martes, 25 de octubre de 2011

LOS ANABAPTISTAS Y EL NUEVO NACIMIENTO


Ni Lutero, ni Zwinglio, ni Calvino ni los católicos romanos pusieron mucho énfasis en el nuevo nacimiento. En sus sistemas, el nuevo nacimiento era simplemente parte de todo el proceso mecánico. Pero para los anabaptistas esto era muy diferente. 

Una persona tenía que comenzar con el nuevo nacimiento, incluyendo un compromiso personal con el reino de Cristo. No se trataba simplemente de creer en Jesús como el Salvador de uno. Él también tenía que ser el Señor de uno. Y esto no simplemente en el plano teológico, sino que tenía que verse reflejado en la vida real de la persona. Así como lo expresó un anabaptista:

Ahora bien, tal vez algunos respondan: 

“Nuestra creencia es que Cristo es el Hijo de Dios, que su palabra es verdad y que él nos compró con su sangre y su verdad. Fuimos regenerados en el bautismo y recibimos el Espíritu Santo; por tanto, somos la verdadera iglesia y congregación de Cristo.” 

A los tales respondemos: 

“Si su fe es como ustedes dicen, ¿por qué no hacen lo que él les ha mandado en su palabra?” Su mandamiento es: “Arrepiéntanse y guarden los mandamientos”. (…) Fiel lector, piense que si esto le hubiera pasado a usted así como usted dice, (…) usted tendría que reconocer, además, que el nacimiento antes mencionado y el Espíritu recibido están totalmente sin efecto, sabiduría, poder y fruto en usted; sí, vanos y muertos. Que usted no vive ni por el Espíritu ni en el poder del nuevo nacimiento.

El mismo escritor describió el tipo de fe que el evangelio del reino demanda: 

“La verdadera fe evangélica no puede estar inactiva. Sino que viste al desnudo. Da de comer al hambriento. Consuela al afligido. Protege al desamparado. Sirve a los que le hacen mal. Venda al que está herido. Se ha hecho de todo a todos los hombres.”

Como expresaba otro líder anabaptista: 

“Ningún hombre puede conocer verdaderamente a Cristo a menos que le siga en vida”.

Como dice Pablo: “Porque el reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder” (1 Corintios 4.20). La esencia del reino no está en palabras (la teología), sino en poder. 

Y en ese pasaje Pablo no se estaba refiriendo al poder para hacer milagros. Los milagros son como las palabras. Ellos pueden ser parte del reino, pero no son la esencia del reino. Ellos no son nada por sí solos. Jesús sabía que nuestra inclinación sería la de seguir los milagros; por tanto, nos advirtió de antemano: “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7.22–23).

Si Jesús nunca conoció a estos hacedores de milagros, eso significa que ellos nunca ni siquiera estuvieron en su vid. Ellos vivieron toda su vida cristiana en un mundo de fantasía, profetizando y echando fuera demonios en el nombre de Jesús. Ellos creyeron que tenían poder, pero cualquiera que fuera el poder que ellos tenían no venía de parte de él. 

¿Cuál era su problema? ¿Era que ellos confiaban en sus propias obras? No, Jesús dijo que su problema era que ellos eran “hacedores de maldad”. Su reino tiene leyes, y si no obedecemos sus leyes, somos hacedores de maldad.

Este es el punto principal que los anabaptistas querían dejar claro a sus oyentes. No importa cuánta teología hayas comprendido correctamente. Y no importa los pasos formales que hayas dado para nacer de nuevo. Si no estás viviendo bajo el poder del Espíritu Santo, todo es inútil. Nunca estuviste en la vid de Jesús, o has sido cortado de ella. Alguien que está creciendo en la vid de Jesús no es un hacedor de maldad. Él no vive en desobediencia a las leyes de Cristo.



BENDICIONES

FUENTE: www.laiglesiaprimitiva.com
Tomado del Libro: EL REINO QUE TRASTORNÓ EL MUNDO de David Bercot.

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