sobre los fines del mundo entero.” Pocos días después de escribir estas palabras, Ignacio fue llevado ante un gentío que gritaba en la arena de Roma, donde le despedazaron las fieras.
Cuando un grupo de cristianos de su congregación se pudrían en una mazmorra romana, Tertuliano los exhortó con estas palabras: “Benditos, estimen lo difícil en su vida como una disciplina de los poderes de la mente y del cuerpo. Pronto van a pasar por una lucha noble, en la cual el Dios viviente es su gerente y el Espíritu Santo su entrenador. El premio es la corona eterna de esencia angélica—ciudadanía en el cielo, gloria sempiterna.” También les dijo: “La cárcel produce en el cristiano lo que el desierto produce en el profeta. Aun nuestro Señor pasó mucho tiempo a solas para que tuviera mayor libertad en la oración y para que se alejara del mundo… La pierna no siente la cadena cuando la mente está en el cielo.”
Pero la mayoría de los creyentes no necesitaban ninguna advertencia sobre lo que pudieran tener que sufrir. Ellos mismos lo habían visto. En verdad, esto mismo—el ejemplo de millares de cristianos que soportaban el sufrimiento y la muerte antes de negar a Cristo—llegó a ser uno de los métodos más poderosos del evangelismo.
En su primera apología, Tertuliano recordó a los romanos que su persecución servía sólo para fortalecer a los primeros cristianos. “Entre más nos persigan ustedes, más crecemos nosotros. La sangre de los cristianos es una semilla… Y después de meditar en ello, ¿quién habrá entre ustedes que no quisiera entender el secreto de los cristianos? Y después de inquirir, ¿quién habrá que no abrace nuestra enseñanza? Y cuando la haya abrazado, ¿quién no sufrirá la persecución de buena voluntad para que también participe de la plenitud de la gracia de Dios?”
Hoy hay quienes hablan del “evangelio completo”. Para ellos esto significa ser “pentecostal” o “carismático”. No obstante, uno de los problemas en nuestras iglesias hoy es que casi nunca oímos la predicación del evangelio completo—seamos o no seamos carismáticos. Oímos sólo de las bendiciones del evangelio; pocas veces oímos el mensaje de sufrir por Cristo.
Estamos tan alejados del mensaje de la iglesia primitiva que ni siquiera entendemos lo que significa sufrir por Cristo. Hace pocos años escuché un sermón sobre el siguiente versículo en 1 Pedro 4.16: “Pero si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello”. El pastor comentó que la mayoría de los cristianos no tienen ningún concepto de lo que significa padecer como cristiano.
Después del culto, yo estaba hablando con el pastor cuando un diácono se acercó y agradeció al pastor por el mensaje. Dijo que estuvo de acuerdo que muchos cristianos no entienden lo que significa sufrir por ser cristianos. Sin embargo, prosiguió diciendo que él lo entendía exactamente. Y luego describió el dolor y el sufrimiento que él había experimentado hacía unos años cuando tuvo una cirugía. Al salir de la iglesia, me maravillé de cuán exactamente el diácono había ilustrado el punto de que el pastor había hablado. En verdad no entendemos lo que significa sufrir por ser cristianos. Creemos que cuando soportamos las tribulaciones comunes que cualquier persona puede pasar, eso es sufrir por Cristo. Claro, hay maneras de llevar nuestra cruz más que sólo soportar la persecución. Clemente comentó que para algunos cristianos la cruz puede representar el soportar el matrimonio con un cónyuge incrédulo, u obedecer a padres incrédulos, o sufrir como un esclavo bajo un amo pagano. Aunque tales situaciones pudieran traer mucho sufrimiento, tanto emocional como físico, no son nada en comparación para aquel que se ha preparado para soportar la tortura y hasta la muerte por Cristo (Romanos 8.17; Apocalipsis 12.11).
Aunque los primeros cristianos soportaban matrimonios difíciles con incrédulos, millares de cristianos hoy se divorcian de sus cónyuges creyentes sin pensar, sólo porque su matrimonio tiene algunas fallas. Tales personas prefieren desobedecer a Cristo antes de soportar un sufrimiento temporal. Varios cristianos me han dicho que ya no soportaban más vivir con su cónyuge porque tenían discusiones todos los días. Me pregunto qué respuesta darán tales personas en el día del juicio final cuando se encuentran ante mujeres y hombres cristianos de los primeros siglos que pudieron soportar que se les sacaran los ojos con hierros candentes, o que se les arrancaran los brazos del cuerpo, o que se les degollaran vivos. ¿Por qué aquellos primeros cristianos tenían poder para soportar semejantes torturas terribles, y a nosotros nos falta el poder para aguantar siquiera un matrimonio difícil? Tal vez es porque no hemos aceptado nuestra responsabilidad de llevar la cruz.
Hace unos años, una mujer cristiana contemplaba divorciarse de su marido porque no podían llevarse bien. Con los ojos llenos de lágrimas, me dijo: “Yo no quiero vivir de esta forma el resto de mi vida”. Después, reflexioné en sus palabras: “el resto de mi vida”. Pensé también en las ocasiones en que yo había usado las mismas palabras. Estas palabras revelaron algo de mí: el cielo no me era una realidad, por lo menos no como la vida en la tierra. Los primeros cristianos aceptaron el mensaje de sufrir por Cristo porque sus ojos estaban puestos en la eternidad. No pensaban en sufrir “el resto de su vida”. Pensaban en sufrir no más de unos cincuenta o sesenta años. ¡Y el resto de su vida la pasarían en la eternidad con Jesús! Comparadas con semejante futuro, las tribulaciones del presente parecían insignificantes. Como Tertuliano, supieron que “la pierna no siente la cadena cuando la mente está en el cielo”.
¿Donde quedo la cruz?
Nadie quiere sufrir. Hace poco leí un informe de la opinión del pueblo americano acerca del déficit nacional. Casi todos los que daban su opinión deseaban que se rebajara el déficit. Pero a la vez, el 75 por ciento se opusieron a cualquier aumento de los impuestos o a cualquier rebaja de los gastos. En otras palabras, querían rebajar el déficit sin sufrir.
¡Sin sufrir! También deseamos un cristianismo que no requiere sufrimiento. Pero Jesús dijo a sus discípulos: “El que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará” (Mateo 10.38-39). A pesar de estas palabras del Señor, no muchos quieren hablar hoy de la cruz. Cuando predicamos el evangelio a los incrédulos, rara vez hablamos de las palabras de Cristo acerca de tomar cada persona su cruz. Al contrario, dejamos la impresión que después de aceptar a Cristo, la vida será para siempre un deleite.
En la iglesia primitiva, los creyentes oyeron otro mensaje: ser cristiano los involucraría en sufrimiento. Son típicas las siguientes palabras de Lactancio: “El que escoge vivir bien en la eternidad, vivirá en la incomodidad aquí. Será oprimido por muchas clases de problemas y cargos mientras viva en el mundo, para que en el fin reciba la consolación divina y celestial. De la otra manera, el que escoge vivir bien aquí, sufrirá en la eternidad.” Jesús había hecho un contraste parecido entre el camino angosto y estrecho que conduce a la vida, y el camino ancho y espacioso que conduce a la destrucción (Mateo 7.13-14).
Ignacio, obispo de Antioquía y un compañero del apóstol Juan, fue aprehendido por su testimonio cristiano. Mientras viajaba rumbo a Roma para su juicio y martirio, escribió cartas de ánimo y exhortación a varias congregaciones cristianas. A una congregación escribió: “Por tanto, es necesario no sólo que uno sea llamado cristiano, sino que sea en verdad un cristiano… Si no está dispuesto a morir de la misma manera en que murió Cristo, la vida de Cristo no está en él” (Juan 12.25). A otra escribió:
“Que traigan el fuego y la cruz. Que traigan las fieras. Que rompan y se disloquen mis huesos y que corten los miembros de mi cuerpo. Que mutilen mi cuerpo entero. En verdad, que traigan todas las torturas diabólicas de Satanás. ¡Que permitan sólo que alcance a Jesucristo!… Quisiera morir por Jesucristo más bien que reinar sobre los fines del mundo entero.” Pocos días después de escribir estas palabras, Ignacio fue llevado ante un gentío que gritaba en la arena de Roma, donde le despedazaron las fieras.
Cuando un grupo de cristianos de su congregación se pudrían en una mazmorra romana, Tertuliano los exhortó con estas palabras: “Benditos, estimen lo difícil en su vida como una disciplina de los poderes de la mente y del cuerpo. Pronto van a pasar por una lucha noble, en la cual el Dios viviente es su gerente y el Espíritu Santo su entrenador. El premio es la corona eterna de esencia angélica—ciudadanía en el cielo, gloria sempiterna.” También les dijo: “La cárcel produce en el cristiano lo que el desierto produce en el profeta. Aun nuestro Señor pasó mucho tiempo a solas para que tuviera mayor libertad en la oración y para que se alejara del mundo… La pierna no siente la cadena cuando la mente está en el cielo.”
Pero la mayoría de los creyentes no necesitaban ninguna advertencia sobre lo que pudieran tener que sufrir. Ellos mismos lo habían visto. En verdad, esto mismo—el ejemplo de millares de cristianos que soportaban el sufrimiento y la muerte antes de negar a Cristo—llegó a ser uno de los métodos más poderosos del evangelismo.
En su primera apología, Tertuliano recordó a los romanos que su persecución servía sólo para fortalecer a los primeros cristianos. “Entre más nos persigan ustedes, más crecemos nosotros. La sangre de los cristianos es una semilla… Y después de meditar en ello, ¿quién habrá entre ustedes que no quisiera entender el secreto de los cristianos? Y después de inquirir, ¿quién habrá que no abrace nuestra enseñanza? Y cuando la haya abrazado, ¿quién no sufrirá la persecución de buena voluntad para que también participe de la plenitud de la gracia de Dios?”
Hoy hay quienes hablan del “evangelio completo”. Para ellos esto significa ser “pentecostal” o “carismático”. No obstante, uno de los problemas en nuestras iglesias hoy es que casi nunca oímos la predicación del evangelio completo—seamos o no seamos carismáticos. Oímos sólo de las bendiciones del evangelio; pocas veces oímos el mensaje de sufrir por Cristo.
Estamos tan alejados del mensaje de la iglesia primitiva que ni siquiera entendemos lo que significa sufrir por Cristo. Hace pocos años escuché un sermón sobre el siguiente versículo en 1 Pedro 4.16: “Pero si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello”. El pastor comentó que la mayoría de los cristianos no tienen ningún concepto de lo que significa padecer como cristiano.
Después del culto, yo estaba hablando con el pastor cuando un diácono se acercó y agradeció al pastor por el mensaje. Dijo que estuvo de acuerdo que muchos cristianos no entienden lo que significa sufrir por ser cristianos. Sin embargo, prosiguió diciendo que él lo entendía exactamente. Y luego describió el dolor y el sufrimiento que él había experimentado hacía unos años cuando tuvo una cirugía. Al salir de la iglesia, me maravillé de cuán exactamente el diácono había ilustrado el punto de que el pastor había hablado. En verdad no entendemos lo que significa sufrir por ser cristianos. Creemos que cuando soportamos las tribulaciones comunes que cualquier persona puede pasar, eso es sufrir por Cristo. Claro, hay maneras de llevar nuestra cruz más que sólo soportar la persecución. Clemente comentó que para algunos cristianos la cruz puede representar el soportar el matrimonio con un cónyuge incrédulo, u obedecer a padres incrédulos, o sufrir como un esclavo bajo un amo pagano. Aunque tales situaciones pudieran traer mucho sufrimiento, tanto emocional como físico, no son nada en comparación para aquel que se ha preparado para soportar la tortura y hasta la muerte por Cristo (Romanos 8.17; Apocalipsis 12.11).
Aunque los primeros cristianos soportaban matrimonios difíciles con incrédulos, millares de cristianos hoy se divorcian de sus cónyuges creyentes sin pensar, sólo porque su matrimonio tiene algunas fallas. Tales personas prefieren desobedecer a Cristo antes de soportar un sufrimiento temporal. Varios cristianos me han dicho que ya no soportaban más vivir con su cónyuge porque tenían discusiones todos los días. Me pregunto qué respuesta darán tales personas en el día del juicio final cuando se encuentran ante mujeres y hombres cristianos de los primeros siglos que pudieron soportar que se les sacaran los ojos con hierros candentes, o que se les arrancaran los brazos del cuerpo, o que se les degollaran vivos. ¿Por qué aquellos primeros cristianos tenían poder para soportar semejantes torturas terribles, y a nosotros nos falta el poder para aguantar siquiera un matrimonio difícil? Tal vez es porque no hemos aceptado nuestra responsabilidad de llevar la cruz.
Hace unos años, una mujer cristiana contemplaba divorciarse de su marido porque no podían llevarse bien. Con los ojos llenos de lágrimas, me dijo: “Yo no quiero vivir de esta forma el resto de mi vida”. Después, reflexioné en sus palabras: “el resto de mi vida”. Pensé también en las ocasiones en que yo había usado las mismas palabras. Estas palabras revelaron algo de mí: el cielo no me era una realidad, por lo menos no como la vida en la tierra. Los primeros cristianos aceptaron el mensaje de sufrir por Cristo porque sus ojos estaban puestos en la eternidad. No pensaban en sufrir “el resto de su vida”. Pensaban en sufrir no más de unos cincuenta o sesenta años. ¡Y el resto de su vida la pasarían en la eternidad con Jesús! Comparadas con semejante futuro, las tribulaciones del presente parecían insignificantes. Como Tertuliano, supieron que “la pierna no siente la cadena cuando la mente está en el cielo”.
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