lunes, 26 de septiembre de 2011

LAS DIVERSIONES DE LOS ROMANOS

Las diversiones groseras de los romanos

 

Los romanos de la clase alta disfrutaban de mucho tiempo para la diversión. Llenaban sus tardes y sus días feriados de banquetes golosos, del teatro, y de los deportes en la arena. Sus banquetes podían durar hasta diez horas. Y no era cosa extraordinaria el tener hasta veintidós platos en un solo banquete, inclusive manjares exquisitos como ubre de cerda y lengua de pavo real. Pero los primeros cristianos no se deleitaban en tales cosas. 

Los romanos habían adoptado su teatro de los griegos, y los temas principales de las obras dramáticas eran los crímenes, el adulterio y la inmoralidad. O los muchachos o bien las prostitutas hacían los papeles de las mujeres. Aunque el teatro era el pasatiempo favorito de los romanos de clase alta, los primeros cristianos lo evitaban con repugnancia. Lactancio escribió: “A mí me parece que las influencias depravadoras del teatro son hasta peores que las de la arena. Los temas de las comedias son las violaciones de las vírgenes y el amor de las prostitutas… De manera parecida, las tragedias levantan a la vista de los espectadores, el homicidio de los padres y actos incestuosos cometidos por reyes impíos… ¿Y será mejor el arte de los mimos? Enseñan el adulterio cuando hacen el papel de los adúlteros. ¿Qué estarán aprendiendo nuestros jóvenes cuando ven que nadie tiene vergüenza de tales cosas, sino que todos las miran con gusto?”


Tertuliano añadió: “El padre que protege con cuidado y guarda los oídos de su hija virgen luego la lleva al teatro él mismo. Allí la expone a todo su lenguaje indecente y actitudes viles.” Luego él hace la pregunta: “¿Cómo puede ser justo ver las cosas que son injusto hacer? Y aquellas cosas que contaminan al hombre cuando salen de su boca, ¿no le contaminarán cuando entran por sus ojos y oídos?”  (Mateo 15.17-20). 

Sólo los romanos ricos asistían a los teatros y a los banquetes, pero tantos pobres como ricos disfrutaban de las arenas. Los deportes de las arenas se diseñaban para satisfacer la sed insaciable de los romanos de violencia, brutalidad y sangre. Las carreras brutales de los carros eran el deporte favorito. En esas carreras, los carros muchas veces chocaban, lanzando los pilotos a la pista. Allí podían ser arrastrados hasta morirse o pisoteados por los caballos de otros carros. Mientras tanto, los espectadores se volvían locos de emoción. 

Aun así, la muerte y la violencia de las carreras de carros no saciaba la sed por sangre de los romanos. Por eso, traían fieras feroces, a veces centenares de ellas, para luchar hasta la muerte en la arena. Los venados luchaban contra los lobos, los leones contra los toros, los perros contra los osos—y cualquiera otra combinación de animales que sus mentes depravadas pudieran idear. A veces ponían a hombres armados para cazar las fieras; otras veces soltaban fieras hambrientas para cazar a los cristianos indefensos. Pero los romanos deseaban aun más. Así que gladiadores humanos peleaban entre sí hasta la muerte. Estos gladiadores normalmente eran prisioneros ya condenados a la muerte. Los romanos creían que era cosa noble dar a tales hombres la posibilidad de salvarse. Y si un gladiador ganaba pelea tras pelea, hasta podía ganar la libertad.
No obstante, otra vez los primeros cristianos no seguían tales costumbres culturales. Lactancio dijo a sus compatriotas romanos: “El que se deleita en mirar la muerte de un hombre, aunque hombre condenado por la ley, contamina su conciencia igual como si fuera él cómplice o espectador de buena gana de un homicidio cometido en secreto. ¡Pero ellos dicen que eso es ‘deporte’—el derramar sangre humana! . . . Cuando vean a un hombre, postrado para recibir el golpe de muerte, suplicando clemencia, ¿serán justos aquéllos que no sólo permiten que le den muerte sino mucho más lo demandan? Votan cruel e inhumanamente para la muerte de aquél, no satisfechos con ver su sangre vertida o las cuchilladas en su cuerpo. De hecho, ordenan que los gladiadores —aunque heridos y postrados en la tierra—sean atacados otra vez, y que sus cuerpos sean apuñalados y golpeados, para estar seguros de que no están fingiendo la muerte. Esta gente hasta se enoja con los gladiadores si uno de los dos no es muerto pronto. Detestan las dilaciones, como si tuvieran sed de la sangre… Hundiéndose en tales prácticas, pierden su humanidad… Por eso, no conviene que nosotros que procuramos andar en el camino de la justicia compartamos en los homicidios del pueblo. Cuando Dios prohíbe el homicidio, no sólo prohíbe la violencia que condena las leyes del pueblo, sino mucho más prohíbe la violencia que los hombres tienen por legal.”


¿Estamos nosotros dispuestos a adoptar una actitud tan firme contra las diversiones de hoy? Después de leer tales consejos, paré para mirarme a mí mismo. Tuve que admitir que yo había dejado que la cultura actual dictara mis normas en las diversiones. Claro que evitaba los peores cines, los que mis vecinos decentes llamarían indecentes. Sin embargo, resultaba que miraba mucha violencia, muchos crímenes y mucha inmoralidad. Yo había aceptado obscenidades, palabrotas y escenas de desnudez—con tal que la industria cinematográfica no calificara el cine con una marca peor que R. De esta manera yo dejaba que aquellas personas impías decidieran qué era bueno y qué era malo. Mi cultura había dictado mis normas para la diversión. 


BENDICIONES

www.laiglesiaprimitiva.com

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