Lo que creyeron los primeros cristianos acerca de la salvación
¿Somos salvos sólo por la fe?
Casi todos los evangélicos proclaman en alta voz que somos salvos sólo por la fe. Pensáramos que seguramente los compañeros fieles de los apóstoles enseñaran eso mismo. ¿No es ésa la doctrina fundamental de la Reforma? En verdad, hasta decimos que aquellos que no afirman esta doctrina no pueden ser en realidad cristianos.
Cuando los evangélicos de hoy hablan de la historia de la iglesia primitiva , nos dicen que los primeros cristianos enseñaban nuestra doctrina de la salvación sólo por la fe. Afirman que después de que el emperador Constantino corrompió a la iglesia primitiva, poco a poco se introdujo la idea de que las obras también desempeñan un papel en la salvación. Como ejemplo de esto cito un pasaje del libro de Francis Schaeffer, How Shall We Then Live? (¿Cómo debemos entonces vivir?). Después de describir la caída del imperio romano, Schaeffer escribe: “Gracias a los monjes, la Biblia se preservó, como también partes de las obras clásicas en griego y latín… Sin embargo, el cristianismo puro presentado en el Nuevo Testamento poco a poco se torció. Un elemento humanístico se añadió: Más y más la autoridad de la iglesia prevaleció sobre la enseñanza de la Biblia. Y se daba más y más énfasis a la parte de los hombres en merecer los méritos de Cristo para recibir así la salvación, en vez de descansar la salvación sólo sobre los méritos de Cristo.”
Schaeffer y otros dejan la impresión de que los primeros cristianos no creyeron que nuestros méritos y nuestras obras afecten nuestra salvación. Dan a entender que esta doctrina se infiltró en la iglesia después del tiempo de Constantino y la caída del imperio romano. Pero eso no es cierto.
Los primeros cristianos sin excepción creían que las obras, o sea la obediencia, desempeñan un papel esencial en la salvación. Tal afirmación puede extrañar en gran manera a muchos evangélicos. Pero no cabe duda de que sea cierto. A continuación cito (en orden más o menos cronológico) de los escritos de casi cada generación de los primeros cristianos, comenzando con el tiempo del apóstol Juan hasta la hora de la inauguración de Constantino.
Clemente de Roma, compañero del apóstol Pablo y obispo de la iglesia primitiva en Roma, escribió: “Es necesario, por tanto, que seamos prontos en la práctica de las buenas obras. Porque él nos advierte de antemano: ‘He aquí el Señor viene, y con él el galardón, para recompensar a cada uno según sea su obra.’… Así que, luchemos con diligencia para ser hallados entre aquellos que le esperan, para que recibamos el galardón que nos promete. ¿De qué manera, amados, podemos hacer esto? Fijemos nuestros pensamientos en Cristo. Busquemos lo que le agrade y la plazca. Hagamos sólo lo que armonice con su santa voluntad. Sigamos el camino de la verdad, desechando todo lo injusto y todo pecado.”
Policarpo, el compañero personal del apóstol Juan, enseñó esto: “El que resucitó a Cristo a nosotros también nos resucitará—si hacemos su voluntad y andamos en sus mandamientos y amamos lo que él amó, guardándonos de toda injusticia.”
La epístola de Bernabé dice: “El que guarda estos mandamientos será glorificado en el reino de Dios; pero el que se aparta a otras cosas será destruido junto con sus hechos.”
Hermes, quien probablemente era contemporáneo del apóstol Juan, escribió: “Sólo aquellos que temen al Señor y guardan sus mandamientos tienen la vida de Dios. Pero en cuanto a aquellos que no guardan sus mandamientos, no hay vida en ellos… Por tanto, todos aquellos que menosprecian y no siguen sus mandamientos se entregan a la muerte, y cada uno se responsabilizará por su propia sangre. Pero te suplico que obedezcas sus mandamientos, y así hallarás el remedio para tus pecados anteriores.”
En su primera apología, escrita antes del año 150, Justino escribió a los romanos: “Hemos sido enseñados . . . que Cristo acepta sólo a aquellos que imitan las virtudes que él mismo tiene: la abnegación, la justicia, y el amor a todos… Y así hemos recibido que si los hombres por sus obras se muestran dignos de su gracia, son tenidos por dignos de reinar con él en su reino, habiendo sido liberados de la corrupción y los sufrimientos.”
Clemente de Alejandría, escribiendo hacia el año 190, dijo: “El Verbo, habiendo revelado la verdad, ilumina para los hombre la cumbre de la salvación, para que arrepintiéndose sean salvos, o rehusando obedecer sean condenados. Esta es la proclamación de la justicia: para aquellos que obedecen, regocijo; pero para aquellos que desobedecen, condenación.”
Y otra vez escribió: “Quien obtiene la verdad y se distingue en las buenas obras . . . ganará el premio de la vida eterna… Algunas personas entienden correcta y adecuadamente que Dios provee el poder necesario, pero menospreciando la importancia de las obras que conducen a la salvación, dejan de hacer los preparativos necesarios para alcanzar la meta de su esperanza.”
Orígenes, quien vivió en los primeros años del tercer siglo, escribió: “El alma será recompensada de acuerdo a lo que merece. O será destinada a obtener la herencia de la dicha y la vida eterna, si es que sus obras hayan ganado ese premio, o será entregada al fuego y los castigos eternos, si la culpa de sus delitos le hayan condenado a eso.”
Hipólito, un obispo cristiano contemporáneo de Orígenes, escribió: “Los gentiles, por la fe en Cristo, preparan para sí la vida eterna mediante las buenas obras.”
Otra vez escribió: “Jesús, administrando el justo juicio de su Padre a todos, le da a cada uno en justicia de acuerdo a sus obras… La justicia se verá en recompensar a cada uno conforme a lo que es justo; a aquellos que han hecho el bien, justamente se les dará la dicha eterna. A los que amaban la impiedad, se les dará el castigo eterno… Pero los justos se acordarán sólo de sus obras de justicia por medio de las cuales alcanzaron el reino eterno.”
Cipriano escribió: “El profetizar, el echar fuera demonios, y el hacer grandes señales sobre la tierra ciertamente son cosas de estimar y de admirar. Sin embargo, una persona no alcanza el reino de los cielos, aunque hubiera hecho todo eso, a menos que ande en la obediencia, en el camino recto y justo. El Señor dice: ‘Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad’ [Mateo 7.22-23]. Nos hace falta la justicia para que seamos tenidos por dignos ante Dios, el Juez. Tenemos que obedecer sus preceptos y sus advertencias para que nuestros méritos reciban su recompensa.”
Por último, veamos lo que Lactancio escribió a los romanos al principio del siglo cuarto: “¿Por qué, pues, hizo al hombre débil y mortal? . . . Para que se pudiera poner delante de él la virtud, eso es, el soportar las iniquidades y las fatigas, por medio de lo cual él pueda ganar la recompensa de la inmortalidad. El hombre consta de dos partes, el cuerpo y el alma. El uno es terrenal, mientras el otro es celestial. Así entendemos que se le da dos vidas. La primera, la que tiene en el cuerpo, es temporal. La otra, la que pertenece al alma, es eterna. Recibimos la primera cuando nacemos. Alcanzamos la segunda por luchar, porque el hombre no alcanza la inmortalidad sin las dificultades… Por esta razón, nos ha dado la vida presente, para que o perdamos la vida verdadera y eterna por causa de nuestros pecados, o la ganemos por nuestras virtudes.”
De cierto, todos los escritores primeros cristianos que tratan el tema de la salvación presentan esta misma creencia.
BENDICIONES
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