sábado, 22 de octubre de 2011

¿QUE GANO LA REFORMA?


¿Qué había ganado la Reforma suiza? A decir verdad, en los cantones reformados, la reforma había limpiado a las iglesias de la gran mayoría de las añadiduras de Roma a la escritura: 

La adoración a María, las imágenes, los santos, los papas y cardenales, las peregrinaciones y otras añadiduras no bíblicas. Y eso fue maravilloso. Sin embargo, Zwinglio, Farel y Calvino no hicieron nada por extender las enseñanzas del reino de Jesús.

De hecho, la teología reformada era en algunos aspectos más opuesta al evangelio del reino que la teología de Roma. Como ya hemos analizado, Roma había relegado las enseñanzas del reino de Jesús al ámbito del “perfeccionismo”. Si un cristiano quería dar el paso extra de alcanzar la perfección cristiana, debía vivir estas enseñanzas. En cambio, Calvino convirtió en algo totalmente irrelevante las enseñanzas de Cristo sobre el reino.

Bajo la doctrina calvinista de la predestinación, no importa si una persona vive las enseñanzas de Jesús o no. Pues absolutamente nada de lo que la persona haga puede afectar el destino que Dios ya ha determinado para él. Lo que es más, Calvino, al igual que Agustín, negaba específicamente que Jesús hubiera introducido alguna moral nueva o enseñanzas nuevas sobre el estilo de vida más allá del Antiguo Testamento. Al escribir en contra de los cristianos del reino de su tiempo, Calvino dijo:

El único subterfugio que queda (…) es afirmar que nuestro Señor requiere una mayor perfección en la iglesia cristiana de la que él requirió del pueblo judío. Ahora bien, esto es cierto en lo que respecta a las ceremonias. Pero que hay una norma de vida distinta con relación a la ley moral (…) que la que tuvo el pueblo de Dios en la antigüedad… esto es una opinión falsa. (…)

Por tanto, mantengamos esta posición: que con relación a la verdadera justicia espiritual, o sea, con relación a un hombre fiel que anda con buena conciencia, e íntegro delante de Dios tanto en su ocupación como en todas sus obras, existe una guía completa y clara en la ley de Moisés, a la cual sencillamente debemos aferrarnos si deseamos seguir el sendero correcto. Así que, cualquiera que añada o quite algo de la misma excede los límites. Por tanto, nuestra posición es clara e infalible.

Adoramos al mismo Dios que adoraron los padres de la antigüedad. Tenemos la misma ley y norma que ellos tuvieron, la cual nos muestra cómo dominarnos a nosotros mismos a fin de andar correctamente delante de Dios. De lo cual se deduce que una ocupación que fue considerada santa y lícita en aquel entonces, no puede prohibirse a los cristianos hoy.

Al igual que los católicos romanos, Calvino enseñaba que la Iglesia y el gobierno civil son simplemente partes gemelas del reino de Dios. De modo que era el deber del estado establecer la fe verdadera, proteger a la Iglesia y obligar a los ciudadanos del estado a conformar sus vidas a la ley moral del Antiguo Testamento. Esto se declaró expresamente en la Segunda Confesión Helvética (Suiza) de 1566:

Realmente enseñamos que el cuidado de la religión pertenece especialmente al santo magistrado. Por tanto, permitámosle sostener la palabra de Dios en sus manos, y que tenga cuidado de que no se enseñe nada contrario a ella. Asimismo, permitámosle gobernar a la gente confiada a él por Dios con buenas leyes establecidas conforme a la palabra de Dios, y permitámosle también mantenerlas en disciplina, deber y obediencia. Permitámosle ejercer juicio juzgando correctamente. Permitámosle que no respete la persona de ningún hombre y que no acepte sobornos. Permitámosle proteger a las viudas, a los huérfanos y a los afligidos. Permitámosle castigar e incluso desterrar a los criminales, impostores y bárbaros. Porque no en vano lleva la espada (Romanos 13.4).

Por tanto, permitámosle desenvainar esta espada de Dios contra todos los malhechores, los sediciosos, los ladrones, los asesinos, los opresores, los blasfemadores, los perjuradores y contra todos los que Dios le ha encomendado castigar e incluso ejecutar. Permitámosle reprimir a los herejes rebeldes (quienes son verdaderamente herejes), quienes no dejan de blasfemar la majestad de Dios ni de perturbar y hasta destruir la Iglesia de Dios.

Y si es necesario preservar la seguridad de la gente por medio de la guerra, permitámosle librar guerra en el nombre de Dios; con tal que él primero haya buscado la paz por todos los medios posibles, y no pueda salvar a su gente de otra forma que no sea por medio de la guerra. Y cuando el magistrado hace estas cosas en fe, él sirve a Dios mediante las mismas obras que son realmente buenas, y recibe una bendición del Señor.

Cuando algunos cristianos cuestionaron a Calvino sobre si era o no correcto que un cristiano hiciera uso de la espada en calidad de magistrado, Calvino contestó: 

“Pregunto, si este llamamiento a cumplir el oficio de la espada o del poder temporal es repugnante para la vocación de los creyentes, ¿cómo es posible que los jueces en el Antiguo Testamento, especialmente los buenos reyes como David, Ezequías y Josías, y hasta algunos profetas como Daniel, hicieran uso de ella?”

Es decir, en la mente de Calvino, con la llegada del cristianismo no había cambiado nada. Todo, excepto la teología y las ordenanzas, era igual que lo que había sido en Israel. Al igual que Josías y Ezequías, los cristianos debían tratar de ocupar el cargo de magistrado de manera que pudieran proteger la verdadera religión con todos los poderes de la autoridad civil, incluyendo la espada.
Sin embargo, Jesús había dicho específicamente que sus discípulos no pelearon para protegerlo a él por la sencilla razón de que su reino no era “de este mundo”. 

De modo que al decir que los cristianos debían hacer uso de la espada para defenderse a sí mismos y a su Iglesia, Calvino estaba reconociendo que el reino que él buscaba proteger era de este mundo. Su Nueva Sion era un reino de este mundo, al igual que todos los reinos terrenales.



BENDICIONES

FUENTE: www.laiglesiaprimitiva.com
Tomado del Libro: EL REINO QUE TRASTORNÓ EL MUNDO de David Bercot.
 

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