La primera ley de Newton en la teología
Sir Isaac Newton, ilustre físico inglés, observó que cuando hablamos de los objetos físicos, para cada acción hay una reacción igual de fuerte pero opuesta en dirección. Es triste decirlo, pero parece que la ley de Newton se aplica tanto a la teología como también a la física. Para cada hereje que se aleja de la doctrina verdadera en una dirección, hay un maestro “ortodoxo” que reacciona contra la herejía, yendo al extremo contrario, pero igual de lejos de la verdad.
Lamentablemente, el maestro “ortodoxo” casi siempre lleva a la iglesia entera al extremo que él sigue. Resulta que el hereje sí cambia la posición de la iglesia, pero en la dirección contraria de lo que había deseado.
Un ejemplo notable de eso lo vemos en el desacuerdo que surgió entre Agustín y Pelagio, un monje de Bretaña. Hacia el año 400 d. de J.C. la iglesia se había convertido en un grupo de personas que se reunían cada domingo y podían citar de memoria ciertos credos y fórmulas doctrinales. Pero en la gran mayoría de las personas no había nada de contacto personal con Dios. La iglesia tenía la anemia espiritual. Oponiéndose a esta negligencia espiritual, Pelagio viajó de un extremo de la iglesia al otro, predicando con vigor el mensaje del arrepentimiento y la santidad. Pero para destacar la responsabilidad de cada persona ante el Dios santo, empezó a predicar que los hombres podemos teóricamente vivir toda la vida sin pecado. De esta manera podríamos salvarnos a nosotros mismos, sin la necesidad de depender de la gracia de Dios y la sangre de Jesucristo. El tenía argumentos como los que siguen:
Todos somos capaces de obedecer casi cualquier mandamiento de Dios por lo menos por un día. Por ejemplo, todos podemos evitar la mentira, la codicia, el hurto, o el tomar el nombre de Dios en vano por lo menos por un día. Si somos capaces de obedecer estos mandamientos por un día, podemos obedecerlos por dos días. Si podemos obedecerlos por dos días, podemos obedecerlos por una semana, y sucesivamente.
Razonando así, Pelagio concluyó que bien podemos obedecer todos los mandamientos de Dios todos los días por toda la vida. Por tanto, nosotros solos somos responsables por nuestros pecados. No podemos echar la culpa por nuestras desobediencias sobre Adán, ni sobre la debilidad que heredamos de él.
Aunque tal argumento parece lógico, es erróneo. Lo que puede hacerse por un tiempo breve a pequeña escala no siempre puede hacerse a través de mucho tiempo a grande escala. Por ejemplo, un hombre puede correr cinco kilómetros. Pero esto no quiere decir que pudiera correr quinientos kilómetros. Yo puedo escribir a máquina a setenta y cinco palabras por minuto por tres minutos sin hacer ningún error. De acuerdo a los argumentos de Pelagio, debería poder escribir a máquina a ese ritmo por tres días—lo cual no puedo hacer.
Pero al pensarlo bien, su enseñanza no estaba tan alejada de lo que enseñaban los primeros cristianos. Como hemos visto ya, ellos también creyeron que cada persona es responsable por sus propios pecados y que somos capaces de obedecer a Dios. Sin embargo, al mismo tiempo reconocieron que todos tenemos que depender de la gracia de Dios, tanto su gracia salvadora como también su gracia fortalecedora. Sin la gracia de Dios, no podemos ser salvos del pecado.
BENDICIONES
Tomado del Libro: Que hablen los primeros cristianos de David Bercot.
FUENTE: www.laiglesiaprimitiva.com
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