miércoles, 19 de octubre de 2011

ARGUMENTOS DE AGUSTÍN CONTRA LOS GNÓSTICOS


El gnosticismo estuvo entre las primeras herejías que el cristianismo enfrentó. El gnosticismo enseñaba que el mundo material era malo, pues había sido creado por una deidad distinta que el Dios del Nuevo Testamento. Para apoyar su posición, los gnósticos destacaban el hecho de que las enseñanzas de Jesús eran diferentes a las de Moisés. Por ejemplo, el Dios del Antiguo Testamento les había mandado a los israelitas ir a la guerra, pero Jesús les decía a sus discípulos que amaran a sus enemigos. 

Lógicamente, muchos gnósticos aceptaban las enseñanzas del reino de Jesús, pero rechazaban todo el Antiguo Testamento por considerar que era la obra de otro dios. Ellos hasta negaban que el Hijo de Dios se hubiera hecho hombre.

Los primeros escritores cristianos, tales como Ireneo y Tertuliano, ya habían defendido en una forma muy capaz el cristianismo histórico frente a las enseñanzas del gnosticismo. Estos primeros defensores de la fe argumentaron que no había ningún Dios nuevo entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Únicamente había una progresión de la revelación del uno al otro. La ley de Moisés había sido una guía que preparó a los israelitas para Cristo. Las enseñanzas de Jesús eran la meta final para la cual la ley estaba preparando a los israelitas.

Sin embargo, estos argumentos no concordaban con el híbrido constantiniano. Como ya hemos debatido, el híbrido era básicamente una combinación de la teología del Nuevo Testamento con la moralidad y el estilo de vida del Antiguo Testamento. Reconocer que el Nuevo Testamento introducía nuevas y mayores leyes morales que el Antiguo Testamento significaba reconocer que el híbrido estaba equivocado. Y tal idea no servía.

Por esta razón, Agustín les respondió a los gnósticos (conocidos en su día como los maniqueos), negando su premisa fundamental. Él planteó que las enseñanzas de Jesús no se diferenciaban de las del Antiguo Testamento. Él decía que matar era tan lícito bajo el Nuevo Testamento como lo fue bajo el Antiguo Testamento. Agustín escribió: 

“¿Qué hay de malo en la guerra? ¿La muerte de algunos, que de todas formas pronto morirán, para que otros puedan vivir en sometimiento pacífico? Esto es una mera antipatía cobarde y no un sentimiento religioso. Los verdaderos males de la guerra son el amor a la violencia, la crueldad vengativa, la enemistad violenta e implacable, la resistencia descontrolada, la ambición de poder, y así por el estilo. Y por lo general, cuando se requiere la fuerza para imponer el castigo, es con el propósito de castigar estas cosas que, en obediencia a Dios o a alguna autoridad legal, los hombres buenos llevan a cabo las guerras. Por cuanto ellos se encuentran en una posición tal con relación al comportamiento de los asuntos humanos que una conducta correcta les exige actuar o hacer que los demás actúen de cierta manera”.

Sí, pero ¿no dijo Jesús que amáramos a nuestros enemigos y que no resistiéramos al que es malo? Agustín tuvo una respuesta para eso: 

“Puede suponerse que Dios no hubiera autorizado la guerra porque en los últimos tiempos el Señor Jesucristo dijo: ‘Yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra’. Sin embargo, la respuesta es que lo que aquí se requiere no es una acción corporal, sino una disposición interior”.

Mejor dicho, ¡está bien matar mientras ames a la persona a quien matas!

Agustín continuó: 

“El Señor exige paciencia cuando dice: ‘A cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra’. Esto puede ser la disposición interior de la persona, aunque no se manifieste en una acción corporal o por medio de palabras. Ya que cuando el apóstol fue golpeado, (…) él oró que Dios perdonara a sus agresores en el mundo venidero, pero no pidió que la lesión quedara impune en aquel momento. Interiormente, él mantuvo un sentimiento amable, mientras que exteriormente él deseó que el hombre fuera castigado como un ejemplo”.

Ese tipo de lógica puede usarse para ganar un argumento de palabras, pero no es jugar limpio con Cristo. Según Agustín, nosotros podemos llevar a cabo los mismos actos brutales que el mundo. 

Nuestros actos pueden ser tan violentos como los de los israelitas bajo el Antiguo Testamento, siempre y cuando nuestros sentimientos interiores no sean otra cosa que bondad, paz y amor.

Siguiendo esta forma de razonamiento, Agustín pudo racionalizar casi cualquier tema. Por ejemplo, Agustín argumentaba que perseguir a los donatistas era un acto de amor cristiano, ya que eso los traía de vuelta al redil de la Iglesia: 

“¿Acaso no es parte del cuidado del pastor, cuando algunas ovejas han abandonado la manada, aunque no hayan sido ahuyentadas violentamente, sino que hayan sido llevadas por mal camino por medio de palabras dulces y actos engatusadores, traerlas de vuelta al redil de su amo una vez que las encuentra? Y él puede traerlas por medio del temor al látigo, o incluso por medio del dolor del látigo, si ellas muestran síntomas de resistencia”.

Lo que Agustín no comprendía es que en el reino de Cristo los medios son siempre tan importantes como el fin. Lo cristianos no hacen uso de medios malos o violentos en un intento por obtener resultados piadosos. Cómo hacemos algo y qué hacemos son siempre igualmente importantes.



BENDICIONES

FUENTE: www.laiglesiaprimitiva.com
Tomado del Libro: EL REINO QUE TRASTORNÓ EL MUNDO de David Bercot.

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