“Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mateo 7.13–14).
El camino a la vida eterna es realmente estrecho y difícil. Hay grandes abismos en ambos lados.
Por una parte está el abismo de la indisciplina y la mundanería. La mayoría de los cristianos profesos caen en este abismo. El camino del reino es demasiado exigente para ellos. Ellos desean un camino más fácil. Y no faltan los predicadores que les digan que realmente no tienen que obedecer las enseñanzas de Jesús. Esos mismos predicadores también les dicen que ellos no tienen que separarse del mundo.
Al otro lado del camino estrecho está el abismo del fariseísmo. Este es el abismo de la santurronería. Si no caemos en el primer abismo, estamos más propensos a caer en el otro. El camino no es fácil.
En 1981, yo trabajaba como abogado corporativo para una pequeña compañía petrolera en el este de Texas. Un día fuimos citados a una audiencia con la Comisión Ferroviaria de Texas en Austin.
Probablemente le parezca extraño a alguien que no es tejano, pero en Texas la agencia estatal que regula la producción de petróleo y gas es la Comisión Ferroviaria. De todas formas, debíamos asistir a una audiencia para cambiar las leyes de cierto yacimiento de gas. Puesto que nuestra compañía tenía su propio helicóptero, nosotros decidimos volar hasta Austin. Ya rumbo al lugar, nos detuvimos y recogimos a un ingeniero petrolero y a un geólogo de Fina, quienes también iban a la misma audiencia.
La reunión en Austin se desarrolló sin novedad. Durante el viaje de regreso, yo me senté en la cabina con el piloto y me puse a observar como éste piloteaba el helicóptero. Entonces me dije a mí mismo: Eso no parece muy difícil; probablemente yo podría hacerlo. Así fue como le pregunté al piloto si él me permitiría tomar los controles por un rato, y él aceptó de buena gana. Le pregunté lo que tenía que hacer, y él me mostró una esfera pequeña en el panel de instrumentos.
—Todo lo que tienes que hacer es mantener esa esfera en el centro —me explicó.
Bueno, aquello parecía muy fácil. Le dije que estaba listo, y él me entregó los controles.
Sin embargo, pronto me di cuenta de que mantener la esfera en el centro no era nada fácil para un novato. Los controles eran tan sensibles que el más mínimo movimiento hacía que el helicóptero se tambaleara en una dirección y luego en la otra dirección cuando yo trataba de corregir mi error. Así avanzamos, zigzagueando a través de los cielos de Texas mientras yo trataba desesperadamente de mantener aquella esfera pequeña en su lugar. Finalmente, el ingeniero de Fina quien se encontraba en el asiento trasero y se sentía mareado, gritó:
—¡Quite a ese abogado de los controles!
El piloto no demoró en hacerse cargo de los controles nuevamente. Cuando aterrizamos para dejar a los dos hombres de Fina, ambos me lanzaron miradas molestas.
De hecho, aconteció que al mes siguiente debíamos viajar a Austin una vez más para una segunda audiencia. De manera que nos comunicamos con Fina para ver si sus ingenieros querían acompañarnos otra vez en el helicóptero. Ellos se negaron cortésmente, diciendo que irían en auto y nos encontraríamos allá. Creo que ellos temían que yo pudiera tomar los controles otra vez.
Vivir la vida cristiana se parece bastante a pilotear un helicóptero. Tenemos que mantenernos en el centro del camino. Y no es fácil hacerlo, porque el camino es estrecho. Lo angosto de este camino no nos permite zigzaguear. No debemos desviarnos hacia el abismo de la mundanería ni hacia el abismo de la santurronería. Tenemos que mantenernos en el rumbo correcto.
BENDICIONES
FUENTE: www.laiglesiaprimitiva.com
Tomado del Libro: EL REINO QUE TRASTORNÓ EL MUNDO de David Bercot.
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