lunes, 17 de octubre de 2011

LA TEOLOGÍA SE CONVIERTE EN LA ESENCIA DEL CRISTIANISMO


Después de Nicea, la Iglesia llegó a creer que la esencia del cristianismo es la teología. La Iglesia suponía que las personas podían ser cristianas simplemente al darle aprobación mental a un listado de doctrinas… sin un cambio radical en sus vidas.

Lo que es más aún, la Iglesia ya no estaba satisfecha con la teología elemental del evangelio del reino. Más bien, ahora ésta se concentraba en puntos minuciosos de la teología que el cristiano común probablemente no alcanzaría a comprender. De modo que Nicea dio origen a un tipo de cristiano totalmente nuevo: el teólogo o padre de la Iglesia. Y desde la aparición de estos teólogos, la Iglesia no ha conocido un solo año de paz libre de polémicas teológicas.

El obispo del siglo IV, Hilary de Pointers, dijo: “La semejanza parcial o total del Padre y del Hijo es un tema de discusión para estos tiempos convulsos. Cada año, no, cada mes, inventamos nuevos credos para describir misterios invisibles. Nos arrepentimos de lo que hemos hecho, defendemos a los que se arrepienten, anatematizamos a aquellos a quienes defendimos. Lo mismo condenamos la doctrina de los demás en nosotros mismos, que la nuestra propia en la de los demás. Y desgarrándonos los unos a los otros de forma recíproca, nosotros hemos sido la causa de la ruina mutua”.

El siglo IV fue testigo de varios concilios de la Iglesia, y las discusiones entre los teólogos se hicieron cada vez más maliciosas. Estos teólogos, sin excepción, no se atribuían a sí mismos otra cosa que no fuera virtud y motivos puros, pero les imputaban el mal y motivos ocultos a sus adversarios. Nadie estaba dispuesto a creer que los errores sostenidos por sus adversarios podrían ser inocentes o que su fe quizá era sincera.

Nadie era capaz de acercarse a su hermano en amor, en un intento por ayudarlo a ver la verdad. Más bien, los teólogos sólo buscaban refutar y condenar a sus adversarios. No es de extrañarse que un historiador secular romano de ese tiempo, Ammianus Marcellinus, dijera que la enemistad que los primeros cristianos sentían los unos por los otros sobrepasaba la furia de las bestias salvajes contra los hombres.

Antes de transcurrido un siglo después de Nicea, la Iglesia primitiva ya creía que el simple hecho de estudiar la Biblia no era suficiente para darle a alguien una comprensión acertada de la fe. También era necesario estudiar los escritos de estos nuevos padres de la Iglesia y los decretos de los varios concilios de la Iglesia primitiva. Sólo por el hecho de que un hombre fuera devoto y estuviera familiarizado con las escrituras no significaba que estuviera capacitado para predicar en la Iglesia. Lo que importaba no era el conocimiento que tuviera un hombre de lo que las escrituras decían, sino más bien su conocimiento de lo que la Iglesia decía.

Una vez que el veneno de este “nuevo cristianismo” hizo su efecto hasta en lo profundo de la Iglesia, ésta declaró que nadie, sin importar cuan piadoso fuera, podría predicar el evangelio (ya fuera dentro o fuera de una iglesia) sin la autorización oficial de la Iglesia. Predicar sin una licencia se convirtió en un delito castigado con encarcelamiento e incluso la muerte.

Esta nueva ley no necesariamente se debía a que la Iglesia deliberadamente quisiera mantener a la gente en las tinieblas. Me parece que los motivos de la Iglesia eran sinceros. Los predicadores sin licencia habrían podido malentender las escrituras y de ese modo engañar a la gente, haciendo que perdieran la vida eterna. Pero, nuevamente, la Iglesia primitiva estaba haciendo uso de los medios humanos para resolver los problemas en lugar de confiar en los métodos de Dios.



BENDICIONES

FUENTE: www.laiglesiaprimitiva.com
Tomado del Libro: EL REINO QUE TRASTORNÓ EL MUNDO de David Bercot.
 

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