La Iglesia opinaba que los cristianos que leyeran la Biblia por sí mismos no podían esperar llegar a la doctrina “verdadera”. Tales cristianos casi siempre caían en herejías. Los cristianos ya no podían escuchar lo que el propio Jesús dijo con palabras claras. En su lugar, ellos tenían que creer lo que la Iglesia les mandaba que creyeran.
Con el tiempo, la Iglesia llegó al punto de creer que una persona podría terminar perdiendo su alma por leer y creer en las escrituras.
A consecuencia de esto, en 1229, el sínodo de Toulouse aprobó un edicto canónico que declaraba:
“A los laicos no se les permite poseer los libros del Antiguo y Nuevo Testamento, sino solamente el Salterio, el Breviario o el Pequeño Oficio de la Virgen Bendita. Y estos libros no deben estar en la lengua vernácula.”
La Biblia se había convertido en un libro peligroso. De algún modo las palabras de Jesús y sus apóstoles ya no eran seguras para que las leyera la gente inculta.
BENDICIONES
FUENTE: www.laiglesiaprimitiva.com
Tomado del Libro: EL REINO QUE TRASTORNÓ EL MUNDO de David Bercot.
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