miércoles, 12 de octubre de 2011

DAD A DIOS LO QUE ES DE DIOS

El conflicto de los reinos

 

Ahora bien, volvamos por un momento a nuestro ejemplo de Joe Americano que vive en Alemania. 

¿Qué tal si las leyes de Alemania entran en conflicto con las leyes de los Estados Unidos? Por ejemplo, ¿qué tal si, para obedecer las leyes de Alemania, Joe tuviera que cometer un acto desleal contra los Estados Unidos? En ese caso, Joe tendría que decidir dónde quiere él su ciudadanía permanente. Ya que cuando surja un conflicto, él no podrá obedecer a ambos gobiernos. Él tendrá que elegir.

Para ilustrar esto mejor, supongamos que Alemania y los Estados Unidos entran en guerra. ¿Tendría los Estados Unidos la autoridad de reclutar a Joe en sus filas aunque él viva en un país extranjero? Desde luego. ¿Tendría Alemania la autoridad de reclutar a Joe, aunque él no es un ciudadano alemán? Sí, por supuesto. ¿Podrá Joe consentir en su reclutamiento por parte del ejército alemán y prestarle juramento militar a Alemania? ¡No si él desea continuar siendo un ciudadano americano! Él no puede servir a dos amos. Él tendría que decidir cuál gobierno será su amo absoluto y cuál recibirá sólo una obediencia relativa.


Dad a Dios lo que es de Dios

 

A partir de la lectura de los pasajes anteriores de Romanos 13, algunas personas han terminado creyendo que los gobiernos terrenales bajo cuya influencia vivimos tienen todo derecho sobre nosotros. Ellos creen que debemos toda nuestra lealtad, y hasta nuestras propias vidas, a la nación en la cual vivimos. Sin embargo, las escrituras nunca dicen esto.

Nunca debemos olvidar la respuesta de Jesús cuando los fariseos y los herodianos le preguntaron si era lícito dar tributo al César. Él les dijo: “Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Mateo 22.21).

Por favor, note que los fariseos y los herodianos no le habían preguntado a Jesús por Dios. Ellos sólo le habían preguntado por el tributo. Al traer a Dios a colación, Jesús demostró que estos interrogadores tenían una visión muy corta. Sus corazones estaban enfocados en las cosas de este mundo, no en las cosas eternas. Por supuesto, ellos debían dar tributo al César. ¿Por qué? Porque su imagen estaba grabada en sus monedas. Dios no acuñó aquellas monedas. Fue el César quien lo hizo. Así que, denle a él lo que ya es de él.

Pero, ¿qué tal de nosotros los humanos? ¿Qué imagen está impresa en nosotros? ¿Acaso la imagen del César? No. Dios nos creó a su imagen. Nosotros pertenecemos a él. Por lo tanto, Dios tiene el derecho supremo sobre nuestras vidas. El César sólo tiene derecho sobre las cosas que él ha creado. Él no ha creado nuestros cuerpos ni nuestras almas. Por tanto, él no tiene derecho sobre ninguna de las dos cosas.

En Romanos 13, Pablo nos dijo que nos sometamos a las autoridades superiores o gobernantes. Pero luego él pasa a describir las áreas de sujeción a las cuales se está refiriendo: “Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra. No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley” (Romanos 13.7–8).

Por favor, note que Pablo sólo menciona las cosas terrenales: tributo, impuestos, respeto y honra. Todas estas cosas están en el mundo del César. Resulta muy notable el hecho de que Pablo no mencionó el servicio militar entre las cosas que les debemos a las autoridades gobernantes.

Como he destacado anteriormente, la mayoría de los gobiernos terrenales no están satisfechos solamente con lo que es del César. Ellos también desean lo que es de Dios. Ellos creen que tienen derecho a la lealtad absoluta e incondicional de todos sus ciudadanos. Ellos incluso se creen dueños de las vidas de sus ciudadanos y, en gran medida, sus almas. Pero como Tertuliano preguntó: “¿Cuáles cosas serán de Dios si todas las cosas son del César?”

En realidad, ¿qué les queda a la mayoría de los cristianos profesos para darle a Dios? Ellos, como de costumbre, le han dado sus vidas, su dinero, su juventud, sus almas y su lealtad incondicional al César. ¿Qué les queda para darle al reino de Cristo? Nada, salvo algunas migajas de sobra: sus diezmos y unas pocas horas semanales de su tiempo. ¡Y creen que eso será aceptable para Jesús!

CONTINUA.....

BENDICIONES

FUENTE: www.laiglesiaprimitiva.com
Tomado del Libro: EL REINO QUE TRASTORNÓ EL MUNDO de David Bercot.

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