Él había visto suficiente del “cristianismo” en acción y no quería nada que ver con él. De manera que, aunque toleró a los cristianos, Juliano trató de revivir el paganismo clásico en el Imperio. Pero sus esfuerzos fracasaron.
Un año después de la muerte de Juliano, un cristiano “fiel” de la Iglesia llamado Valentiniano fue proclamado como el nuevo emperador. Como cristiano católico, Valentiniano vivió una vida casta, y promovió muchas leyes loables.
Por ejemplo, él estableció un médico público en cada uno de los catorce distritos de Roma para que cuidara de los pobres. Él permitió la libertad de religión para los paganos, los judíos y los cristianos de todos los credos. La vida bajo el gobierno de Valentiniano debió haber sido la era de oro que los cristianos estaban esperando. Sin embargo, no fue así.
Al igual que los emperadores cristianos que le precedieron, Valentiniano nunca vivió un solo día sin el temor de que alguien le asestara un golpe y le arrebatara su preciado trono. Por tanto, al igual que Constantino, él hizo uso de espías para tratar de detectar cualquier deslealtad, particularmente de aquellos que podían convertirse en adversarios potenciales.
Valentiniano medía la eficacia de sus gobernadores y magistrados de acuerdo a la cantidad de ejecuciones que estos llevaran a cabo en sus tribunales. Los espías y los enemigos políticos a menudo presentaban cargos infundados incluso contra ciudadanos respetables. Las confesiones que se obtenían por medio de las torturas crueles eran consideradas como evidencia sólida contra los acusados. Muchas familias ricas quedaron desamparadas y centenares de senadores, jefes y filósofos padecieron muertes ignominiosas en mazmorras malsanas y cámaras de tortura.
Los ciudadanos inocentes en todas partes vivían atemorizados de que alguien por cualquier razón los acusara de traición. Valentiniano adoptó la posición de que la sospecha equivalía a la prueba cuando se tratara de deslealtad a su mandato.
La ofensa más mínima o imaginaria podría resultar en la amputación de la lengua de un ciudadano o en que fuera arrojado vivo en la hoguera. Un historiador hizo la observación de que las palabras que más usó Valentiniano fueron: “decapítenlo”, “quémenlo vivo” y “golpéenlo con porras hasta que muera”.
Él podía observar tranquilamente a los ciudadanos torturados retorcerse en agonía y no sentir compasión por ellos en absoluto. Tampoco sintió que esto de alguna manera violara sus creencias cristianas.
Finalmente, el propio carácter descontrolado de Valentiniano significó su ruina. Uno de sus funcionarios había invitado a un rey bárbaro a un banquete, pero luego de forma traicionera lo asesinó en el mismo banquete. En respuesta a este acto, la tribu bárbara del rey asesinado tomó represalias contra los romanos, saqueando varias provincias romanas.
En lugar de disculparse por el asesinato y de obrar en aras de la reconciliación, Valentiniano dirigió a sus ejércitos romanos contra los bárbaros y obtuvo una venganza sangrienta. Cuando los embajadores de los bárbaros vinieron a la tienda de campaña de Valentiniano para pedir clemencia, Valentiniano se enfureció tanto con ellos que su rostro se tornó casi de color púrpura. Valentiniano les gritó a los mensajeros a más no poder. Sin embargo, debido a su furia, un vaso sanguíneo de su cerebro se rompió y murió instantáneamente.
BENDICIONES
FUENTE: www.laiglesiaprimitiva.com
Tomado del Libro: EL REINO QUE TRASTORNÓ EL MUNDO de David Bercot.
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