Los católicos no vacilaban en invadir las tierras de otros católicos ni en asesinar a la gente católica que vivía en esas tierras. Temiendo que los lombardos también ocuparan Roma, el Papa Esteban hizo un viaje a Galia para tratar de convencer a Pepin, Rey de los francos, de que él debía acudir en ayuda del Papa.
El Papa le mostró a Pepin la falsa Donación de Constantino y lo instó, como buen rey cristiano, a recuperar y “restituir” las ciudades italianas para San Pedro y sus sucesores, los papas. Dejándose engañar por la Donación falsa, los francos acudieron en ayuda del Papa, derrotaron a los lombardos y le devolvieron al Papa unas veinte ciudades italianas, creando un bloque de territorios conocido a partir de esa fecha como los Estados Pontificios.
Por supuesto, todo este poder mundano y los inmensos ingresos tributarios procedentes de los Estados Pontificios convirtieron el oficio de Papa en algo muy envidiable para los hombres con motivos menos que piadosos. Distintas facciones de familias poderosas en Roma pelearon entre sí por adquirir el “trono de Pedro”. En un año, cuatro hombres ocuparon el trono papal, habiendo sido asesinados los tres primeros.
Dos reinos, dos nombres
En el año 954, Alberico, príncipe de Roma, se preparaba para ir a la batalla cuando repentinamente se enfermó con una fiebre mortal. Al darse cuenta de que estaba a punto de morir, Alberico convocó a los otros nobles de Roma junto a la tumba de San Pedro.
Allí, Alberico le pidió a los nobles que juraran sobre los huesos de Pedro que ellos elegirían a su hijo de quince años, Octaviano, como príncipe de Roma después de su muerte. Él también los hizo jurar que ellos convertirían a Octaviano en el próximo Papa, una vez que muriera el Papa actual. Los nobles así lo juraron.
De manera que a la edad de quince años, Octaviano se convirtió en el príncipe de Roma. Un año después, también se convirtió en Papa.
A fin de distinguir cuándo él estaba actuando en su calidad oficial de príncipe de Roma, y cuándo estaba actuando en su calidad de Papa, a Octaviano se le ocurrió una brillante idea. En su calidad de Papa, él adoptó el nombre artificial de Juan XIII. Como príncipe de Roma, él usó su nombre verdadero, Octaviano. Él gobernaba sobre dos reinos, ¿por qué, entonces, no tener dos nombres? El precedente que Octaviano sentó de adoptar un nombre falso ha permanecido como la práctica de los papas desde entonces.
Octaviano (el Papa Juan) protegió su pontificado y su principado haciéndose rodear de pandillas y matones armados. Él fue tan increíblemente malvado que un historiador lo ha llamado un “Calígula cristiano”.
Él fue adicto a las bebidas alcohólicas, a los juegos de azar con apuestas grandes y a toda clase de libertinaje que uno pudiera imaginarse. Él prácticamente convirtió el Palacio de Letrán en una casa de prostitución.
Sus contemporáneos presentaron cargos en su contra que decían que las mujeres peregrinas estaban siendo violadas dentro de la mismísima iglesia de San Pedro.
Finalmente, por medio de la ayuda del rey germano Otto, algunos de los sacerdotes y obispos convocaron un concilio para presentar al Papa Juan ante un juicio eclesiástico. Sin embargo, el Papa Juan se negó a asistir, y se ocultó en un escondite.
Una vez que los ejércitos germanos abandonaron la ciudad, el Papa regresó a Roma y desahogó su furia sobre los clérigos que habían testificado en su contra en el concilio. Un sacerdote fue azotado hasta casi morir. A otro le arrancaron la lengua, a un tercero le cortaron una mano y a un cuarto clérigo le cortaron la nariz y los dedos.
BENDICIONES
FUENTE: www.laiglesiaprimitiva.com
Tomado del Libro: EL REINO QUE TRASTORNÓ EL MUNDO de David Bercot.
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