Los valdenses
Los valdenses fueron el movimiento del reino más significativo de la Edad Media. Este movimiento comenzó aproximadamente en el año 1170 en la bulliciosa ciudad medieval de Lyón, Francia. Allí vivía un rico comerciante llamado Waldesius. Él disfrutaba de su riqueza y le encantaba poder moverse dentro de los círculos de poder de su ciudad. Waldesius era un buen católico; asistía a misa todas las semanas.
Pero un día después de misa, Waldesius se encontró con un trovador que cantaba una balada acerca de un cristiano del siglo IV llamado Alexis. Alexis había sido un pagano rico y mimado, hijo de un senador romano rico. Sin embargo, el día en que Alexis iba a casarse, Cristo irrumpió repentinamente en su vida.
Conmovido hasta lo más profundo a causa de su conversión, Alexis lo dejó todo: su familia, sus riquezas y hasta su prometida. Tras llevarse apenas la ropa que vestía, él viajó a través de Europa y Siria. Allí pasó la mayor parte de su vida orando y ayunando, sirviendo a otros y compartiendo el amor de Jesús. Él soportó la pobreza y grandes sufrimientos por causa de Cristo.
Años más tarde, con una salud muy pobre y su cuerpo desfigurado, Alexis regresó a Roma. Sin embargo, la familia y los amigos de Alexis no lo reconocieron, ya que él les parecía simplemente un mendigo mugriento. De manera que Alexis decidió mantener en secreto su identidad. Él aceptó un empleo doméstico de su padre (quien no lo reconoció), y vivió en un cuarto pequeño debajo de la escalera de la casa de su familia. Así vivió durante diecisiete años, tratando de servir a otros en el espíritu de Cristo. Cuando Alexis murió, su familia encontró su diario entre sus pocas posesiones, y entonces se dieron cuenta de quién era él realmente.
Waldesius se sintió muy conmovido por esta historia, la cuál provocó en su interior una crisis espiritual. Sintiendo su conciencia perturbada, Waldesius acudió a un sacerdote del lugar en busca de consejo. Allí se desahogó, y el sacerdote lo escuchó atentamente.
Luego de varias horas de un sincero intercambio de opiniones, el sacerdote tomó su Biblia y le leyó a Waldesius el capítulo 19 de Mateo acerca del joven rico. “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme” (Mateo 19.21).
Aquellas palabras resonaban en los oídos de Waldesius mientras se dirigía a su casa. Su riqueza dejó de ser una fuente de felicidad para él. De hecho, parecía como una cadena muy pesada alrededor de su cuello. En un momento de gozo y alegría espiritual, Waldesius decidió de pronto liberarse de las pesadas cadenas de la riqueza. ¡Ahora sería un discípulo de Cristo! ¡Disfrutaría los deleites del tesoro celestial!
Primeramente, Waldesius usó una parte de sus riquezas para patrocinar la traducción de algunas partes del Nuevo Testamento a la lengua vernácula que se hablaba en Lyón. Luego, armado de las escrituras, les dio todos sus bienes restantes a los necesitados.
“Ciudadanos y amigos”, le decía Waldesius a la gente de Lyón mientras les daba sus bienes, “yo no estoy loco, como ustedes pudieran creer. Sólo me estoy librando de las cosas que me oprimían. Ya que ellas me convirtieron en un amante del dinero más que en un amante de Dios. Esto que ahora estoy haciendo lo hago por mí y por ustedes: por mí, para que si alguna vez vuelvo a poseer algo, ustedes me llamen tonto; por ustedes, a fin de que ustedes también sean guiados a depositar su esperanza en Dios y no en las riquezas”.
Waldesius recorrió toda la ciudad de Lyón, predicando a todos el evangelio sencillo del reino. Su honestidad y su ejemplo de fe tocaron muchas vidas. Pronto un grupo pequeño de creyentes con la misma visión se congregó con él. Ellos se llamaron a sí mismos los “Pobres en Espíritu”. Su deseo fue tomar cada aspecto de las enseñanzas de Jesús de forma literal y con seriedad. Ellos decidieron probar el gozo del discipulado verdadero y absoluto. El reino de Dios había llegado a Lyón… ¡y estaba trastornando la ciudad!
Waldesius y sus discípulos no tuvieron ningún deseo o visión de fundar una nueva iglesia. De hecho, ellos no tuvieron ningún deseo de ni siquiera retar o atacar a la Iglesia Católica. Ellos simplemente quisieron vivir un cristianismo auténtico dentro del redil de la Iglesia Católica y compartir su gozo con otros. Ellos no enseñaron ninguna doctrina nueva, sino que sencillamente predicaron el mismo mensaje que Jesús había predicado. Si bien algunas personas ricas y algunos intelectuales se unieron a los “Pobres en Espíritu”, sus miembros provenían mayormente de entre los pobres.
Los Pobres en Espíritu fácilmente habrían podido convertirse en una sociedad espiritual dentro de la Iglesia Católica si no hubiera sido por un par de sus convicciones. En primer lugar, ellos no solicitaron el permiso de la Iglesia para hacer lo que estaban haciendo. En segundo lugar, ellos no tenían intención alguna de permanecer en el aislamiento monástico. Su deseo era seguir siendo ciudadanos de Lyón, llevando su mensaje a las iglesias, a las plazas públicas y a los mercados.
Uno de los primeros discípulos de Waldesius escribió:
“La decisión que hemos tomado es la siguiente: mantener hasta la muerte la fe en Dios y en los sacramentos de la Iglesia. (…) Hemos decidido predicar con toda libertad, conforme a la gracia que hemos recibido de parte de Dios. Esto no lo dejaremos de hacer bajo ningún concepto”.
Restarle importancia a las doctrinas de la Iglesia o retar su autoridad no se les ocurrió a los Pobres en Espíritu. De hecho, ellos más bien alentaban a sus oyentes a que asistieran a la iglesia más fielmente. ¿Cómo podría oponerse la Iglesia a lo que ellos estaban haciendo?
Sin embargo, poco después, Waldesius y los Pobres en Espíritu se dieron cuenta de su ingenuidad espiritual.
La Iglesia Católica no reparó en el estilo de vida de los Pobres en Espíritu. La Iglesia consideró que ellos simplemente estaban siguiendo el camino de los “perfectos”. Era algo bueno, pero no necesario. Y la Iglesia tampoco reparó en sus doctrinas, porque apenas si las tenían.
Sin embargo, el arzobispo no estaba tranquilo con el hecho de que los Pobres en Espíritu, quienes no tenían preparación en ninguna universidad y no habían sido ordenados por la Iglesia, estuvieran predicando en las calles. Desde la época de Constantino, la Iglesia había tratado de mantener el monopolio de las predicaciones. Como vimos anteriormente, una de las características del híbrido fue su creencia de que sólo las personas autorizadas por la Iglesia institucional podían predicar el evangelio con toda seguridad. De manera que el arzobispo le ordenó a Waldesius que se presentara ante él, y luego les exigió a él y a los Pobres en Espíritu que dejaran de predicar. Reprimiendo severamente a Waldesius, el arzobispo le dijo que la predicación era cuestión únicamente del clero.
Ahora estaban en juego la vida espiritual de miles de personas. Waldesius pudo haber jugado el papel de un buen católico y haber dicho: “Sí, Vuestra Santidad, lo que usted mande”. Él y los Pobres en Espíritu pudieron haber continuado viviendo el estilo de vida del reino bajo la autoridad de la Iglesia, y sin duda ellos hubieran continuado atrayendo a nuevos discípulos. Sin embargo, Waldesius no estuvo de acuerdo en dejar de predicar. En su lugar, para la conmoción total del arzobispo, Waldesius lo miró fijamente a los ojos y sin temor le dijo: “Por el contrario, predicar pertenece a todos lo que eligen vivir verdaderamente como los apóstoles de Jesús”.
No hace falta decir que Waldesius había provocado la ira del arzobispo y se había colocado a sí mismo en una posición muy peligrosa. Pero él todavía tenía una confianza ingenua en la Iglesia Católica. En aquel tiempo estaba por celebrarse el Tercer Concilio de Letrán en Roma. De modo que Waldesius y algunos de los Pobres en Espíritu viajaron a Roma para presentarle su caso al Papa en persona. El Papa los recibió cordialmente y les expresó su aprobación por su traducción de la escritura. Al Papa incluso le gustó su visión. Sin embargo, les dijo que cualquier decisión sobre las predicaciones debería ser tomada por el obispo de su lugar.
Uno de los delegados en el Concilio, llamado Walter Map, decidió que él averiguaría cuán capacitados estaban estos Pobres en Espíritu como para predicar a los demás. Map, quien era un monje altanero procedente de Inglaterra, llamó a los Pobres en Espíritu para que se presentaran ante él y ante un grupo de otros delegados. Entonces les preguntó:
—Díganme, ¿creen ustedes en Dios el Padre?
—Sí —respondieron los Pobres en Espíritu.
—¿Y en el Hijo?
—Sí.
—¿Y en el Espíritu Santo?
—Sí.
—¿Y en la Madre de Cristo?
—Sí.
Al escuchar esta última respuesta, los delegados del Concilio soltaron las carcajadas. Waldesius y los otros quedaron desconcertados pues no sabían qué habían dicho mal. Ante un coro de burla, los Pobres en Espíritu fueron despedidos del Concilio. El monje Walter Map reportó: “Esta última respuesta provocó carcajadas de burla y ellos se retiraron, confundidos. Y con razón, porque ellos no tenían a nadie que los guiara. ¡Y aun así estas mismas personas esperan guiar a otros!”
¿Qué habían hecho ellos incorrectamente? Cientos de años atrás, el Concilio de Éfeso le había dado a María el título de “Madre de Dios”. Por tanto, al decir ellos que creían en la “Madre de Cristo”, demostraban que no estaban preparados teológicamente. Pero las escrituras nunca se refieren a María como la Madre de Dios, y los Pobres en Espíritu eran gente de las escrituras. Lo único que ellos conocían era el evangelio sencillo del reino… y eso era todo lo que ellos necesitaban saber.
Cuando Waldesius y sus hermanos cristianos regresaron a Lyón, continuaron predicando públicamente como lo habían hecho anteriormente. Incluso, se esforzaron por explicarles a las autoridades de la Iglesia local que ellos no eran herejes con algún tipo de doctrina nueva. Waldesius hasta aceptó firmar una declaración de adhesión a la fe católica que le había sido presentada por un representante papal. De hecho, Waldesius sólo plasmó una notación escrita a mano en la declaración de fe papal. Su nota afirmaba que su llamado a una vida de pobreza llegó como un acto de obediencia a Jesucristo, no como un acto de “perfección” en nombre de la Iglesia.
Sin embargo, las autoridades de la Iglesia una vez más les ordenaron a Waldesius y a los Pobres en Espíritu que comparecieran ante ellos. Y el clero nuevamente les ordenó firmemente que no predicaran más.
En respuesta a esto, Waldesius citó de memoria las palabras de Pedro a las autoridades: “Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído”.
Los miembros del clero se pusieron furiosos e hicieron que las autoridades civiles desterraran permanentemente de Lyón a Waldesius y a los Pobres en Espíritu. Sin embargo, esto no desalentó el celo de estos predicadores del reino en lo más mínimo. Al igual que los apóstoles, ellos se regocijaron de ser perseguidos en el nombre de Cristo. Por tanto, ahora viajaban por todo el sur de Francia, predicando el evangelio del reino en las calles y en los mercados. También escribían folletos y organizaban debates públicos. Y todavía hablaban en bien de la Iglesia Católica.
BENDICIONES
FUENTE: www.laiglesiaprimitiva.com
Tomado del Libro: EL REINO QUE TRASTORNÓ EL MUNDO de David Bercot.
No hay comentarios:
Publicar un comentario