sábado, 15 de octubre de 2011

EN EL REINO NO HAY LUGAR PARA FARISEOS


En los capítulos anteriores he hablado un poco acerca del compromiso total que el reino de Dios requiere. 

No hay cabida para los indisciplinados, los inconstantes y los amantes de este mundo. Hasta aquí hemos visto que la mayor parte del género humano nunca entrará en el reino. También hemos visto que una gran parte de los que entran en el reino al final serán eliminados.

Por tanto, sería muy natural (desde una perspectiva humana caída) que los que somos ciudadanos del reino nos sintamos superiores a los no cristianos y a los cristianos mundanos. Sería fácil para un cristiano del reino despreciar a los que están fuera del reino.

Conociendo esta tendencia de nuestra carne caída, Jesús nos advirtió de antemano: “No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido. ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mateo 7.1–5).

Es cierto que los cobardes y los inconstantes no pertenecen al reino. Sin embargo, hay otro tipo de gente que tampoco pertenece allí: los críticos y los santurrones. El mandamiento de Jesús de no juzgar es tan obligatorio, y tan revolucionario, como sus enseñanzas sobre la no resistencia. 

Desgraciadamente, muchos de los que están dispuestos a obedecer lo que Jesús dijo acerca de la no resistencia y las riquezas se niegan a reconocer las palabras de Jesús “no juzguéis”. De alguna manera, ellos se han convencido a sí mismos de que Jesús no quiso decir lo que dijo.

Es mucho más fácil vivir la vida del reino si al menos podemos felicitarnos, gloriarnos en nuestra obediencia y santidad, y mirar con desdén a todos aquellos que no han alcanzado nuestro nivel de santidad. Pero cuando hacemos eso, realmente no estamos viviendo la vida del reino. Estamos alucinando. En ese caso somos más detestables para Jesús que las personas a quienes menospreciamos.



BENDICIONES

FUENTE: www.laiglesiaprimitiva.com
Tomado del Libro: EL REINO QUE TRASTORNÓ EL MUNDO de David Bercot.
 

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