lunes, 17 de octubre de 2011

OTRAS LEYES DEL REINO


Sin duda, las cuatro o cinco leyes del reino que hemos analizado son algunas de las enseñanzas de Jesús más desafiantes. No obstante, son sólo una pequeña parte de las leyes que nuestro Rey nos ha dado. El resto de sus leyes y enseñanzas se encuentran a través de todo el Nuevo Testamento. El hecho de que yo no haya analizado esas otras leyes no quiere decir que no sean tan importantes como las que hemos enfocado.

La mayor colección de los mandamientos del reino se encuentra en el Sermón del Monte. Si usted toma en serio el hecho de ser un cristiano del reino, le insto a que lea nuevamente el Sermón del Monte, meditando en cada enseñanza y evaluando su propia vida a la luz de estas enseñanzas.

El reino no puede permanecer en secreto


Cuando nos unimos a algo que sin duda hará que el mundo nos odie, es natural que queramos mantenerlo en secreto. ¿Para qué provocar un problema? 

Mantengámoslo todo en silencio. Pero nuestro Rey no nos permitirá que mantengamos su reino en secreto: “Lo que os digo en tinieblas, decidlo en la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde las azoteas” (Mateo 10.27).

Debemos recordar que una persona no puede ni siquiera ver el reino de Dios a menos que haya nacido de nuevo. Por tanto, ¿cómo podrá alguien darse cuenta de este reino a menos que nosotros, los que hemos nacido de nuevo, les contemos? Jesús no ha contratado a una agencia publicitaria para que anuncie su reino. En su lugar, él ha comisionado a todos sus ciudadanos para que sean sus voceros.
Tan pronto Jesús regresó del desierto después de su bautismo, comenzó a predicar inmediatamente. ¿Y qué predicó? Mateo nos dice: “Desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 4.17). Jesús no tardó en viajar a través de Galilea, predicando el “evangelio del reino”. Y rápidamente comenzó a reclutar a otros para que se unieran a su reino.

Jesús no sólo les enseñó a sus discípulos acerca del reino de Dios, sino que también les dio instrucciones específicas sobre cómo predicar el evangelio del reino a otros. Inmediatamente después de elegir a sus doce apóstoles, Jesús los envió a predicar. ¿Y qué debían predicar ellos? “Y yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 10.7). 

Posteriormente, Jesús instruyó a setenta discípulos y los envió a todas partes en grupos de dos. Una vez más, les dijo que después de entrar en una ciudad, ellos deberían sanar “a los enfermos que en ella haya, y decidles: Se ha acercado a vosotros el reino de Dios” (Lucas 10.9).

Antes de su muerte, Jesús profetizó: “Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (Mateo 24.14). Y entre las últimas cosas que él les dijo a sus apóstoles estuvo: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mateo 28.19–20).
De manera que la predicación del reino no iba a terminar cuando Jesús dejara la tierra. Sus discípulos deberían predicar todas las cosas que él les había enseñado acerca del reino. Ellos deberían reclutar a otros ciudadanos para el reino. ¡El mundo entero escucharía las buenas nuevas de este reino al revés! ¡Y con el apoyo de Dios, nadie podría detenerlos!
Sólo guarden silencio y los dejaremos en paz
No es de extrañarse que fuera este aspecto ruidoso del reino lo que causara la mayor parte de los problemas. Si los discípulos se hubiesen retirado al oasis de algún desierto y hubieran comenzado allí una comunidad religiosa, lejos del mundo, probablemente no habría ocurrido ningún enfrentamiento con las autoridades gubernamentales. Como podemos ver, ni los gobiernos judíos ni los romanos molestaron a las comunidades Qumrán cerca del Mar Muerto (hasta la guerra de independencia de los judíos). Si los discípulos de Jesús hubieran seguido el mismo patrón, seguramente habrían vivido vidas largas y tranquilas.
Pero eso no habría sido aceptable para el Rey. Él también pudo haber vivido una vida larga y tranquila si hubiera permanecido callado. Pero el Padre había enviado a Jesús al mundo, no fuera de éste. Y Jesús había hecho lo mismo con sus discípulos. ¡Su misión era la de anunciar las buenas nuevas del reino, no ocultarlas!

Fue así como los apóstoles, en cuanto el Espíritu Santo fue derramado sobre ellos, salieron a predicar a Jesucristo y a contar de su reino entre sus conciudadanos judíos. Hasta aquí, las autoridades judías habían dejado en paz a los apóstoles. Pero esto era demasiado. Por tanto, arrestaron a los apóstoles y les advirtieron que dejaran de hablar de Jesús entre la gente. Pero los apóstoles respondieron valientemente: “Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hechos 4.19–20). Más adelante, ellos les dijeron a las autoridades: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5.29).

Poco después de ese incidente, las autoridades judías mataron a Esteban, uno de los discípulos. Y así comenzaron a encarcelar a cuantos cristianos podían encontrar. Pero ni siquiera eso pudo frenar el reino de Dios. Los cristianos que huyeron de Jerusalén anunciaron la palabra por dondequiera que iban (véase Hechos 8.4). ¡Los cristianos del reino no se quedan callados! Cuando el evangelio del reino llegó a Tesalónica, los judíos que estaban allí protestaron ante las autoridades: “Estos que trastornan el mundo entero también han venido acá” (Hechos 17.6).


La predicación del reino

 

Un aspecto fundamental del reino es que no puede permanecer en secreto. ¡El reino tiene que ser anunciado! Debe continuar incorporando a sus filas a nuevos súbditos. Cuando un grupo de cristianos del reino permanece en silencio, cuando pierde el interés por testificar, comienza a deteriorarse espiritualmente. Es como una corriente de agua que deja de moverse. Muy pronto comienzan a crecer las algas. Con el tiempo, el agua se vuelve salobre y hiede a podrido. Asimismo, los cristianos estancados pueden convertirse en hedor para su Rey.


BENDICIONES

FUENTE: www.laiglesiaprimitiva.com
Tomado del Libro: EL REINO QUE TRASTORNÓ EL MUNDO de David Bercot.

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