El significado del bautismo
Ahora bien, acerca del agua se dice contra Israel cómo no habían de aceptar el bautismo, que trae la remisión de los pecados, sino que se construirían otros lavatorios para sí mismos.
Bernabé (70-130 d.C.)
Jesús nació y fue bautizado para que por su pasión pudiera purificar el agua. Ignacio (105 d.C.)
Que su bautismo permanezca en ustedes como su escudo; su fe como su yelmo; su amor como su lanza; su paciencia como la armadura del cuerpo.
Ignacio (105 d.C.)
Porque si hacemos la voluntad de Cristo hallaremos descanso; pero si no la hacemos, nada nos librará del castigo eterno si desobedecemos sus mandamientos. Y la escritura dice también en Ezequiel: Aunque Noé y Job y Daniel se levanten, no librarán a sus hijos de la cautividad. Pero si ni aun hombres tan justos como éstos no pueden con sus actos de justicia librar a sus hijos, ¿con qué confianza nosotros, si no mantenemos nuestro bautismo puro y sin tacha, entraremos en el reino de Dios? O ¿quién será nuestro abogado, a menos que se nos halle en posesión de obras santas y justas? Segunda de Clemente (150 d.C.)
Porque antes que un hombre lleve el nombre del Hijo de Dios, es muerto; pero cuando ha recibido el sello, deja a un lado la mortalidad y asume otra vez la vida. El sello, pues, es el agua; así que descienden en el agua muertos y salen vivos. Hermas (150 d.C.)
No hay otra manera de obtener las promesas de Dios sino sólo ésta: conocer a Cristo, ser lavados en la fuente de la cual habla Isaías para la remisión de los pecados, y desde ese momento en adelante, vivir vidas sin pecado. Justino Mártir (160 d.C.)
A este alimento lo llamamos eucaristía. A nadie le es lícito participar si no cree que nuestras enseñanzas son verdaderas, ha sido lavado en el baño de la remisión de los pecados y la regeneración, y vive conforme a lo que Cristo nos enseñó.
Justino Mártir (160 d.C.)
Siendo leprosos en el pecado, somos lavados de nuestras transgresiones antiguas por medio del agua sagrada y la invocación al Señor. De esta manera somos regenerados espiritualmente como niños recién nacidos, así como el Señor ha dicho: ‘El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios’. Ireneo (180 d.C.)
Nuestros cuerpos recibieron la unidad por medio de la purificación bautismal para la incorrupción; y las almas la recibieron por el Espíritu. Por eso fueron necesarios, pues ambos nos llevan a la vida de Dios. Ireneo (180 d.C.)
Los hombres de esta clase (los gnósticos) han sido instigados por Satanás a negar el bautismo el cual es la regeneración de Dios. Ireneo (180 d.C.)
En primer lugar la fe nos invita insistentemente a recordar que hemos recibido el bautismo para el perdón de los pecados en el nombre de Dios Padre y en el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios encarnado, muerto y resucitado, y en el Espíritu Santo de Dios; que el bautismo es el sello de la vida eterna, el nuevo nacimiento de Dios, de tal modo que no seamos ya más hijos de los hombres mortales, sino de Dios eterno e indefectible. Ireneo (180 d.C.)
Por eso el bautismo, nuestro nuevo nacimiento… nos concede renacer a Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo. Ireneo (180 d.C.)
Los discípulos… enseñando a los hombres el camino de la vida para apartarlos de los ídolos, de la fornicación y de la avaricia, purificando sus almas y sus cuerpos con el bautismo de agua y de Espíritu Santo, distribuyendo y suministrando a los creyentes este Espíritu Santo que habían recibido del Señor. Ireneo (180 d.C.)
Lo mismo ocurre con nosotros de quienes el Señor fue el modelo: una vez bautizados, hemos sido iluminados; iluminados, hemos sido adoptados como hijos; adoptados, hemos sido hechos perfectos; perfectos hemos adquirido la inmortalidad. Está escrito: “Yo les dije: dioses son, y todos hijos del altísimo.” Clemente de Alejandría (195 d.C.)
Esta obra a veces se llama gracia; otras veces, iluminación, perfección, o lavamiento. Es el lavamiento por el cual nos limpiamos de nuestros pecados; la gracia por la cual la condenación de nuestros pecados se cancela; y la iluminación por la cual vemos la santa luz de la salvación, esto es, por medio de la cual vemos a Dios claramente.
Clemente de Alejandría (195 d.C.)
Como aquellos que, sacudidos del sueño, se despiertan en seguida y vuelven en sí, o mejor, como los que intentan quitarse de los ojos las cataratas, que les impiden recibir la luz exterior de la que se ven privados, pero consiguen al fin despojarse de lo que obstruía sus ojos, dejando libre su pupila, así también nosotros, al recibir el bautismo, nos libramos de los pecados que, cual sombrías nubes, oscurecían al Espíritu de Dios; dejamos libre el ojo iluminado del espíritu, el único que nos hace capaces de contemplar lo divino, puesto que el Espíritu Santo desciende desde el cielo y se derrama en nosotros.
Clemente de Alejandría (195 d.C.)
La gracia de Dios y la fe del hombre rompen con fuerza estas ataduras y nuestros pecados son lavados por el único remedio saludable: el bautismo en Cristo. Clemente de Alejandría (195 d.C.)
Se recibe el bautismo para la purificación de los pecados. Clemente de Alejandría (195 d.C.)
Todas las aguas, en virtud de la cualidad de su mismo origen primero, llevan a cabo el misterio de la santificación por la invocación de Dios: entonces sobreviene al punto el Espíritu del cielo y permanece sobre las aguas, santificándolas con su propia virtud para que, una vez así santificadas, queden impregnadas de fuerza santificadora.
Tertuliano (197 d.C.)
Cuando el alma se convierte a la fe y es restaurada en su segundo nacimiento por el agua y por el poder de arriba, se le quita el velo de su corrupción original y logra ver la luz en todo su esplendor. Entonces es recibida por el Espíritu Santo, de la misma manera que en el primer nacimiento había sido acogida por el espíritu inmundo. Tertuliano (197 d.C.)
Ya no hay ahora posibilidad de eludir su ley, porque, en efecto, la ley del bautismo ha sido impuesta y su forma ha sido prescrita cuando se dice: “Vayan y enseñen a todo el mundo, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.” Esta ley se relaciona con aquella declaración: “Si uno no renaciera del agua y del Espíritu Santo no entrará en el reino de los cielos,” la cual somete la fe a la necesidad del bautismo. Por esto, desde entonces, todos los que creían eran bautizados.
Tertuliano (197 d.C.)
Ahora bien, cuando creció en todos la gracia de Dios, creció también la virtud del agua y del ángel: lo que antes era remedio de los defectos del cuerpo, ahora es remedio del espíritu; lo que conseguía la salud temporal, ahora restablece la eterna; lo que antes liberaba a uno cada año, ahora salva todos los días a pueblos enteros de los que expulsa la muerte por la purificación de los pecados... Por este medio el hombre, que desde un principio había sido hecho a imagen de Dios, es restituido a su semejanza, y hay que notar que la imagen se entiende de la semejanza exterior, la semejanza eterna. En el bautismo recibe el hombre aquel Espíritu que originariamente había recibido por el soplo de Dios, y que luego perdió por el pecado. Esto no quiere decir que alcancemos el Espíritu Santo por la misma agua, sino que la purificación del agua bajo el influjo del ángel nos prepara para el Espíritu Santo.
Tertuliano (197 d.C.)
Pero el bautismo que es un nuevo nacimiento no es el que otorgaba Juan, sino el que otorgaba Jesús por medio de los discípulos, y se llama “lavatorio de regeneración” que se hace con “una renovación del Espíritu.” Este Espíritu que entonces viene, puesto que es el Espíritu de Dios, “aletea sobre las aguas” pero no se comunica a todos simplemente con el agua. Orígenes (225 d.C.)
Que cada uno de los fieles se acuerde de las palabras que pronunció al renunciar a los demonios, cuando vino por primera vez a las aguas del bautismo, tomando sobre sí el primer sello de la fe y acudiendo a la fuente salvadora: entonces proclamó que no andaría en las pompas y las obras de los demonios, y que no se sometería a su esclavitud y a sus placeres. Orígenes (225 d.C.)
El Espíritu Santo se recibe por el bautismo. Cipriano (250 d.C.)
En el bautismo de agua se recibe la remisión de pecados. Cipriano (250 d.C.)
A menos que un hombre haya sido bautizado y nacido de nuevo, no podrá alcanzar el reino de Dios. En el evangelio según Juan, dice: “A menos que un hombre nazca de nuevo de agua y de Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.” Cipriano (250 d.C.)
Cuando yo me encontraba sumido en las tinieblas… me parecía que según era en aquel momento mi modo de vida había de serme sumamente difícil y duro lo que la misericordia divina me prometía para mi salvación, a saber, poder renacer de nuevo y con el lavatorio del agua salvadora comenzar una nueva vida, deshaciéndome de todo lo de antes y cambiar el modo de sentir y de entender del hombre, aunque el cuerpo permaneciera el mismo. ¿Cómo puede ser posible, me decía, una conversión tan grande, por la que de repente y en un momento se despoje uno de aquellas cosas congénitas que han adquirido la solidez de la misma naturaleza, o de aquellas cosas adquiridas desde largo tiempo y que han arraigado y envejecido con los años? Cipriano (250 d.C.)
Pero cuando la suciedad de mi vida anterior fue lavada por medio del agua regeneradora, una luz de arriba se derramó en mi pecho ya limpio y puro. Después que hube bebido del Espíritu celeste, me encontré rejuvenecido con un segundo nacimiento y hecho un hombre nuevo: de manera milagrosa desaparecieron de repente las dudas, se abrió la cerrazón, se iluminaron las tinieblas, se hizo posible lo que antes parecía imposible... Reconocí que mi anterior vida carnal y entregada al pecado era cosa de la tierra, mientras que la que ya había empezado a vivir del Espíritu Santo era cosa de Dios. Cipriano (250 d.C.)
LA AUTORIDAD MAXIMA: LA PALABRA DE DIOS
Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Juan 3:5
Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Hechos 2:38
Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre. Hechos 22:16
Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Gálatas 3:27
Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo. Tito 3:5
Acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura. Hebreos 10:22
El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva (no quitando las inmundicias de la carne, sino como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios) por la resurrección de Jesucristo. 1 Pedro 3:21
BENDICIONES
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