¿Por qué tuvieron éxito los primeros cristianos?
¿Somos los hombres capaces de obedecer a Dios?
Los primeros cristianos no procuraron vivir tales vidas piadosas sin la ayuda de Dios. Sabían que ellos mismos no tenían el poder necesario. De hecho, todos entendemos esto. Y los cristianos, de cualquier denominación, a través de los siglos siempre supieron que necesitaban del poder de Dios para poder obedecer sus mandamientos.
Supongo que nadie que ha decidido servir a Dios excluye a sabiendas la ayuda de Dios de su vida. Sin embargo, lo que sucede a menudo puede ser algo semejante a lo siguiente: Al principio, andamos cerca de Dios, dependiendo de su poder. Pero con el tiempo empezamos a deslizarnos y alejarnos de Dios.
Generalmente, este proceso comienza en el corazón; por fuera actuamos lo mismo. Aunque actuamos como si dependiéramos de Dios, nuestras oraciones se vuelven formales. Leemos las Escrituras, pero nuestra mente está pensando en otras cosas. Al fin, hallamos que estamos dependiendo del todo en nuestra propia fuerza.
El problema no está en que la iglesia no predica acerca de la necesidad de depender de Dios. En verdad, muchos cristianos evangélicos enseñan que no somos capaces de hacer nada bueno por nosotros mismos. Pero si nosotros sencillamente no podemos obedecer a Dios, nada podemos hacer acerca de nuestras desobediencias excepto orar a Dios para que nos haga personas obedientes. Mas en verdad, ¿sirve eso?
Yo recuerdo mi emoción cuando por primera vez oí un sermón que explicó que no somos capaces de hacer nada bueno por nuestro propio poder, que sólo Dios puede hacer lo bueno a través de nosotros. Nosotros solamente tenemos que pedir a Dios que mejore nuestras fallas y venza nuestros pecados. “Ah, ése es el secreto”, dije entre mí. No podía esperar para llevar esa idea a la práctica, sencillamente dejando que Dios cambiara mis fallas y quitara mis pecados. Oré de corazón que Dios hiciera eso mismo. Lo entregué todo a Dios. Luego me puse a esperar. Pero nada pasó. Oré más. Pero no hubo ningún cambio.
Al principio creía que el problema era sólo mío. ¿Eran sinceras mis oraciones? Al fin hablé privadamente con otros cristianos del asunto y me di cuenta de que no era sólo mío el problema. Otros no habían obtenido mejores resultados que los míos.
—Entonces ¿por qué ustedes dicen siempre que Dios milagrosamente quita nuestras fallas y nos hace personas obedientes? —les pregunté.
—Porque así debe de ser —me contestaron.
Entonces supe que muchos cristianos tenían temor de expresarse y admitir que esa enseñanza no producía resultados. Temían que sólo para ellos no servía, y que todos los demás habían hallado gran bendición por medio de sus oraciones. Temían lo que otros pudieran decir, y se quedaron callados, no exponiendo sus fracasos y frustraciones.
No puedo decir que nadie jamás recibiera ayuda al sólo orar y esperar que Dios le cambiara. Lo que sí digo que para mí no me sirvió, y en la historia de la iglesia primitiva no ha servido tampoco. Esta doctrina tiene su origen en Martín Lutero. El enseñó que somos completamente incapaces de hacer algo bueno, que tanto el deseo y el poder de obedecer a Dios vienen sólo de Dios. Estas eran doctrinas fundamentales de la reforma en Alemania, pero no produjeron una nación de cristianos alemanes, obedientes y piadosos. En verdad, produjeron todo lo contrario. La Alemania de Lutero llegó a ser una sentina de borrachera, inmoralidad y violencia. El esperar pasivo que Dios obrara no produjo ni una iglesia piadosa ni una nación piadosa.
Los primeros cristianos enseñaron todo lo contrario. Nunca enseñaron que el hombre es incapaz de hacer lo bueno o de vencer el pecado en su vida. Ellos creían que bien podemos servir a Dios y obedecerle. Pero primero falta que tengamos un amor profundo por Dios y un respecto profundo por sus mandamientos. Así lo explicó Hermes:
“El Señor tiene que estar en el corazón del cristiano, no solamente sobre sus labios.”
A la vez, los primeros cristianos nunca enseñaron que uno pueda vencer todas sus debilidades y seguir obedeciendo a Dios día tras día sólo en su propio poder. Sabían que les faltaba el poder de Dios. Pero ellos no esperaban tranquilos mientras Dios, supuestamente, hacía toda la obra en ellos.
Ellos creyeron que nuestro andar con Dios es obra de ambos partidos. El cristiano mismo tiene que estar dispuesto a sacrificarse, poniendo toda su fuerza y toda su alma a la obra. Pero también necesitaba depender de Dios. Orígenes lo explicó así:
“Dios se revela a aquellos que, después de dar todo lo que puedan, confiesan su necesidad de su ayuda”.
Los cristianos de los primeros siglos creían que el cristiano tenía que anhelar fervientemente la ayuda de Dios, y buscarla. No sólo tenía que pedir a Dios su ayuda una vez, tenía que persistir en pedirle. Clemente enseñó a sus alumnos:
“Un hombre que trabaja solo para libertarse de sus deseos pecaminosos nada logra. Pero si él manifiesta su afán y su deseo ardiente de eso, lo alcanza por el poder de Dios. Dios colabora con los que anhelan su ayuda. Pero si pierden su anhelo, el Espíritu de Dios también se restringe. El salvar al que no tiene voluntad es un acto de obligación, pero el salvar al que sí tiene voluntad es un acto de gracia.”
Así vemos que entendieron que la justicia resulta de la obra mutua, la del hombre y la de Dios. Hay poder sin límite de parte de Dios. La clave está en poder utilizar ese poder. El anhelo ferviente tiene que nacer del mismo cristiano. Comentó Orígenes sobre eso, que no somos zoquetes de madera que Dios mueve a su capricho. Somos humanos, capaces de anhelar a Dios y de responderle a él. Y al referirse a ese anhelo nuestro, Clemente no se refería a un anhelo sencillo. Mucho más, él dijo que tenemos que estar dispuestos a sufrir “persecuciones interiores”. El mortificar a nuestros deseos carnales no va a ser fácil, y si no estamos dispuestos a sufrir en el corazón, luchando contra nuestros pecados, Dios no va a brindarnos el poder de vencerlos (Romanos 8.13; 1 Corintios 9.27).
Algunas personas podrán molestarse por esta enseñanza de los primeros cristianos. Pero como dijo Jesús: “Aunque no me creáis a mí, creed a las obras” (Juan 10.38). Antes de menospreciar la enseñanza de aquellos cristianos, tenemos que proponer otra buena explicación de su poder. No podemos negar el hecho de que tenían un poder extraordinario. Aun los romanos paganos tenían que admitir eso. Como Lactancio declaró: “Cuando la gente ve que hay hombres lacerados de varias clases de torturas, pero siempre siguen indomados aun cuando sus verdugos se fatigan, llegan a creer que el acuerdo entre tantas personas y la fe indómita de los moribundos sí tiene significado. Se dan cuenta de que la perseverancia humana por sí sola no podría resistir tales torturas sin la ayuda de Dios. Aun los ladrones y hombres de cuerpo robusto no pudieran resistir torturas como éstas… Pero entre nosotros, los muchachos y las mujeres delicadas—por no decir nada de los hombres—vencen sus verdugos con silencio. Ni siquiera el fuego los hace gemir en lo mínimo… Estas personas— los jóvenes y el sexo débil—soportan tales mutilaciones del cuerpo y hasta el fuego aunque hubiera para ellos escape. Fácilmente pudieran evitar estos castigos si así lo desearan al negar a Cristo. Pero lo soportan de buena voluntad porque confían en Dios.”
No hemos visto toda la historia
Resumiendo, la iglesia de hoy puede aprender varias lecciones valiosas de los primeros cristianos. Tres factores los ponían en condiciones para vivir como ciudadanos de otro reino, como un pueblo de otra cultura:1).- La iglesia los apoyaba.
2).- el mensaje de la cruz; y
3).- la creencia que el hombre tiene que colaborar con Dios para poder alcanzar la santidad de vida.
Yo hubiera podido terminar aquí este Blog, y hubiera sido un retrato inspirador de los cristianos históricos. Pero en tal caso hubiera relatado sólo la mitad de la historia. La historia completa necesita decirse.
Con todo, le advierto de antemano que el resto de la historia pueda dejarlo inquieto. A mí me dejó así.
BENDICIONES
www.laiglesiaprimitiva.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario