viernes, 14 de octubre de 2011

LA RELACIÓN CON NUESTRO REY



En los próximos escritos, estaremos debatiendo cómo una persona entra en el reino de Dios. Pero antes de hacer eso, es importante comprender que la esencia del evangelio del reino es la relación. A decir verdad, hay doctrinas teológicas necesarias, pero la teología no es la esencia del evangelio ni tampoco la esencia del cristianismo.

Cuando nos hacemos ciudadanos del reino, nosotros entramos en una relación perpetua con nuestro Rey. Pero esta relación es muy diferente al tipo de relación de la cual se habla en el evangelio moderno y fácil de hoy día. El propio Jesús explicó el tipo de relación que él desea: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí” (Juan 15.1–4).

¿Qué quiere decir Jesús cuando se refiere a que llevemos fruto? A continuación notemos algunos ejemplos de cómo se usa este término en el Nuevo Testamento:

Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu (Gálatas 5.22–25).

Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento (…). 

Todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa en el fuego (Lucas 3.8–9).

Y el que da semilla al que siembra, y pan al que come, proveerá y multiplicará vuestra sementera, y aumentará los frutos de vuestra justicia, para que estéis enriquecidos en todo para toda liberalidad (2 Corintios 9.10–11).

Y esto pido en oración, que vuestro amor abunde aun más y más en ciencia y en todo conocimiento, para que aprobéis lo mejor, a fin de que seáis sinceros e irreprensibles para el día de Cristo, llenos de frutos de justicia que son por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios (Filipenses 1.9–11).

Estos son los “frutos de justicia” que crecerán en nosotros cuando permanecemos unidos a la vid de Jesús. Estos frutos encajan perfectamente en los valores del reino de los cuales hemos estado hablando. Pero este fruto no crece automáticamente. 

Tenemos que permanecer en Cristo y dejar que su Padre nos pode. Tenemos que continuar nuestro andar en el Espíritu Santo. Si no damos fruto, el Padre nos quitará de la vid. Es por ello que la ciudadanía en el reino se basa en la relación. Dicha relación depende de que permanezcamos en Cristo y nos rindamos a él y a su Padre.

Pero, ¿cómo permanecemos en Cristo? Jesús nos dijo muy claramente: “Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor” (Juan 15.10). 

Por tanto, permanecemos en Jesucristo, no por medio de cantar sus alabanzas, sino por medio de obedecerlo. ¿Y qué pasa si decidimos no obedecerlo? Él nos dice de manera muy franca: “El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden” (Juan 15.6).

De modo que nuestra relación con Jesús no es simplemente cualquier relación, real o imaginaria. Es una relación de amor obediente. En realidad, la frase “relación de amor obediente” es redundante, porque es imposible amar a Jesús sin obedecerlo. Podemos declarar públicamente cuánto lo amamos, pero, sin obediencia, son sólo palabras huecas. Por cuanto él mismo dijo: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él” (Juan 14.21). Así que, si no obedecemos a Jesús no lo amamos. Así de simple. (¡Él lo dijo, no yo!)



BENDICIONES

FUENTE: www.laiglesiaprimitiva.com
Tomado del Libro: EL REINO QUE TRASTORNÓ EL MUNDO de David Bercot.
 

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