De manera que Jesús les dijo a sus súbditos, sin dejar lugar a dudas, que no deben jurar ni prestar juramentos. Los juramentos nos hacen verdaderamente vulnerables a la posibilidad de tomar el nombre de Dios en vano. Y eso es un pecado grave.
Sin embargo, hay mucho más en este mandamiento de Jesús que una simple precaución en contra del peligro de tomar el nombre de Dios en vano. Jesús estaba estableciendo para sus discípulos un estándar revolucionario de honestidad. Jurar o prestar juramentos era un rasgo distintivo de la sociedad antigua, tanto judía como gentil. La gente usaba los juramentos con regularidad, específicamente en asuntos de comercio, religión y gobierno. ¿Por qué los usaban tan a menudo? Porque no podían confiar los unos en los otros.
Por ejemplo, supongamos que Leví bar José de la Judea del primer siglo va al mercado a comprar un anillo. Allí ve un hermoso anillo de oro que le gustaría tener, pero es muy caro. Es digno del precio que el comerciante está pidiendo… si realmente es oro puro. Entonces Leví le pregunta al comerciante:
—¿Es oro puro?
—Sí, claro —responde el comerciante—. Oro puro.
—Bien —responde Leví mientras acaricia el anillo—. ¿Está usted seguro?
—Por supuesto.
—¿Pero está completamente seguro? —Leví pregunta nuevamente.
—Sí, estoy completamente seguro. Conozco personalmente al joyero que hizo este anillo, y él me ha asegurado que es oro puro —tranquilamente le asegura el comerciante a Leví.
Leví aún se muestra receloso. Él sabe que no puede confiar ni siquiera en su conciudadano judío. De modo que toma el anillo a pulso en un intento por calcular el peso. Luego escudriña el anillo cuidadosamente en busca de algún rasguño que pudiera revelar una base de otro metal. Por fin, Leví empieza a convencerse de que el anillo es oro puro. No obstante, para estar completamente seguro, le dice al comerciante:
—Júreme por el templo que este anillo es todo de oro puro y no simplemente chapado en oro.
El comerciante hace el juramento que Leví le pide. Ahora Leví puede comprar el anillo sin tanta preocupación. Ningún judío temeroso de Dios juraría por el templo si estuviera diciendo una mentira.
Así era la vida cotidiana en el mundo antiguo. Muy pocas personas eran de confianza. Y en aquel tiempo no había ningún Ministerio de Justicia ni agencias del gobierno que pudieran regular el comercio y sancionar a quienes hicieran afirmaciones falsas. De modo que la sociedad acudía a los juramentos, puesto que la mayoría de las personas temía hacer falsos juramentos. Hasta los gentiles veneraban los juramentos, ya que temían el castigo de los dioses si juraban falsamente. En consecuencia, los juramentos llegaron a ser una costumbre arraigada en el comercio, los asuntos legales, los negocios y el gobierno. Ellos hacían posible el funcionamiento de la sociedad.
Sin embargo, por su propia existencia, el sistema de juramentos reconocía que había dos estándares de honestidad. Había un estándar que las personas usaban en las conversaciones normales, y había otro estándar cuando estaban bajo juramento.
No obstante, en su reino, Jesús no tiene ningún estándar doble de honestidad. Al prohibir los juramentos, Jesús estaba presentando un estándar de honestidad completamente nuevo. Para sus súbditos sólo existe un estándar: que vuestro “sí” sea “sí” y vuestro “no” sea “no”. La palabra de un cristiano verdadero es tan válida como un juramento.
Amantes de la verdad
Pero la honestidad y la verdad no se limitan al comercio, la ley y el gobierno. Jesús le dijo a Pilato:
“Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad oye mi voz” (Juan 18.37).
Jesús sólo permite en su reino a los que sean “de la verdad”. El amor a la verdad tiene que penetrar cada fibra de nuestras almas. Y así será, si realmente somos nacidos del Espíritu Santo y continuamos nuestro andar en el Espíritu. Por cuanto Jesús se refiere al Espíritu Santo como el “Espíritu de verdad” (Juan 14.17).
Sin embargo, ¿a cuántos cristianos conoce usted que se apegan al estándar de honestidad del reino? ¿Cuántos cristianos conoce usted cuyo “sí” es “sí” y cuyo “no” es “no”? Siempre que un hermano cristiano le dice algo, ¿sabe usted que puede confiar completamente en la veracidad de sus palabras? O sea, ¿sabe usted a ciencia cierta que no se trata de una mentira, una exageración, o un simple rumor? Cuando un cristiano le dice que hará algo, ¿puede contar con ello absolutamente (excluyendo las interrupciones completamente imprevisibles, tales como un accidente automovilístico)? ¿O pudiera ser que su “sí” signifique “quizá”?
La honradez en nuestro trabajo
Cuando un cristiano es dueño de un negocio, el mundo entero debe saber que el servicio que allí se presta será completamente justo y honrado. Digo que debe saber esto, pero si su experiencia ha sido como la mía, usted sabe que no es así. La triste realidad es que la mayoría de los que profesan ser cristianos realmente no son gente del reino de Dios. Su honestidad y la del mundo son muy similares.
Los cristianos continuamente hacen fraude en sus impuestos, mienten a sus patrones, escriben cheques sin valor y abandonan la ciudad para no pagar sus cuentas. Yo soy abogado, y anteriormente tenía un bufete en la calle principal de nuestra ciudad. Siempre traté de servir bien a mis clientes, y casi todos me pagaron puntual y cabalmente. De hecho, sólo puedo recordar a cuatro clientes que me estafaron con mis honorarios. ¡Y los cuatro eran cristianos! No me refiero a cristianos nominales. Me refiero a personas que hablaban mucho de su cristianismo.
CONTINIA......
BENDICIONES
FUENTE: www.laiglesiaprimitiva.com
Tomado del Libro: EL REINO QUE TRASTORNÓ EL MUNDO de David Bercot.
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