viernes, 30 de septiembre de 2011

POR FAVOR SEAMOS HONESTOS

POR FAVOR SEAMOS HONESTOS

 

Diógenes, el filósofo loco

Cuando en una mañana el sol se levantó e iluminó las calles empedradas de la antigua Atenas, una extraña figura subió de una gran fuente de agua, donde él había pasado la noche. Vestido de una túnica raída y sucia, andaba como vagabundo por las calles angostas de la ciudad. Mientras caminaba, su cabello blanco y su barba abundante y blanca reflejaban los rayos del sol de aquella mañana. Aunque era un día soleado, él llevaba una antorcha encendida en sus manos, mientras caminaba con esfuerzo abriéndose paso por en medio de una muchedumbre que caminaba en toda dirección. 

Dirigiéndose al mercado, bullicioso y aglomerado, se acercó a un hombre tras otro, alzando su antorcha en dirección a sus rostros, examinando cuidadosamente cada línea de sus semblantes. En medio de los estrépitos de los caballos y de los gritos de los vendedores que ofrecían sus mercancías, los espectadores trataron con cuidado con este hombre raro y enloquecido. 

“Tú, loco, ¿qué haces aquí?,” alguien de entre el gentío allí reunido le gritó sarcásticamente. 

“Mi nombre es Diógenes,” respondió apresuradamente, “y estoy buscando a un hombre honesto.” 

Si Diógenes llevara su antorcha a las iglesias en estos días, ¿encontraría a una persona honesta? La razón de mi pregunta es porque estos nuevos escritos tratan principalmente sobre la honestidad. 

Por el término “honestidad,” no me estoy refiriendo a la actitud hostil de robar o mentir. Más bien, estoy hablando de la honestidad intelectual y espiritual. Es decir, de la buena disposición para ser totalmente objetivos en la búsqueda de la verdad de Dios. Los cristianos intelectualmente honestos tienen el deseo y la capacidad para ver todos los lados de cualquier tema espiritual o teológico. Éstos están mucho más comprometidos en investigar cuál es la verdad que defender sus posiciones personales o las de su denominación o iglesia. 

En realidad, la honestidad espiritual e intelectual debería caracterizar naturalmente a todos los cristianos. La Escritura nos dice que Dios es un Dios de verdad (Salmos 31:5). Una persona que en verdad ha nacido de Dios desea intensamente imitar a su Padre. Como Jesús declaró: “Los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4:24). 

Por tanto, si tu deseo vehemente no es por la verdad, temo que has malgastado tu tiempo leyendo este Blog. Si deseas simplemente encontrar apoyo para tus interpretaciones personales o denominacionales, entonces no tiene sentido que sigas leyendo. Tu deseo será mucho más satisfecho, leyendo solamente la literatura publicada por tu iglesia o denominación. 

Sin embargo, si sientes dolor en tu corazón buscando la verdad, si tu anhelo ferviente es adorar a Dios en espíritu y en verdad, sólo te pido que en oración y con honestidad consideres lo que tengo que decir. 

Pero déjame decirte ahora en el comienzo que este no es un Blog  acerca de la interpretación personal de David Bercot de la Biblia. No estoy diciendo que si estás interesado en la verdad, debes seguir mi interpretación personal de la Biblia. De hecho, el mensaje de este libro es exactamente lo opuesto: 

Estoy diciendo que el pensamiento de David Bercot es totalmente irrelevante. Yo no estoy en una mejor posición que tú para entender con exactitud las Escrituras. Si la opción está entre tu interpretación y la mía, puedes seguir también tu propia interpretación. 

¿Qué estoy diciendo? Estoy diciendo con gran franqueza que los métodos para entender las Escrituras que nosotros los cristianos creyentes de la Biblia hemos utilizado, no funcionan. Ninguno de ellos ha provisto un medio sólido para que todos los cristianos llegaran a ser un cuerpo otra vez. 

A pesar de todos los sistemas de interpretación bíblica que han sido promovidos desde la Reforma, en cada siglo el cuerpo de Cristo se ha visto cada vez más fragmentado. Hoy en día, los cristianos profesos están divididos en más de 22 000 denominaciones y sectas diferentes, con un promedio de cinco nuevas que se organizan cada semana. Y, generalmente hablando, ninguna de estas denominaciones y sectas depende de ninguno de los otros grupos. Además, casi todas estas denominaciones han sido establecidas desde el tiempo de la Reforma. 

Si tú piensas que Cristo no objeta que su cuerpo esté siendo fragmentado por miles de divisiones, reflexiona. Lo más importante en su mente antes que fuese arrestado era la unidad de la iglesia. Él oró, diciendo: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Juan 17:20,21). 

Sin embargo, a nosotros los protestantes no nos importa nada si desgarramos otro pedazo de carne del cuerpo de Cristo. No admitimos que la división es un pecado peligroso. Pablo la catalogó como una de las “obras de la carne… acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas, no heredarán el reino de Dios” (Gálatas 5:19,21). 

Pablo le dijo a Tito: “Al hombre que cause divisiones, después de una y otra amonestación deséchalo, sabiendo que el tal se ha pervertido, y peca y está condenado por su propio juicio” (Tito 3:10,11). 

Quizá esa Escritura nos condena a nosotros los cristianos de hoy; somos hombres y mujeres que “causan divisiones” y “nos hemos pervertido y pecamos.” Pues nosotros y nuestros antepasados hemos causado divisiones en el cuerpo de Cristo. 

En el transcurso de este Blog, estaré utilizando muchas veces el término “protestante” para referirme a todos los cristianos profesos que no pertenecen a la Iglesia Católica Romana ni a ninguna de las iglesias ortodoxas del oriente. En otras palabras, cuando use este término, estaré incluyendo principalmente a los protestantes, evangélicos, pentecostales, anabaptistas y otros grupos no católicos. Soy consciente de que muchos de tales grupos no se consideran protestantes. Particularmente yo no me considero ser uno de ellos. Si me permites usar el término “protestante” en tal sentido libre y colectivo, en lugar de nombrar individualmente a todos los grupos no católicos cada vez que me refiera a ellos, este libro podrá expresarse con rapidez. 

Y de una u otra manera, casi todos nosotros los “protestantes” hemos hecho nuestra parte en astillar aún más el cuerpo de Cristo. No sólo no nos arrepentimos de nuestro espíritu sectario, incluso queremos hacer de Dios un cómplice de nuestro pecado. Usualmente he oído a los cristianos evangélicos decir: “Es importante ir a la iglesia donde Dios quiere que vayas.” En otras palabras, Dios quiere que Juan Doe vaya a una cierta iglesia, María Jones a otra y Bob Smith aún a otra. Nos engañamos a nosotros mismos pensando que Cristo quiere un cuerpo dividido, a pesar que en su oración, Él desea lo contrario. 

A pesar de sus limitaciones, la Iglesia Católica Romana, al menos ha sido capaz de permanecer como un sólo cuerpo. En contraste, desde el inicio, los reformadores estuvieron divididos los unos de los otros. En el transcurso del tiempo, aquellas divisiones sólo han empeorado. Hasta las religiones falsas tienen un mejor antecedente histórico que el de los cristianos bíblicos. El Islam es mucho más antiguo que las iglesias que surgieron a partir de la Reforma, y aún así, aquellos grupos adoran juntos en la misma mezquita cuando se hallan en un país extranjero. 

No, no es normal para un grupo religioso fragmentarse en 22 000 sectas en un período menor de 500 años. Es algo raro. Y cuando los cristianos son los que lo hacen, es todavía más pecaminoso. “Pero, ¿qué puedo hacer?,” podrías preguntarte. “No es culpa mía que haya tantas denominaciones y divisiones.” Y en cierto sentido es verdad. La mayoría de nosotros no somos los que fundaron la gran variedad de denominaciones y sectas. Pero sí compartimos la misma mentalidad y el mismo espíritu de aquellos fundadores. Y si no estamos trabajando hacia una solución, entonces somos parte del problema. 

Tenlo por seguro. Sí hay solución al problema de división. Todos los cristianos bíblicos que en verdad aman a Dios pueden ser un solo cuerpo. Y no estoy hablando de la unidad ecuménica la cual se basa en minimizar o pasar por alto los mandamientos y las verdades fundamentales del cristianismo. 

Antes bien, el mensaje de este libro es que, en un alto grado, nuestras divisiones son un resultado de nuestros métodos ilógicos que usamos para entender las Escrituras. Por “nuevo” no me estoy refiriendo a un extraño o esotérico sistema de interpretación bíblica. Estoy hablando de precisamente lo opuesto. Este “nuevo” método es tan obvio y elemental que simplemente es el sentido común. 


BENDICIONES

FUENTE: www.laiglesiaprimitiva.com
Tomado del Libro: LOS PRIMEROS CRISTIANOS Y SUS ESCRITOS de David Bercot.

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