martes, 18 de octubre de 2011

INICIA LA CODICIA POR EL PODER EN LA IGLESIA

El lado oscuro del híbrido

 

Creo que Constantino verdaderamente quería mejorar la sociedad romana y prohibir las cosas que eran ofensivas para Dios. Sin embargo, él no era un cristiano nacido de nuevo. Él era un hombre “de este mundo”. Por lo tanto, la única manera que él conocía para lograr sus objetivos era por medio de los métodos del mundo, los cuales a menudo resultaron crueles y brutales. 

Por ejemplo, Constantino hizo que el acoso sexual y la seducción se convirtieran en delitos mucho más graves de lo que habían sido anteriormente. Eso fue bueno. Pero las penas que impuso a estos delitos fueron horribles: quemar viva a la persona acusada, hacer que las bestias salvajes la despedazaran en el anfiteatro, o derramar plomo fundido en su garganta.

Además, Constantino y sus funcionarios continuaron practicando rutinariamente las torturas, tal y como sus predecesores paganos lo habían hecho. De hecho, con el paso de los años, Constantino degeneró en un gobernante cruel y autocrático que derrochó los fondos públicos como un marinero embriagado. Para pagar sus muchos gastos, Constantino recargó a la gente con algunos de los impuestos más altos que el Imperio jamás había experimentado.


La codicia por el poder

 

Como ya hemos comentado, Jesús nos dijo que tenemos que renunciar a todo. Tenemos que renunciar a todas las cadenas que nos mantienen atados a la tierra. Tenemos que renunciar a todas las posesiones que nos hacen estar ansiosos, a cada tesoro por el cual nuestros corazones pudieran sentir afecto. Y el poder terrenal es igualmente una posesión como lo son el oro y la plata. 

Éste es tan embriagador como las riquezas, para no decir que es más. Una vez que las personas beben su primer trago de poder, por lo general desean más. Muy pronto, están dispuestas a hacer prácticamente cualquier cosa para mantener el poder que poseen. 

No sólo eso; de ser posible, tratan de incrementar su poder. Esa es una de las razones que explica por qué los cristianos de los primeros tres siglos exigían de los altos funcionarios del gobierno que renunciaran a sus cargos si deseaban convertirse en cristianos.

Constantino amó el poder terrenal y fue despiadado en su deseo de proteger su poder. Por ejemplo, él instituyó un sistema de espías a través de todo el Imperio para que lo mantuvieran al corriente de cualquier crítica, cualquier posible adversario y de cualquier preparativo para una rebelión. Si sus espías acusaban a alguien de deslealtad a Constantino, las autoridades tomaban al acusado y lo llevaban a la fuerza a Milán o Constantinopla para que enfrentara los cargos. Si no había suficiente evidencia en su contra, los carceleros torturaban al acusado hasta que confesara su “crimen”. El hecho de que el acusado fuera cristiano no cambiaba para nada la situación.

Como ya he mencionado, Constantino y su cuñado Licinio habían proclamado en conjunto el Edicto de Milán en el año 313. Constantino gobernaba el Imperio Romano Occidental y Licinio gobernaba el Oriental. Pero Constantino realmente no deseaba un Imperio dividido. Su ambición era gobernar todo el Imperio Romano. Y Constantino temía que Licinio pudiera tener la misma ambición.

Por tanto, en el año 324, Constantino invadió el territorio gobernado por Licinio. Constantino justificó esto ante la Iglesia alegando que Licinio había comenzado a perseguir a los cristianos nuevamente.

A diferencia de todas las guerras romanas anteriores, en ésta guerra contra Licinio los soldados cristianos participaron en la propia matanza. 

Constantino les pidió a los obispos de la Iglesia que acompañaran a su ejército y oraran por ellos durante la batalla. Él también hizo que se construyera una cruz enorme como un estandarte de batalla, la cual sus soldados cargaron como un talismán que aseguraría la victoria.

Finalmente, las tropas de Constantino resultaron victoriosas y Constantino tomó prisionero a Licinio. Ahora él era el único gobernante del Imperio Romano. Y proclamó que Dios había obrado todo lo sucedido:

Sin duda, no se puede considerar arrogancia en alguien que haya recibido beneficios de Dios, que los reconozca en los términos más sublimes de alabanza. Yo mismo, pues, fui el instrumento cuyos servicios él escogió. Yo fui a quien él consideró apto para cumplir su voluntad. (…) Por medio de la ayuda del poder divino, yo eliminé y quité completamente toda forma de maldad que prevalecía. Esto fue hecho con la esperanza de que el género humano, el cual había sido iluminado por medio de mis esfuerzos, fuera restituido al debido cumplimiento de las santas leyes de Dios. Y también para que nuestra más bendita fe pudiera prosperar bajo la dirección de su mano todopoderosa.

Después de su victoria sobre Licinio, Constantino le hizo una promesa solemne a su hermana, Constancia, la esposa de Licinio. Le prometió que le permitiría a Licinio pasar el resto de su vida en paz y tranquilidad. Él incluso confirmó esta promesa con un juramento.
Sin embargo, en menos de un mes, Constantino mandó que ejecutaran a Licinio. Él no pudo permitirle vivir a ningún adversario potencial.

No obstante, ya había adversarios potenciales en todas partes. De manera que Constantino no se detuvo con Licinio. Muy pronto, Constantino asesinó a su propio hijo, Crispo. Posteriormente, asesinó a un sobrino que en su opinión podría desear su trono. Aparentemente, Constantino incluso asesinó a su segunda esposa, Fausta, temiendo que ella pudiera estar conspirando en su contra. Sin embargo, la Iglesia hizo de la vista gorda y evitó condenar a Constantino, o tan siquiera reprenderlo, por cualquiera de estos asesinatos.

En su lecho de muerte, Constantino legó el Imperio Romano a sus tres hijos sobrevivientes (Constancio, Constante y Constantino II) y a sus dos sobrinos mayores. "Los cinco eran cristianos". ¡Roma continuaría siendo un imperio cristiano! Sin embargo, esos cinco hombres, sin excepción, compartían la ambición de Constantino por el poder. De modo que al poco tiempo después de haber muerto Constantino, su hijo Constancio asesinó a los dos sobrinos que también habían de ser gobernantes, y masacró prácticamente a todos los varones por parte de su familia.

Con los dos sobrinos fuera de su camino, los tres hijos de Constantino se dividieron el Imperio entre ellos. ¡Sin duda, ahora podría haber paz, ya que estos hombres eran hermanos de sangre y cristianos! Pero el nuevo cristianismo no se comportó de ninguna manera como el auténtico cristianismo del reino. Ninguno de los tres hermanos estaba satisfecho con tener sólo la tercera parte del Imperio. 

Poco después, Constantino II invadió Italia para apoderarse de la parte del Imperio que había sido dada a su hermano Constante. Sin embargo, Constantino II murió en el intento. Esta situación dejó solamente a dos gobernantes de los cinco que había originalmente. Constante gobernó el Imperio Romano Occidental y Constancio gobernó el Oriental.

Pero ni siquiera esta sencilla división de poder duró mucho tiempo. Pronto, un general llamado Magnensio derrocó a Constante y se apoderó del Imperio Occidental. No obstante, él no estuvo satisfecho con solamente poseer el Imperio Occidental. Deseando dominar todo el Imperio, él y sus ejércitos atacaron a Constancio, el único hijo sobreviviente de Constantino. Esta vez, Magnensio fue derrotado y huyó a Gales. Esto dejó a Constancio como el único emperador.

Pero, ¿dónde estaba la era de oro que se suponía que el cristianismo traería al Imperio? Hubo más guerras civiles en los primeros cincuenta años del nuevo Imperio Romano “cristiano” que en los primeros doscientos años del Imperio Romano pagano. Los primeros emperadores paganos habían traído doscientos años de estabilidad, prosperidad y paz, la Pax Romana. Los primeros emperadores cristianos trajeron un período de guerras civiles interminables, impuestos agobiantes y la rápida decadencia del Imperio.


BENDICIONES

FUENTE: www.laiglesiaprimitiva.com
Tomado del Libro: EL REINO QUE TRASTORNÓ EL MUNDO de David Bercot.

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