¿Que dice la Biblia de amar a nuestros enimigos?
Através de los años, los cristianos que no se sienten cómodos con la no resistencia me han preguntado acerca de varios pasajes bíblicos que, al parecer, contradicen la doctrina de la no resistencia. Veamos, pues, algunos de estos pasajes.
Pregunta:
Jesús dijo que él no vino para traer paz a la tierra, sino espada. Al decir esto, ¿no estaba autorizando la guerra?
Es cierto que Jesús dijo: “No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada” (Mateo 10.34). Al fijarnos en esa sola declaración, podríamos creer que Jesús estaba diciendo que sus seguidores necesitarían tomar la espada para luchar por el reino. Sin embargo, cuando leemos todo el pasaje, resulta evidente que esa no era la intención de Jesús.
En realidad, la declaración de Jesús forma parte de las instrucciones que él les dio a los doce apóstoles cuando los envió a predicar. Analicemos todo el pasaje:
He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas. Y guardaos de los hombres, porque os entregarán a los concilios, y en sus sinagogas os azotarán (…). El hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo; y los hijos se levantarán contra los padres, y los harán morir. Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre; mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo.
Cuando os persigan en esta ciudad, huid a la otra (…). Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno. (…) A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Y a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos.
No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa. El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará (Mateo 10.16–39).
Cuando leemos todo el pasaje, enseguida podemos darnos cuenta de que Jesús difícilmente está autorizando a sus apóstoles a tomar armas y librar guerras santas contra los que se oponen al reino. Todo lo contrario. Él les dijo a sus apóstoles que los estaba enviando como ovejas en medio de lobos. Las ovejas no portan armas, y ellas no matan a los lobos. En cambio, son los lobos los que matan a las ovejas. Jesús les estaba diciendo que ellos deberían estar dispuestos a morir por él. Si ellos no estaban dispuestos a morir por él, no eran dignos de él. Lo único que él los autorizó a hacer en caso de violencia fue huir a otro lugar si podían.
En los tiempos antiguos, la espada servía para dos propósitos. El uso que normalmente nos llega a la mente era el de la guerra, donde la espada se usaba para matar. Sin embargo, la espada también era una herramienta que se usaba para cortar y partir. Las escrituras hablan de la palabra de Dios como algo “más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu” (Hebreos 4.12).
En Mateo 10.34, ¿no está Jesús hablando de la espada de división? Pues dice: “Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa”.
¿Estaba Jesús diciendo que las madres y las hijas tomarían la espada de guerra contra sí mismas y que se matarían unas a otras? ¿Estaba él autorizando a los cristianos a que mataran a sus padres e hijos, o más bien estaba él diciendo que el evangelio del reino provocaría divisiones entre las familias?
Creo que la mayoría de nosotros puede ver que él se refería a esto último. Nuestra propia familia puede desconocernos y perseguirnos. No obstante, si les damos más prioridad a ellos que a nuestro Señor, no somos dignos de él.
Ahora bien, reflexionemos un momento en lo que Jesús dijo en Mateo 10 con relación a las prioridades. Él dijo: “El que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí”. Si él no nos permite amar ni siquiera a nuestros propios hijos más que a él, ¿por qué suponemos que es aceptable amar a nuestro país más que a él?
Pregunta:
¿Qué tal de los soldados que vinieron a ver a Juan el Bautista? Juan no les dijo que depusieran sus espadas o que abandonaran el ejército.
Leamos juntos el pasaje. Dice: “Vinieron también unos publicanos para ser bautizados, y le dijeron: Maestro, ¿qué haremos? Él les dijo: No exijáis más de lo que os está ordenado. También le preguntaron unos soldados, diciendo: Y nosotros, ¿qué haremos? Y les dijo: No hagáis extorsión a nadie, ni calumniéis; y contentaos con vuestro salario” (Lucas 3.12–14).
La palabra griega que la versión Reina-Valera traduce como “extorsión” es diaseio, que literalmente significa “sacudir violentamente”. Así que, tal vez Juan sí estaba diciendo a los soldados que no asaltaran ni mataran a otras personas.
No obstante, sin tener en cuenta cómo interpretemos la palabra griega diaseio, se mantiene el hecho de que Juan era un profeta del orden antiguo, no del nuevo. Juan ni siquiera era un ciudadano del nuevo reino de Dios. Sabemos esto porque Jesús les dijo a sus discípulos: “De cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él” (Mateo 11.11). Y nuevamente, Jesús dijo: “La ley y los profetas eran hasta Juan; desde entonces el reino de Dios es anunciado” (Lucas 16.16).
En resumen, Juan fue un precursor que preparó el camino para Jesús. Aunque su mensaje acerca del arrepentimiento incluyó muchas de las cosas que Jesús predicó, él fue el último profeta judío, no el primer profeta cristiano. Dios no envió a Juan a que explicara el evangelio del reino.
Pregunta:
¿Qué tal del centurión romano? Jesús no le dijo que él tenía que abandonar el ejército. ¿Qué tal de Cornelio? La Biblia no dice que él abandonó el ejército después de su conversión.
Ante todo, echémosle un vistazo al pasaje con relación al centurión: “Entrando Jesús en Capernaum, vino a él un centurión, rogándole, y diciendo: Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, gravemente atormentado. Y Jesús le dijo: Yo iré y le sanaré. Respondió el centurión y dijo: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra, y mi criado sanará. (…) Entonces Jesús dijo al centurión: Ve, y como creíste, te sea hecho. Y su criado fue sanado en aquella misma hora” (Mateo 8.5–13).
Lo cierto es que Jesús no dijo absolutamente nada acerca de la profesión de este hombre. Él no expresó ni aprobación ni desaprobación. De hecho, lo importante en este pasaje no era destacar que este hombre era un centurión. Más bien, que era un gentil. Es por ello que Jesús comentó: “De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe” (Mateo 8.10).
Este incidente anticipaba el hecho de que posteriormente los gentiles mostrarían ser más sensibles al evangelio que el pueblo de Israel.
El encuentro de Jesús con el centurión romano es muy similar a su encuentro con la samaritana en el pozo. Ella estaba viviendo con un hombre con quien no estaba casada. Sin embargo, Jesús no le dijo que dejara a ese hombre, ¿verdad? ¿Quiere decir eso que Jesús aprobaba el amancebamiento?
En cuanto al caso de Cornelio, las escrituras no dicen nada, ni en una u otra manera, acerca de lo que él hizo después de su conversión. No hay evidencia de que Cornelio continuara usando la espada luego de hacerse cristiano.
A decir verdad, las escrituras nos cuentan relativamente poco de la vida de los conversos después de llegar a ser cristianos. Pienso que la mayoría de nosotros creemos que si los nuevos conversos estaban involucrados en oficios inapropiados, ellos cambiaron sus ocupaciones después de sus conversiones. Por ejemplo, muchas prostitutas creyeron en Jesús. Podemos asumir correctamente que ellas dejaron su prostitución, pero las escrituras no hablan del asunto (véase Mateo 21.31–32).
Pregunta:
Sí, ¿pero acaso Jesús no azotó a los cambistas y los echó fuera del templo a la fuerza?
Leamos ese relato: “Estaba cerca la pascua de los judíos; y subió Jesús a Jerusalén, y halló en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas allí sentados. Y haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado” (Juan 2.13–16).
De manera que, ¿contra quién o qué usó Jesús el látigo? El relato no dice, ¿verdad? Por lo general, las ovejas sólo siguen a su propio pastor. Por tanto, ¿cómo podía hacer Jesús que las ovejas y los bueyes abandonaran el patio del templo? Sin hacer un milagro (lo cual no quiso realizar en esta ocasión), la forma más razonable de sacar a los animales del templo era echándolos fuera con un látigo. No hay absolutamente ninguna evidencia de que Jesús usó su látigo contra la gente.
Sin embargo, este relato sí arroja una luz importante sobre el tema de la no resistencia. Jesús demostró que ser no resistente no significa que una persona no pueda ser enérgica o que no pueda denunciar el pecado. Por supuesto, siendo el Hijo de Dios, él tenía mucho más autoridad que la que usted y yo tenemos. Los apóstoles nunca expulsaron a los cambistas del templo.
Pregunta:
Tal vez las enseñanzas de Jesús sobre la no resistencia fueron temporales. ¿No les dijo él a sus discípulos posteriormente que compraran espadas?
El pasaje al que se hace referencia aquí aparece en Lucas 22.35–36: “Y a ellos dijo: Cuando os envié sin bolsa, sin alforja, y sin calzado, ¿os faltó algo? Ellos dijeron: Nada. Y les dijo: Pues ahora, el que tiene bolsa, tómela, y también la alforja; y el que no tiene espada, venda su capa y compre una.”
A primera vista, resulta fácil ver cómo alguien podría pensar que este pasaje está contrarrestando las enseñanzas anteriores de Jesús sobre la no resistencia. Pero cuando leemos el resto del capítulo, vemos que este no era el caso. Inmediatamente, después de decirles a sus apóstoles que compraran una espada, Jesús explicó: “Porque os digo que es necesario que se cumpla todavía en mí aquello que está escrito: Y fue contado con los inicuos” (Lucas 22.37). De manera que el propio Jesús explicó sus palabras. El propósito de las espadas fue simplemente para que se cumpliera la profecía de Isaías 53.12, la cual decía que Jesús sería contado con los pecadores.
El versículo que sigue a éste es más claro aún:
“Entonces ellos dijeron: Señor, aquí hay dos espadas. Y él les dijo: Basta” (Lucas 22.38). Obviamente, Jesús no les estaba diciendo a sus apóstoles que se prepararan para un conflicto armado. Al fin y al cabo, dos espadas no eran suficientes para defender a doce hombres. Más bien, las dos espadas eran suficientes para que se cumpliera la profecía del Antiguo Testamento.
El resto de este pasaje en Lucas, con relación al arresto de Jesús, aclara el asunto aun más: “Viendo los que estaban con él lo que había de acontecer, le dijeron: Señor, ¿heriremos a espada? Y uno de ellos [Pedro] hirió a un siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Entonces respondiendo Jesús, dijo: Basta ya; dejad. Y tocando su oreja, le sanó” (Lucas 22.49–51). Así que, finalmente, Jesús no les permitió a sus discípulos que usaran las dos espadas en defensa propia. Él incluso sanó el daño hecho por la espada.
Jesús empleó este episodio con las espadas para enseñar una lección práctica. El peor crimen en la historia de la humanidad estaba a punto de suceder. El inocente Hijo de Dios iba a ser arrestado, torturado y asesinado injustamente. Si alguna vez hubo un momento para que los cristianos usaran la espada, ¡sin lugar a dudas fue éste! Sin embargo, Jesús no les permitió a sus discípulos que usaran la espada ni para defenderlo a él ni para defenderse a sí mismos. Cuando él les dijo que no resistieran al que es malo, ¡fue eso exactamente lo que él quiso decir! Incluso cuando estaba por cometerse el crimen de todos los crímenes.
El relato de Mateo añade un detalle más de lo que Jesús le dijo a Pedro: “Entonces Jesús le dijo: Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomen espada, a espada perecerán. ¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles?” Cuando Dios quiere protegernos, sus ángeles son suficiente.
Tal como Tertuliano lo expresó posteriormente: “Al desarmar a Pedro, el Señor desarmó a todo soldado”.
¿Qué quiso decir Jesús cuando dijo: “Porque todos los que tomen espada, a espada perecerán”? Esa declaración es muy similar a las palabras anteriores de Jesús: “El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará” (Mateo 10.39). Si depositamos nuestra confianza en las armas militares y en el poder del mundo, al final pereceremos en esa confianza.
Después de estos pasajes ya no volvemos a leer que los discípulos de Jesús alguna vez portaran espadas o lucharan para defenderse a sí mismos. El libro de Hechos detalla gráficamente la no resistencia de los apóstoles y de otros cristianos. Los cristianos fueron perseguidos por turbas, por las autoridades judías y por los gobernantes gentiles. Pero en ningún caso opusieron ellos resistencia física. Esteban no se defendió de la turba que lo capturó. Y hasta en su muerte él mostró su amor por sus enemigos, diciendo: “Señor, no les tomes en cuenta este pecado” (Hechos 7.60).
El libro de Hechos nos cuenta que inmediatamente después de la muerte de Esteban, “hubo una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén” (Hechos 8.1). Y entonces, ¿qué hicieron los discípulos de Jesús? ¿Acaso se armaron y contraatacaron? No. Lucas nos dice: “Y todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles” (Hechos 8.1). La única acción autorizada por Jesús a sus seguidores en caso de persecución fue la de huir. Y eso fue precisamente lo que ellos hicieron.
La permanencia de las enseñanzas de Jesús
Al final del Sermón del Monte, el cual contiene muchas de las leyes del reino de Dios, Jesús les dijo a sus oyentes: “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca” (Mateo 7.24–25).
La idea de una roca como fundamento o cimiento nos da un cuadro de algo permanente. La ley de Moisés había durado mil quinientos años, pero con el tiempo fue cumplida. Dicha ley mostró ser temporal. Sin embargo, las enseñanzas de Jesús son permanentes. Al fin y al cabo, ellas no serían análogas a una roca si Jesús o los apóstoles hubieran abolido sus enseñanzas en un plazo de unos pocos años después que él las dio. No, sus enseñanzas no cambian. Ellas se aplican a nosotros tan literal y absolutamente como se aplicaron a los primeros oyentes de Jesús.
Tal y como he citado anteriormente: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13.8).
BENDICIONES
FUENTE: www.laiglesiaprimitiva.com
Tomado del Libro: EL REINO QUE TRASTORNÓ EL MUNDO de David Bercot.
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