Dios nos probará
Una parte crucial de la teología del reino es el hecho de comprender que Dios nos probará. Nuestra fe será probada para ver si realmente amamos al Jesús verdadero. Es por eso que Santiago nos dice:
“Hermanos míos, tened por sumo gozo cundo os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia” (Santiago 1.2–3).
Pablo escribió:
“Sino que según fuimos aprobados por Dios para que se nos confiase el evangelio, así hablamos; no como para agradar a los hombres, sino a Dios, que prueba nuestros corazones” (1 Tesalonicenses 2.4).
Esto no es algo nuevo que apareció con el reino. Dios siempre ha obrado de esta manera. Por ejemplo, Dios les dio diversas instrucciones a los israelitas a modo de pruebas. Él les dijo que no almacenaran maná durante la noche (excepto antes del día de reposo), pero algunos israelitas lo hicieron de todos modos.
Entonces él les dijo que almacenaran maná antes del día de reposo, pero algunos israelitas no escucharon (véase Éxodo 16.19–30).
Dios les dijo a los israelitas que destruyeran todo lo de Jericó, pero Acán se quedó con una parte del oro.
Cuidado con los mandamientos “abolidos”
Una de las principales maneras en que Dios nos prueba es dándonos un mandamiento claro y luego permitiendo que alguien lo contradiga.
Un buen ejemplo de esto es el episodio que se describe en Reyes sobre el profeta de Judea a quien Dios envió para confrontar a Jeroboam. El profeta arriesgó su vida valientemente para entregarle su mensaje a Jeroboam como Dios le había ordenado. Dios hasta hizo milagros por medio de él.
Al reconocerlo como un verdadero profeta, el Rey Jeroboam lo invitó a que se refrescara en el palacio del rey antes de regresar a casa. Pero el profeta respondió: “Aunque me dieras la mitad de tu casa, no iría contigo, ni comería pan ni bebería agua en este lugar. Porque así me está ordenado por palabra de Jehová, diciendo: No comas pan, ni bebas agua, ni regreses por el camino que fueres” (1 Reyes 13.7–10).
Hasta aquí, todo iba bien. El profeta de Judea había pasado todas las pruebas de Dios.
Pero cuando el profeta de Judea regresaba a casa, otro profeta de Dios, que vivía en Bet-el, alcanzó al profeta de Judea y “le dijo, mintiéndole: Yo también soy profeta como tú, y un ángel me ha hablado por palabra de Jehová, diciendo: Tráele contigo a tu casa, para que coma pan y beba agua” (1 Reyes 13.18).
¡Hummm...! Esto le añadía una nueva dimensión a la prueba. Dios aparentemente había cambiado sus instrucciones. De manera que el profeta de Judea se quedó y comió con el profeta de Bet-el. ¿Cuál fue el resultado? En su viaje de regreso a Judea, un león atacó y mató al profeta.
Es una historia triste, pero ilustra muy bien lo que Pablo dijo siglos después:
“Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema” (Gálatas 1.8).
Si Dios nos da un mandamiento claro, él no va a contradecirlo después. Eso pondría a sus siervos en una situación imposible; tendrían que decidir si la revocación realmente ha venido de Dios o no.
Desde el tiempo de Moisés, sólo ha habido una situación en que Dios sí alteró algunos de sus mandamientos anteriores… eso fue con la llegada del reino. Pero en aquella ocasión única, Dios no envió simplemente a un mensajero humano, ni aun a ningún ángel, para anunciar el cambio. Él envió a su Hijo unigénito, quien hizo los suficientes milagros como para satisfacer a cualquier escéptico.
La venida de Jesús fue la etapa final del propósito de Dios para el género humano. Ningún ángel o humano tiene el poder para revocar algo que Jesús enseñó. Y el Padre nunca va a contradecir a su propio Hijo. De modo que los mandamientos de Jesús se mantienen inalterables hasta el fin del mundo. Como ya he citado antes:
“Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13.8).
Este problema de contradecir los mandamientos expresos de Dios se remonta al Huerto de Edén. Dios le había dicho a Adán claramente:
“De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás”.
Pero la serpiente le dijo a Eva:
“No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Génesis 3.4–5).
Así Dios dijo una cosa, y la serpiente dijo otra. La mayoría de nosotros diríamos: “¡Qué prueba más fácil!” No obstante, increíblemente, ¡nuestros primeros padres no pasaron el examen! Eva de veras le creyó a la serpiente, y Adán estuvo de acuerdo con ella en lugar de enfrentar a su esposa cuando ella se equivocó.
Pero, ¿acaso nosotros los cristianos somos diferentes?
Nosotros leemos los mandamientos claros y precisos de Jesús. Sin embargo, cuando un predicador o comentarista de la Biblia contradice directamente a Jesús, nosotros decidimos creerle a tal persona en lugar de creerle a Jesús.
BENDICIONES
FUENTE: www.laiglesiaprimitiva.com
Tomado del Libro: EL REINO QUE TRASTORNÓ EL MUNDO de David Bercot.
paz a vosotros
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