El reino es fundamental
A diferencia de la mayoría de los sistemas teológicos, el evangelio del reino se centra en el reino de Dios, no en la salvación personal del hombre. No podemos separar la salvación del reino. Y no podemos estar entregados a Jesús si no estamos entregados a su reino.
En realidad, toda la escritura apunta hacia este reino. Desde el principio, Dios tuvo el propósito de establecer un reino especial. De hecho, él profetizó acerca de ese reino durante el período del Antiguo Testamento. De estas profecías del Antiguo Testamento una de las más importantes aparece en el capítulo 2 de Isaías:
Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones. Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová. Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra (Isaías 2.2–4).
La mayoría de los cristianos leen esta escritura como si el pasaje se estuviera refiriendo a los sucesos que tendrán lugar después de la venida de Cristo a la tierra. Y aunque sin duda también se aplica a ese tiempo, su cumplimiento está ocurriendo ahora mismo. De hecho, ha estado ocurriendo desde que Cristo comenzó su ministerio. Jesús inauguró su reino cuando él vino a la tierra e invitó a sus oyentes a entrar en él.
Al principio, los judíos fueron los únicos que recibieron la invitación de entrar en el reino, pero luego se abrió el camino para todos. Y la gente de todas las naciones comenzó a “correr a él”. Los que entraron en este reino “volvieron sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces”. Ellos ya no volvieron a levantar la espada los unos contra los otros, y olvidaron la guerra para siempre.
Jesús ha hecho un pacto para asignarle un reino a los que anden en sus caminos: “Pero vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas. Yo, pues, os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí” (Lucas 22.28–29).
Y nuevamente: “Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono” (Apocalipsis 3.21).
Quién puede entrar en el reino
Dios les ha dado a todos los seres humanos la oportunidad de ser ciudadanos de su reino. Él no eligió arbitrariamente a un grupo específico del género humano para destinarlo a ser parte de su reino y enviar el resto al castigo eterno. ¿Cuál habría sido el propósito de semejante cosa? Si estar en el reino fuera el resultado de una elección arbitraria, Dios habría elegido a todas las personas para que estuvieran en el reino, porque él no quiere “que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3.9).
La elección que Dios hace de sus ciudadanos eternos es cualquier cosa menos arbitraria. No, Dios desea llenar su reino con esa pequeña minoría del género humano que realmente lo ama. El reino es para aquellos que verdaderamente desean andar en sus caminos. Y él quiere en su reino sólo a aquellos que creen que él hará lo que ha prometido. Él sólo desea a aquellos que tienen fe en que sus leyes y sus caminos son siempre correctos, buenos y lo mejor para sus súbditos.
¿Y cómo determina Dios quiénes son los que reúnen estos requisitos? Él nos prueba. ¿Notó usted las palabras de Jesús que cité anteriormente?
“Pero vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas” y “Al que venciere”.
Habrá pruebas y tribulaciones para los que entren en su reino. Como Pablo dijo: “Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios” (Hechos 14.22).
De hecho, Dios siempre ha probado al género humano, incluso antes de que su reino eterno fuera anunciado. Una de las primeras cosas que él hizo después de crear a los primeros seres humanos fue ponerlos a prueba.
Él probó a Noé al mandarle que construyera un arca. Él probó a Abraham al decirle que ofreciera a su hijo Isaac en sacrificio. Como la escritura nos dice: “Jehová prueba al justo” (Salmo 11.5). Y nuevamente nos dice: “El crisol para la plata, y la hornaza para el oro; pero Jehová prueba los corazones” (Proverbios 17.3). Y: “Porque el Dios justo prueba la mente y el corazón” (Salmo 7.9).
BENDICIONES
FUENTE: www.laiglesiaprimitiva.com
Tomado del Libro: EL REINO QUE TRASTORNÓ EL MUNDO de David Bercot.
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