Una fe en Dios como la de niño
Para los primeros cristianos, tener fe en Dios significaba mucho más que dar un testimonio conmovedor del “momento en que fijé mi fe en el Señor”. Significaba que creían que Dios era digno de confianza aun cuando creer en él los involucraba en gran sufrimiento.
“Una persona que no hace lo que Dios ha ordenado revela que realmente no tiene fe en Dios,” declaró Clemente. Para los primeros cristianos, decir que uno confiaba en Dios y rehusar a obedecerle era una contradicción (1 Juan 2.4). El cristianismo de ellos era más que meras palabras. Un cristiano del segundo siglo lo expresó así: “No decimos grandes cosas…¡las vivimos!” Una señal distintiva de los primeros cristianos era su fe como de niño y su obediencia literal a las enseñanzas de Jesús y de los apóstoles. Ellos no creían que tenían que entender la razón por el mandamiento antes de obedecerlo. Sencillamente confiaban que el camino marcado por Dios era el mejor camino. Clemente preguntó: “¿Quién, pues, tendrá tanto descaro como para descreer a Dios, y demandar de Dios una explicación como si él fuera hombre?”
Confiaban en Dios porque vivían en el temor de su majestad y sabiduría. Félix, un licenciado cristiano en Roma, contemporáneo de Tertuliano, lo expresó de esta manera: “Dios es mayor que todos nuestros pensamientos. El es infinito, inmenso. Sólo él mismo comprende la inmensidad de su grandeza; nuestro corazón es muy limitado como para comprenderlo. Lo estimamos como es digno de ser estimado cuando decimos que está más allá de nuestra estimación… Quien piense que conoce la grandeza de Dios, disminuye su grandeza.”
El ejemplo más grande de la fe de los primeros cristianos lo vemos en la buena acogida que dieron a la persecución. Desde el tiempo del emperador Trajano (alrededor del año 100 d. de J.C.) hasta el edicto de Milán proclamado en 313, ser cristiano era ilegal dentro del imperio romano. En verdad, era delito que se castigaba con la muerte. Pero los oficiales romanos, por lo general, no buscaban a los cristianos. Los pasaban por alto a menos que alguien los acusara ante la ley. Por eso, a veces los primeros cristianos sufrían la persecución; a veces, no. O los cristianos en una ciudad sufrían torturas inhumanas y hasta la muerte, mientras en otra ciudad vivían tranquilos. Así ningún cristiano vivía seguro. Vivía con la sentencia de muerte descansando sobre su cabeza. Los primeros cristianos estaban dispuestos a sufrir horrores indecibles—y hasta morir—antes de negar a Dios. Esto, en unión con su vida ejemplar, servía de herramienta eficaz en el evangelismo. Pocos romanos estaban dispuestos a dar su vida por sus dioses. Cuando los primeros cristianos morían por su fe en Dios, daban testimonio del valor de ella. En verdad, la palabra griega para “testigo” es mártir. No es de extrañarse, pues, que esta misma palabra es también la palabra que los griegos usaban para “mártir”. En varias citas de la Biblia donde leemos nosotros de ser testigos, los primeros cristianos entendían que hablaba de ser mártires. Por ejemplo, Apocalipsis 2.13 dice que “Antipas mi testigo fiel fue muerto entre vosotros”. Los primeros cristianos entendían que el pasaje decía: “Antipas mi mártir fiel”.
Aunque muchos cristianos trataban de huir de la persecución local, no intentaron salir del imperio romano. Como niños, creían que su Maestro hablaba la verdad cuando dijo que su iglesia se edificaría sobre una roca y las puertas del Hades no prevalecerían contra ella. Bien sabían que millares de ellos podrían encontrarse con muertes terriblemente injustas. Podrían padecer torturas agudísimas. Podrían terminar en las prisiones. Pero estaban plenamente convencidos de que su Padre no permitiría que la iglesia fuera aniquilada. Los primeros cristianos aparecieron ante los jueces romanos con manos indefensas, proclamando que no usarían medios humanos para tratar de preservar la iglesia. Confiaban en Dios, y sólo en Dios, como su Protector.
Los primeros cristianos creían lo que Orígenes dijo a los romanos: “Cuando Dios permite que el tentador nos persiga, padecemos persecución. Y cuando Dios desea librarnos de la persecución, disfrutamos de una paz maravillosa, aunque nos rodea un mundo que no deja de odiarnos. Confiamos en la protección de aquel que dijo: ‘Confiad, yo he vencido al mundo’. Y en verdad él ha vencido al mundo. Por eso, el mundo prevalece sólo mientras permite que prevalezca el que recibió poder del Padre para vencer al mundo. De su victoria cobramos ánimo. Aun si él desea que suframos por nuestra fe y contendamos por ella, que venga el enemigo contra nosotros. Les diremos: ‘Todo lo puedo en Cristo Jesús, nuestro Señor, que me fortalece’.” Cuando era joven, Orígenes había perdido a su padre en una ola de persecución, y él mismo al fin moriría de la tortura y la encarcelación a manos de los romanos. A pesar de todo, con confianza inquebrantable les dijo: “Con el tiempo toda forma de adoración será destruida excepto la religión de Cristo. Únicamente ésta permanecerá. Sí, un día triunfará, porque sus enseñanzas asen la mente de los hombres más y más cada día.”
BENDICIONES
FUENTE: www.laiglesiaprimitiva.com
AAAAAAAAAAAaaaamén
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