lunes, 26 de septiembre de 2011

UN PUEBLO NO DE ESTE MUNDO

Un pueblo no de este mundo

 

“Ninguno puede servir a dos señores”, declaró Jesús a sus discípulos (Mateo 6.24). Sin embargo, a través de los siglos, al aparecer muchos cristianos han tratado de mostrar que Jesús estaba equivocado. Nos hemos dicho que en verdad podemos tener las cosas de dos mundos—las de este mundo y las del mundo venidero. Muchos de nosotros llevamos una vida muy poco diferente de las personas incrédulas con valores conservadores, excepto asistimos a los cultos de la iglesia cada semana. Miramos los mismos programas de televisión. Compartimos las mismas preocupaciones acerca de los problemas del mundo. A menudo, estamos tan enredados en los negocios y en los afanes de las riquezas como nuestros vecinos incrédulos. Así es que muchas veces nuestro “no ser de este mundo” existe más en la teoría que en la práctica. 

Pero los primeros cristianos eran muy distintos de nosotros. Los primeros cristianos se gobernaban por fundamentos y valores muy distintos de sus vecinos. Rechazaron las diversiones del mundo, su honor, y sus riquezas. Ya pertenecían a otro reino, y escuchaban la voz de otro Señor. Esto lo vemos en la iglesia del segundo siglo tanto como en la del primer siglo.
La obra de un autor desconocido, escrito alrededor del 130, describe a los primeros cristianos a los romanos de la siguiente manera: “Viven en sus distintos países, pero siempre como peregrinos… Están en la carne, pero no viven según la carne. Pasan sus días en el mundo, pero son ciudadanos del cielo. Obedecen las leyes civiles, pero a la vez, sus vidas superan a esas leyes. Ellos aman a todos los hombres, mas son perseguidos por todos. Son desconocidos y condenados. Son llevados a la muerte, pero serán restaurados a la vida. Son pobres, mas enriquecen a muchos. Poseen poco, mas abundan en todo. Son deshonrados, pero en su deshonra son glorificados… Y aquellos que los aborrecen no pueden dar razón por su odio.”


Ya que el mundo no era su hogar, los primeros cristianos podían decir sin reserva alguna, como Pablo, “el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Filipenses 1.21). Justino explicó a los romanos: “Ya que no fijamos nuestros pensamientos en el presente, no nos preocupamos cuando los hombres nos llevan a la muerte. De todos modos, el morir es una deuda que todos tenemos que pagar.”


Un anciano de la iglesia primitiva exhortó a su congregación: “Hermanos, de buena voluntad dejemos nuestra peregrinación aquí en el mundo para que podamos cumplir la voluntad de aquel que nos llamó. No tengamos temor de salir de este mundo,…sabiendo que las cosas de este mundo no son nuestras, y no fijamos nuestros deseos en ellas… El Señor dice: ‘Ningún siervo puede servir a dos señores’. Si deseamos, pues, servir tanto a Dios como a la riqueza, nuestra vida será sin provecho. ‘Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?’ Este mundo y el venidero son enemigos… Por tanto, no podemos ser amigos de ambos.”


Cipriano, el anciano de estima de la iglesia en Cartago, destacó el mismo punto en una carta que escribió a un amigo cristiano: “La única tranquilidad verdadera y de confianza, la única seguridad que vale, que es firme y nunca cambia, es ésta: que el hombre se retire de las distracciones de este mundo, que se asegure sobre la roca firme de la salvación, y que levante sus ojos de la tierra al cielo… El que es en verdad mayor que el mundo nada desea, nada anhela, de este mundo. Cuán seguro, cuan inmovible es aquella seguridad, cuan celestial la protección de sus bendiciones sin fin— ser libre de las trampas de este mundo engañador, ser limpio de la hez de la tierra y preparado para la luz de la inmortalidad eterna.”

Hallamos este mismo tema en todos los escritos de los primeros cristianos, sean de Europa o de África del norte: no podemos tener a Cristo y a la vez al mundo. 

Para que no pensemos que los cristianos describían una vida que en realidad no llevaban, tenemos el testimonio de los mismos romanos de esta época. Un enemigo pagano de los primeros cristianos escribió: 

“Menosprecian los templos como si fueran casas de los muertos. Rechazan a los dioses. Se ríen de cosas sagradas [de la idolatría]. Aunque pobres ellos mismos, sienten compasión de nuestros sacerdotes. Aunque medio desnudos, desprecian el honor y las túnicas de púrpura. ¡Qué descaro y tontería increíble! No temen las tormentas presentes, pero temen las que quizás vengan en el futuro. Y aunque no temen en nada morir ahora, temen una muerte después de la muerte… 

“A lo menos aprendan de su situación actual, gente miserable, que es lo que en verdad les espera después de la muerte. Muchos de ustedes…en verdad, según ustedes mismos dicen, la mayoría de ustedes…están en necesidad, soportando frío y hambre, y trabajando en trabajos agotadores. Pero su dios lo permite. O él no quiere ayudar a su pueblo, o él no puede ayudarlos. Por tanto, o él es dios débil, o es injusto… ¡Fíjense! Para ustedes no hay sino amenazas, castigos, torturas, y cruces… ¿Dónde está su dios que los promete ayudar después de resucitar de entre los muertos? El ni siquiera los ayuda ahora y aquí. Y los romanos, sin la ayuda del dios de ustedes, ¿no gobiernan todo el mundo, incluso a ustedes también, y no disfrutan los bienes de todo el mundo?
“Mientras tanto, ustedes viven en incertidumbre y ansiedades, absteniéndose aun de los placeres decentes. Ustedes no asisten a los juegos deportivos. No tienen ningún interés en las diversiones. Rechazan los banquetes, y aborrecen los juegos sagrados… Así, pobres que son, ni resucitarán de entre los muertos ni disfrutarán de la vida ahora. De esta manera, si tienen ustedes sensatez o juicio alguno, dejen de fijarse en los cielos y en los destinos y secretos del mundo… Aquellas personas que no pueden entender los asuntos civiles no tienen esperanza de entender los divinos.”5 Cuando yo leí por primera vez la acusaciones que los romanos hicieron contra los primeros cristianos, me sentí mortificado porque ninguno acusaría a los cristianos de hoy en día de estas cosas. 

Nadie nos ha acusado jamás de estar tan absorto en los negocios del reino celestial que descuidamos lo que este mundo ofrece. De hecho, los cristianos de hoy son acusados de lo contrario—de ser avaros y de ser hipócritas en nuestro culto a Dios. 


BENDICIONES 

FUENTE: www.laiglesiaprimitiva.com 

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