La historia de dos abogados
La defensa del abogado ha sido brillante. Testigo tras testigo se había dado por vencido frente a su fulminante contrainterrogación. Él había luchado las batallas cruciales en el procedimiento judicial como si lo hiciera con tácticas militares. Y su conmovedor argumento ante el jurado fue pronunciado con tal sentimiento que numerosos miembros del jurado fueron movidos a las lágrimas. El jurado esperó sólo un breve momento antes de pronunciar su veredicto: “¡Inocente!”
Sí, el brillante abogado había ganado; pero la verdad había perdido. Porque el acusado realmente había cometido el crimen. Su abogado había ganado, suprimiendo la evidencia (legalmente, por supuesto).
Pero para el abogado, la verdad era irrelevante. El objetivo principal del juicio no era hallar la verdad. Al contrario, era obtener un veredicto “¡inocente!” por parte del jurado.
La metodología usada por un abogado en un proceso judicial es empezar con una meta ya decidida en su mente: una idea que ya está decidida, que “su cliente ya está en lo correcto.” La labor de un abogado en un juicio no es descubrir la verdad; más bien, es conformarse, con toda la evidencia posible, a apoyar el caso de su cliente. Y, si fuera legalmente posible, podría hasta eliminar y dejar escondida toda evidencia que perjudicaría el caso de su defendido.
El hecho triste es que los abogados judiciales y los teólogos son hermanos gemelos.
Increíblemente pocos teólogos empiezan con una mente sin prejuicios y abierta para recibir la verdad de Dios. Así como los abogados judiciales, los teólogos empiezan con una idea preconcebida: que su seminario de teología está en lo correcto. Ellos miran las Escrituras como una piscina de versículos, de la cual podrían reunirse afirmaciones que apoyen su teología. E ignoran o pasan por alto los versículos que no la apoyan.
Como el escritor victoriano Samuel Butler, observó:
“Un obispo casi no puede ver los hechos tal como son. Es su profesión apoyar una posición. Por tanto, le resulta imposible examinar sin prejuicios la otra parte.”
Y de la misma manera que los abogados judiciales intentan suprimir legalmente toda evidencia que no apoye el caso de su defendido, muchos teólogos han intentado suprimir puntos de vista y evidencias importantes que no apoyan su teología. De hecho, comparados a los teólogos, los abogados parecen ser más corteses en el trato con sus oponentes.
En tiempos pasados, generalmente los teólogos silenciaban a un oponente, quemándolo en la estaca o torturándolo hasta que se retractara de sus opiniones.
No sólo eran los católicos romanos que torturaban y mataban a los opositores de su teología. Luteranos, calvinistas, anglicanos y puritanos también hacían lo mismo.
Ya que la tortura y la ejecución ya no son medios aceptables, los teólogos en la actualidad a menudo sepultan a sus oponentes con un aluvión de epítetos y denunciaciones. Al hacer esto, los teólogos protestantes simplemente están siguiendo el ejemplo del fundador de la Reforma. Martín Lutero, en su libro La esclavitud de la voluntad, escrito en respuesta al libro de Erasmo sobre el libre albedrío, Lutero se dirigió a Erasmo con un lenguaje vulgar y despectivo:
Aunque parezca inútil responder a tus argumentos que a menudo ya los he refutado y que también ya han sido pisoteados por el incontrovertible libro de Felipe Melancton “concerniente a las cuestiones teológicas”: un libro que a mi juicio es digno no sólo de ser inmortalizado, sino de ser incluido en el canon eclesiástico. En comparación de éste, tu libro es, en mi opinión, muy despreciable y vil. Siento gran compasión por ti que has ensuciado tu ingenioso y bello lenguaje con tal desecho vil.
En el tribunal, a ningún abogado se le permitiría dirigirse a su oponente con tal lenguaje despectivo. Pero en las guerras teológicas está permitido. La metodología de Lutero me recuerda una anécdota que oí en una conferencia:
El guardián de una iglesia estaba limpiando el edificio donde se reunía esa iglesia un lunes en la mañana. Mientras desempolvaba el púlpito, notó que el ministro había olvidado los apuntes de su sermón sobre el púlpito. El guardián curiosamente comenzó a hojear sus apuntes. Pronto notó que el ministro había escrito varios puntos de referencia en el margen de sus notas. A lo largo de un párrafo había escrito: “Una historia acerca de una madre y un bebé- hablar suave y tiernamente.” Y a lo largo de otro párrafo: “Punto de motivación- hablar con seguridad y entusiasmo.” Había muchas notas más escritas en los márgenes. Sin embargo, la nota que particularmente cautivó la atención del guardián era una que decía: “Punto débil- ¡gritar como loco!”
Desafortunadamente, hay un poquito de verdad en esta historia. Los teólogos usualmente son más dogmáticos en los temas donde su apoyo bíblico es más débil. Y donde sus fundamentos son más temblorosos, con gran rapidez etiquetan a sus oponentes de herejes.
BENDICIONES
FUENTE: www.laiglesiaprimitiva.com
Tomado del Libro: LOS PRIMEROS CRISTIANOS Y SUS ESCRITOS de David Bercot.
La gloria sea al Señor JesuCristo Amen. Una vez mas Amen. Sigue adelante hermano. Bendiciones.
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