Clemente de Alejandría escribió: “A los cristianos no les es permitido usar la violencia para corregir las faltas del pecado”.
Tertuliano confirmó esto, diciendo: “¿Qué diferencia hay entre el provocador y el provocado? La única diferencia es que el primero fue el primero en hacer el mal, pero el último lo hizo después. Cada uno está condenado ante los ojos del Señor por herir a un hombre. Por cuanto Dios prohíbe y además condena toda maldad. Cuando se hace un mal, no se toma en cuenta el orden. (…) El mandamiento es absoluto: no se paga mal con mal”.
Otra vez, Tertuliano escribió: “El Señor salvará a su pueblo en ese día, como a ovejas. (…) Nadie les da el nombre de “ovejas” a los que caen en combate con las armas en la mano, o a los que son asesinados mientras repelen la fuerza con la fuerza. Más bien, este nombre les es dado únicamente a los que caen, entregándose a sí mismos en sus propios lugares de servicio y con paciencia, en lugar de luchar en defensa propia”.
Lactancio fue un cristiano muy culto que escribió en la primera parte del siglo IV, diciendo: “Cuando sufrimos semejantes cosas impías, no resistimos ni siquiera de palabra. Más bien, le dejamos la venganza a Dios”.
Lactancio nuevamente dice: “El cristiano no perjudica a nadie. Él no desea la propiedad de los demás. De hecho, él ni siquiera defiende la suya propia si se la quitan por medio de la violencia. Por cuanto él sabe cómo soportar pacientemente un mal hecho en su contra”. Y dice finalmente: “No nos resistimos a los que nos lastiman, porque debemos ceder ante ellos”.
Otro escritor cristiano de la iglesia primitiva a quien no he presentado aún es Atenágoras. Él escribió una defensa del cristianismo aproximadamente en el año 175 d. de J.C., en la cual dijo:
“Hemos aprendido a no devolver golpe por golpe ni tampoco a presentar demandas en contra de los que nos saquean y roban. No sólo eso, sino que a los que nos den en una mejilla, hemos aprendido a volverle la otra también”.
BENDICIONES
FUENTE: www.laiglesiaprimitiva.com
Tomado del Libro: EL REINO QUE TRASTORNÓ EL MUNDO de David Bercot.
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