martes, 11 de octubre de 2011

LAS ENSEÑANZAS DE JESÚS Y LAS GUERRAS

¿Qué tal de la guerra?

 

Es importante que comprendamos que las instrucciones de Jesús sobre la no resistencia tienen sentido sólo para los que han aceptado sus otras enseñanzas, tales como: “Cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14.33). 

Cuando hemos renunciado a todo, queda muy poco por que pelear, ¿verdad? Incluso cuando se trata de nuestra propia vida, Jesús nos dijo: “El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará” (Mateo 10.39).

Jesús le dijo a Pilato: “Si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían” (Juan 18.36). De esto se deduce, pues, que si tenemos un reino que puede ser defendido mediante la lucha física, nuestro reino es del mundo, ¿verdad? No importa si se trata de bienes personales, una casa o una nación, la situación es la misma. Si tenemos intereses o parte en este mundo, sin duda nos veremos tentados a luchar para protegerlos. Cuando tratamos de reconciliar las enseñanzas de Jesús con el apego a las posesiones, al poder terrenal o al orgullo nacional, nos damos cuenta de que es imposible. Estamos intentando reconciliar dos cosas que son fundamentalmente irreconciliables.

El autor cristiano del siglo diecinueve Adin Ballou escribió la siguiente obra satírica para demostrar lo absurdo de tratar de reconciliar los mandamientos del reino de Jesús con las leyes militares de los gobiernos humanos:

Jesucristo me prohíbe resistir a los que son malos y a tomar de ellos ojo por ojo, diente por diente, sangre por sangre y vida por vida.

Mi gobierno demanda de mí todo lo contrario, y basa un sistema de autodefensa en la horca, el mosquete y la espada, para ser usado contra sus enemigos nacionales y extranjeros. Por lo tanto, la tierra se llena de horcas, prisiones, arsenales, barcos de guerra y soldados.

En el mantenimiento y uso de estos caros aparatos para asesinar, nosotros podemos ejercitar al máximo y de forma muy conveniente las virtudes de perdonar a los que nos ofenden, amar a nuestros enemigos, bendecir a los que nos maldicen y hacer el bien a los que nos aborrecen. Para esto, contamos con una sucesión de pastores cristianos que oran por nosotros y suplican la bendición del cielo sobre la santa obra de masacrar.

Yo comprendo todo esto, y continúo practicando la religión y siendo parte del gobierno, y me enorgullezco de ser al mismo tiempo un cristiano piadoso y un buen siervo del gobierno. Yo no quiero estar de acuerdo con esas opiniones disparatadas de la no resistencia. No puedo renunciar a mi autoridad y dejar solamente a hombres inmorales al frente del gobierno.

La constitución dice que el gobierno tiene el derecho a declarar la guerra. Yo consiento en esto y lo apoyo, y juro que siempre lo apoyaré. Y por eso no dejo de ser cristiano. La guerra también es un deber cristiano. ¿Acaso no es un deber cristiano matar a cientos de miles de semejantes, ultrajar a mujeres, asolar y quemar a ciudades, y practicar toda crueldad posible? Es hora de rechazar todos esos falsos sentimentalismos. Esa es la verdadera manera de perdonar las ofensas y de amar a nuestros enemigos. Siempre y cuando lo hagamos en el espíritu de amor, nada puede ser más cristiano que dicha matanza.

En el capítulo anterior, vimos que los llamados cristianos creyentes de la Biblia tienen un mayor índice de divorcios que el del mundo. Las pautas son las mismas cuando se trata de la no resistencia. Los cristianos “creyentes de la Biblia” son en realidad más militantes que el mundo cuando se trata de resistir al malo con la fuerza. Actualmente, cuando el gobierno de los Estados Unidos considera ir a la guerra, son los “cristianos creyentes de la Biblia” los que, sin excepción y de manera firme, están más a favor de una acción militar.

Mientras me encontraba escribiendo este libro, el gobierno de los Estados Unidos entró en guerra con Irak para sacar del poder a su dictador, Saddam Hussein. Inmediatamente, las iglesias comenzaron a colocar banderas norteamericanas en los jardines de las capillas. Los carteles de las iglesias mostraban lemas tales como: “Dios bendiga a los Estados Unidos” y “Oremos por nuestras tropas”. Sin embargo, ni siquiera vi un solo cartel que dijera: 

“Oremos por el pueblo de Irak”. Aunque el propósito de la guerra era sacar a Hussein del poder, iba a ser la población iraquí, hombres, mujeres, niños e infantes, la que moriría en la invasión. No obstante, por lo visto, a ninguna iglesia se le ocurrió que oráramos por ellos.


 
BENDICIONES

FUENTE: www.laiglesiaprimitiva.com
Tomado del Libro: EL REINO QUE TRASTORNÓ EL MUNDO de David Bercot.

No hay comentarios:

Publicar un comentario