Supongamos por unos momentos que si una guerra reuniera todos los criterios mencionados anteriormente, de verdad sería justa a los ojos de Dios. En ese caso, la siguiente pregunta tendría que ser:
“¿Quién decide si una guerra reúne estos criterios?” ¿La Iglesia? ¿El individuo cristiano? ¿El estado?
Agustín responde que el estado es quien determina esto. Por tanto, ¿cómo saben los individuos cristianos si la guerra en que están participando es realmente justa o no? La respuesta es, ¡ellos no pueden saberlo!
Agustín reconocía esto:
“No hay poder sino de parte de Dios, quien ordena y permite. Por lo tanto, un hombre piadoso puede servir bajo un rey impío. Lo que es más, él puede cumplir con el deber que le corresponde según su posición en el estado al luchar bajo la orden de su soberano. Pues en algunos casos es claramente la voluntad de Dios que él debe pelear. Pero, en otros casos, puede que no sea tan evidente, debido a que puede ser una orden injusta de parte del rey. Sin embargo, el soldado es inocente, porque su posición hace que la obediencia sea un deber”.
En fin, hasta la doctrina de la “guerra justa” es una farsa. Se espera que el individuo cristiano obedezca incluso las órdenes injustas de su rey, y que sea inocente al hacerlo. Tal como Agustín reconocía, una persona no puede concederle lealtad total a dos reyes, un rey terrenal y un rey celestial. Por tanto, su solución era que mientras estemos aquí en la tierra, el rey terrenal debe recibir nuestra lealtad absoluta.
Las únicas excepciones serían si el rey nos ordena adorar falsos dioses o nos ordena creer falsas doctrinas no aprobadas por la Iglesia.
Sin embargo, la solución de Agustín es totalmente inaceptable para Cristo. Él no nos permite que le concedamos una lealtad superior a ninguna otra persona o poder. Si un rey terrenal nos da una orden que viola las enseñanzas de Jesús, es al rey terrenal a quien tenemos que desobedecer, no a nuestro Rey celestial.
El híbrido constantiniano trata de eximir a los cristianos de cualquier responsabilidad individual para con Cristo. El híbrido plantea que la Iglesia decide lo que debemos creer y practicar. Y mientras obedezcamos a la Iglesia estamos libres de cualquier culpa en lo espiritual. Asimismo, el híbrido dice que el gobernante secular decide cuándo es correcto matar, torturar, desterrar o saquear a los demás.
Mientras estemos obedeciendo a nuestro gobierno, seremos inocentes delante de Cristo en lo secular. Y desde entonces, cientos de miles de cristianos han matado a su prójimo, y aun a sus hermanos en Cristo, sin sentir ninguna responsabilidad moral por hacerlo. Ellos sólo estaban obedeciendo órdenes.
De hecho, la mayoría de los gobiernos “cristianos” han exigido que sus soldados obedezcan todas las órdenes de los oficiales superiores, sin reparar en ninguna preocupación que se tenga sobre la integridad moral de la orden. Por ejemplo, la Rusia cristiana bajo el zarismo exigía lo siguiente de sus soldados:
Artículo 87. Cumplir de manera exacta una orden recibida de un oficial superior, sin considerar si la misma es buena o no, o si es posible o no cumplirla. El oficial superior es responsable por las consecuencias de la orden que él da.
Artículo 88. El subordinado no debe nunca negarse a cumplir las órdenes de un oficial superior, excepto cuando él vea claramente que al cumplir la orden del oficial superior, él viola…
Teniendo en cuenta que estos artículos fueron impuestos por la Rusia cristiana, podríamos esperar que el artículo 88 concluya diciendo: “excepto cuando él vea claramente que al cumplir la orden del oficial superior, él viola los mandamientos de Cristo”. Sin embargo, eso no era lo que decía este artículo. En su lugar, decía: “excepto (…) él viola su juramento de fidelidad y lealtad al Zar”.
El United States Code of Military Justice (“Código de Justicia Militar de los Estados Unidos”) exige esencialmente la misma obediencia de sus soldados.
Éste les exige a los soldados obedecer todas las órdenes de sus oficiales superiores a menos que éstas sean “contrarias a la Constitución, a las leyes de los Estados Unidos, o a las leyes legítimas superiores”.
Pero, ¿es semejante código de conducta aceptable a Cristo con relación a sus ciudadanos? No, ni en lo más mínimo. Él dejó bien claro que nuestra obediencia absoluta le pertenece a él. Él es nuestro Rey personal. No importa lo que otras autoridades (eclesiásticas, seculares o militares) puedan decir en contra.
Lo que ellas digan es irrelevante, en tanto que nuestro Rey ya haya hablado sobre el asunto. Todos compareceremos ante el trono del Juicio individualmente, no de forma colectiva.
La anulación de la responsabilidad personal
Durante la vida de Agustín, un líder cristiano de Gran Bretaña llamado Pelagio viajó a través de todo el mundo romano con su predicación en contra de la falta de disciplina de aquel tiempo. Él, con razón, insistió en nuestra responsabilidad personal ante Cristo. Sin embargo, él o tal vez sus seguidores se fueron un poco al extremo. Aparentemente ellos dijeron que nosotros los humanos podemos andar perfectamente en los mandamientos de Jesús sin necesidad de la gracia.
Tal posición era contraria al cristianismo histórico, el cual enseñaba que sin la gracia de Dios, nadie sería salvo al final. Al mismo tiempo, los cristianos siempre habían enseñado que nosotros, también, jugamos un papel en nuestra salvación.
Tenemos que estar dispuestos a renunciar al mundo y crucificar diariamente nuestra propia carne y sus deseos. La salvación es un asunto que implica el trabajo conjunto de Dios y el hombre, porque Dios desea que así sea.
Sin embargo, como era su costumbre, Agustín se fue al extremo opuesto para enfrentar a los partidarios de Pelagio. Agustín aseguró que nosotros los humanos no tenemos poder en absoluto para obedecer a Cristo.
Que nosotros ni siquiera tenemos suficiente libre albedrío como para escoger obedecerle. Mejor dicho, en realidad no jugamos ningún papel en nuestra salvación. Agustín afirmó que nuestra condición humana es lo que es porque, antes de que fuera creado el universo, Dios decidió arbitrariamente quiénes serían salvos eternamente y quiénes serían condenados eternamente. No hay nada que podamos hacer para cambiar el destino que él ya decretó para nosotros antes que naciéramos.
¡Pero eso anula totalmente todo el sentido general del evangelio de Jesús! Si lo que Agustín enseñaba era cierto ¿cuál sería el propósito de Dios al darnos el Sermón del Monte? ¿Cuál sería su propósito al advertirnos que debemos edificar nuestra casa sobre la roca por medio de obedecer sus enseñanzas? Si lo que Agustín decía era cierto, ¡no tendríamos poder en absoluto para obedecer sus enseñanzas! Es decir, no podríamos hacer ninguna de las cosas que él nos pide. ¿Por qué nos exhortaría él a edificar sobre la roca si dicha decisión ya hubiera sido tomada por Dios antes de que naciéramos?
¿Por qué nos habría advertido Jesús que “el que persevere hasta el fin” será salvo, si no hay nada que podamos hacer para perseverar? ¿Cuál fue el propósito de su parábola de separar las ovejas de los machos cabríos si tal separación hubiera sido hecha antes que Jesús viniera a la tierra? ¿Por qué denunció Jesús a los escribas y fariseos si sus actos ya habían sido predestinados por Dios? ¿Sobre qué base eran culpables los fariseos si ellos sencillamente estaban siguiendo el guión que Dios había escrito para ellos? ¿Cuál fue el propósito de todas las otras advertencias a través de todo el Nuevo Testamento? ¿Para qué predicar el evangelio si nuestra predicación no puede cambiar nada con respecto al destino eterno de alguien?
Con su práctica de irse al extremo opuesto para ganar un argumento, Agustín inventó un sistema absurdo que fácilmente debe ser desenmascarado por cualquier estudiante de la Biblia. El evangelio del reino no se establece sobre la base de pasajes de la escritura seleccionados cuidadosamente para apoyar una postura. Tampoco se hace a un lado todo lo demás que enseña el Nuevo Testamento.
Pero así fue como Agustín creó su propio sistema especial, seleccionando a su antojo pasajes específicos. En cambio, el evangelio del reino acepta el Nuevo Testamento en su totalidad. En el reino nunca se interpreta una parte de la Biblia de manera que anule las enseñanzas de Jesús.
La verdad del asunto es que el mismo Agustín no creyó su propia doctrina. Si él hubiera creído en ella, no se habría molestado en contestarles a los seguidores de Pelagio. Porque si la doctrina de Agustín era cierta, ¿qué importaba lo que enseñaran los seguidores de Pelagio? Nadie podría resultar dañado por su doctrina. No se vería afectada la relación de nadie con Dios. Por otra parte, ¿por qué sostenía Agustín que los herejes y los cismáticos debían ser perseguidos? Sus errores no podrían dañar a nadie. Nadie perdería la salvación por causa de ellos, ya que la salvación de todas las personas ya había sido determinada antes de la creación del universo.
En resumen, bajo el evangelio del reino, el Nuevo Testamento es un libro abierto que un cristiano inculto puede leer y obedecer de forma muy literal. Sin embargo, bajo Agustín y la teología del híbrido constantiniano, el Nuevo Testamento se convirtió en un libro atestado de minas terrestres, que sólo las mentes entrenadas teológicamente podían identificar y evitar.
BENDICIONES
FUENTE: www.laiglesiaprimitiva.com
Tomado del Libro: EL REINO QUE TRASTORNÓ EL MUNDO de David Bercot.
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