No se trata solamente de otra ley mosaica
Sin embargo, cuando hablamos de los mandamientos de Jesús, por favor, no crea que acumulamos puntos por obedecer las enseñanzas de Jesús o que ganamos nuestra salvación al hacerlo. Como dije anteriormente, la única relación aceptable para él es una relación de amor. Tampoco se trata solamente de otra ley mosaica. Jesús no cumplió en sí mismo la ley sólo para luego darnos en su lugar otra larga lista de regulaciones similares.Jesús describió lo que es la vida cristiana cuando lo amamos: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11.28–30).
¿Pero cómo es eso posible? En otra parte, Jesús dijo que tenemos que abandonarlo todo por él. Y hasta dijo: “Y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará” (Mateo 10.38–39). Eso realmente no parece un yugo fácil.
Ah, ahora llegamos a la paradoja del reino. Cuando analizamos todo esto desde el punto de vista de la carne, las declaraciones de Jesús parecen contradictorias. Pero en el Espíritu Santo, sus declaraciones están completamente en armonía.
La vida del reino nunca fue diseñada para ser vivida en la carne. Dicha vida no es un nuevo Talmud. La vida del reino es para vivirla en el Espíritu Santo; es decir, gira en torno a una relación con Jesús. Y es sólo cuando enterramos nuestra vida en Jesucristo que su yugo puede ser fácil y su carga ligera. Su carga es ligera sólo cuando nos separamos de todos los enredos de esta vida y nos dedicamos al servicio devoto a nuestro Señor.
Es sólo cuando nuestros corazones están libres de las inquietudes y preocupaciones de la vida en este mundo que podemos decir con Juan: “Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (1 Juan 5.3). Sus mandamientos son fáciles cuando nuestro único reino es el reino de Dios y nuestras almas han dejado todo lo demás. En cambio, los mandamientos de Jesús son muy pesados y gravosos cuando queremos mantener nuestro apego a este mundo y a nuestras posesiones, poderes y libertades terrenales… y a la vez tratar de servir a Jesús.
Cómo entrar en el reino
Una persona no se hace ciudadano estadounidense simplemente al cruzar la frontera, legal o ilegalmente, de los Estados Unidos. Más bien, el gobierno de los Estados Unidos ha establecido un procedimiento que un inmigrante debe seguir para llegar a ser un ciudadano naturalizado. Básicamente, la persona tiene que haber cumplido los dieciocho años de edad, haber sido un residente legal de los Estados Unidos durante cinco años, ser de buena reputación moral, capaz de leer y escribir un inglés básico, y poseer un conocimiento básico de la historia y el gobierno de los Estados Unidos. Finalmente, el solicitante debe prestar el juramento de lealtad.
Asimismo, hay procedimientos o pasos que deben seguirse para que una persona pueda entrar en el reino de Dios. Para comenzar, las personas tienen que ser liberadas para que puedan entrar en el reino. Esto se debe a que todo el género humano es esclavo del pecado, de Satanás y de la muerte. Jesús murió en rescate para librarnos de esa esclavitud. Por medio de su muerte, él ató a Satanás y limpió a todos los creyentes por medio de su sangre. Una persona se beneficia de la sangre derramada por Jesús cuando sigue, por medio de la fe, los pasos establecidos en la escritura.
Jesús había instruido a sus apóstoles para que fueran capaces de ayudar a otras personas a entrar en el reino. Poco después que Jesús regresara al cielo, los apóstoles tuvieron la oportunidad de poner en práctica las instrucciones de Jesús. En el día de Pentecostés, el primer grupo de nuevos aspirantes entró en el reino. El capítulo 2 de Hechos describe cómo lo hicieron:
Al oír esto [la predicación de Pedro], se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare. Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación. Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas (Hechos 2.37–41).
Analicemos a continuación los pasos mediante los cuales los oyentes de Pedro entraron en el reino de Dios:
• Ellos escucharon el mensaje de Jesucristo y su reino, y lo creyeron. Y ésta no fue una convicción meramente superficial. Ellos “se compungieron de corazón”.
• Además, ellos se arrepintieron de su vida anterior. ¿Qué significa eso? El Diccionario STRONG de palabras griegas del Nuevo Testamento define la palabra arrepentirse como “pensar diferente, i.e. reconsiderar”. Por tanto, los oyentes de Pedro reconsideraron cómo deseaban vivir. Ellos decidieron vivir el resto de sus vidas como seguidores de Jesucristo.
• Ellos fueron bautizados en agua.
• Ellos recibieron el Espíritu Santo.
Después de haber dado estos pasos, ellos entraron en el reino de Dios.
Por favor, note que estas personas tuvieron que arrepentirse de sus pecados, pero no tuvieron que expiarlos. Jesús hace la expiación por nosotros. Nosotros no nos salvamos a nosotros mismos. Jesús es quien nos salva. Por favor, note además que los oyentes de Pedro no tuvieron que hacer nada para ganarse su salvación o para ganarse el reino de Dios. Ellos eran completamente indignos. Su salvación y su ciudadanía en el reino fueron obsequios gratuitos. Ellos fueron salvos por medio de la gracia, no por medio de su propia justicia.
Lo que hace el nuevo nacimiento
¿Qué pasó con la multitud que creyó y nació de nuevo el día de Pentecostés? Muchas cosas, ¡cosas maravillosas! Todos sus pecados pasados les fueron perdonados y lavados con la sangre de Jesús. Experimentaron un borrón y cuenta nueva delante de Dios. Además, nacieron de nuevo como nuevas criaturas. O sea, experimentaron una transformación espiritual sobrenatural. Pasaron a ser ciudadanos del reino de Dios. Y estos nuevos ciudadanos del reino se convirtieron en pámpanos de la vid de Jesús (véase Juan 15.5). Si ellos hubieran muerto en aquel preciso instante, habrían ido directo al paraíso.
Los dos aspectos de la salvación
Según el evangelio fácil de hoy, ahí terminaría el asunto. Según este evangelio popular, todo pecado que una persona haya cometido, más todo pecado que la persona cometerá en el futuro le es perdonado cuando él o ella nace de nuevo. Este evangelio popular declara que la salvación consta de un único paso, una vez para siempre. Una vez que las personas nacen de nuevo, sólo se puede hablar de su salvación en tiempo pasado.
Sin embargo, Jesús nunca dijo ninguna de estas cosas. El evangelio fácil no es el evangelio del reino. El evangelio del reino reconoce que hay tanto un aspecto pasado de nuestra salvación como un aspecto futuro. A menos que una persona comprenda estas dos fases, no podrá comprender nunca el evangelio del reino o la enseñanza del Nuevo Testamento sobre la salvación.
El Nuevo Testamento habla de la salvación en tiempo pasado. Por ejemplo, Romanos 8.24 dice: “Porque en esperanza fuimos salvos”.
Por tanto, cuando nacemos de nuevo, somos salvos. Esto quiere decir que hemos sido sacados del mundo. En ese preciso momento, entramos en el reino de Dios. En ese momento, nuestros nombres son inscritos en el libro de la vida. Al escribir a los filipenses, Pablo se refirió a sus colaboradores como aquellos “cuyos nombres están en el libro de la vida” (Filipenses 4.3).
Pero las escrituras también se refieren a un aspecto futuro de la salvación. Jesús dijo: “Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre; mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mateo 10.22). De manera que hay un aspecto futuro de la salvación. Tenemos que perseverar hasta el fin de nuestra vida para que nuestra salvación sea definitiva. Nuevamente, Jesús dejó esto bien claro en su ejemplo de la vid: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden. (…) Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará” (Juan 15.5–6, 2).
Este pasaje muestra los dos aspectos de la salvación: pasado y futuro. Sólo los que han nacido de nuevo, los que han sido salvos, pueden ser pámpanos en esta vid. Ese es el aspecto pasado de la salvación. Sin embargo, el hecho de ser pámpanos en la vid de Jesús no quiere decir que vayamos a permanecer en la vid. Si no mantenemos nuestra relación de amor obediente, Dios nos quitará de la vid. Es por eso que también debemos hablar del aspecto futuro de la salvación.
Debido a este aspecto futuro de la salvación, Jesús les dijo a los primeros cristianos de la iglesia primitiva en Sardis: “El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles” (Apocalipsis 3.5). Así que, sólo por el hecho de que nuestros nombres hayan sido inscritos en el libro de la vida al momento de nuestro nuevo nacimiento, no podemos dar por sentado que permanecerán allí. De hecho, según las palabras de Jesús a la iglesia primitiva en Sardis, parece que él iba a borrar la mayoría de sus nombres. Notemos lo que dice: “Pero tienes unas pocas personas en Sardis que no han manchado sus vestiduras; y andarán conmigo en vestiduras blancas, porque son dignas” (Apocalipsis 3.4).
Fue a causa de este aspecto futuro de la salvación que Jesús les dijo a los primeros cristianos en Tiatira:
“Pero lo que tenéis, retenedlo hasta que yo venga. Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones” (Apocalipsis 2.25–26). Y es también debido a este aspecto futuro de la salvación que las escrituras nos dicen:
• “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren” (1 Timoteo 4.16).
• “Si sufrimos, también reinaremos con él; si le negáremos, él también nos negará” (2 Timoteo 2.12).
• “Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero. Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado” (2 Pedro 2.20–21).
A veces nos expresamos mal
Me duele escuchar a cristianos del reino discutir sobre la salvación, sin reconocer que existen los aspectos pasado y futuro. He escuchado o leído intercambios entre cristianos del reino semejantes a “Cristiano # 1” y “Cristiano # 2”.
Cristiano # 1 es un cristiano del reino que ama a Jesús y vive según sus enseñanzas. Si embargo, él pertenece a una iglesia que enfatiza el aspecto futuro de la salvación. Igualmente, Cristiano # 2 también ama y obedece a Jesús, pero pertenece a una iglesia que enfatiza el aspecto pasado de la salvación.
Desafortunadamente, aunque ambas iglesias en realidad creen en ambos aspectos de la salvación, ninguna de las dos iglesias pone igual énfasis en los dos aspectos. A consecuencia, los miembros de las dos iglesias a menudo tienen intercambios similares al que les muestro a continuación:
Cristiano # 2: “Hermano, ¿es usted salvo?”
Cristiano # 1: “¿Cómo es eso de que si soy salvo? ¡Claro que no! Sería un atrevimiento decir que uno ya es salvo. Jesús tomará esa decisión cuando yo muera”.
Cristiano # 2: “Bueno, si todavía no sabe que ya ha sido salvo, será demasiado tarde cuando muera. Usted está apoyando un evangelio falso”.
Cristiano # 1: “¡No, usted es quien está apoyando un evangelio falso, un evangelio de presunción!”
Podría parecer que estos dos cristianos están a años luz de distancia el uno del otro en sus creencias. Y tal vez sea así. Pero a menudo sus creencias son muy similares. Si ellos verdaderamente son cristianos del reino, cada una de sus iglesias probablemente apoya tanto el aspecto pasado como el aspecto futuro de la salvación. Sin embargo, debido a que cada iglesia subraya más un aspecto de la salvación casi al punto de excluir el otro, sus miembros poseen una comprensión confusa de la salvación. Y por lo tanto ellos no pueden anunciar claramente el evangelio del reino, a pesar de que lo apoyan en sus corazones.
Preguntarle a alguien “¿Ha sido usted salvo?” es como preguntarle a una persona “¿Ha dejado usted de robarle a su patrón?” Un empleado honrado no puede contestar esa pregunta con un simple sí o no, ¿verdad? Él sólo puede frustrar esta pregunta engañosa respondiendo: “Yo nunca le he robado a mi patrón, por lo tanto no hay nada que dejar”.
La pregunta de la salvación es igual de engañosa, aunque no sea intencionalmente. Un simple sí o no, no será suficiente.
El que comprende el evangelio del reino debe contestar al engaño inherente de la pregunta de la siguiente manera: “Sí, soy salvo desde que nací de nuevo. Sin embargo, mi salvación final será determinada cuando yo haya perseverado hasta el fin.”
Antes de dejar este tema de la salvación, quiero agregar un comentario final sobre la seguridad.
Nosotros los cristianos del reino no vivimos en una constante angustia e inseguridad. No, vivimos en una anticipación gozosa de las promesas que Jesús ha hecho. Y sabemos que la gracia de Jesús nos capacitará para permanecer en la vid… mientras continuemos amándolo y obedeciéndolo. Sin embargo, al mismo tiempo, no debemos ser demasiado confiados o presumidos, ni tampoco debemos perder el temor de nuestro Señor. Sí, disfrutamos verdadera seguridad, pero es una seguridad condicional.
¿Salvación por medio de la teología?
Por favor, comprenda que para ser salva, una persona no tiene que ser capaz de expresar oralmente las varias cosas que hemos considerado en los dos últimos capítulos. Jesús no está tan interesado en lo que decimos. Ante todo, Él está interesado en lo que hacemos. Y esto lo dejó bien claro en una de sus parábolas: “Un hombre tenía dos hijos, y acercándose al primero, le dijo: Hijo, ve hoy a trabajar en mi viña. Respondiendo él, dijo: No quiero; pero después, arrepentido, fue. Y acercándose al otro, le dijo de la misma manera; y respondiendo él, dijo: Sí, señor, voy. Y no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre? Dijeron ellos: El primero” (Mateo 21.28–31). Es lo que hacemos, no lo que decimos.
Las enseñanzas de Jesús fueron diseñadas para ser comprendidas por la gente más sencilla. No se requiere de ninguna formación académica. Si una persona tiene que estudiar durante años para dominar nuestra teología o para que pueda enseñar a otros, algo anda bien mal. Ni Jesús ni sus apóstoles fundaron ningún seminario, porque no se requiere de ninguno para el evangelio del reino. Los cristianos del reino rara vez fundan seminarios. Y cuando lo hacen, siempre terminan perdiendo el evangelio del reino.
El evangelio del reino es tan sencillo, tan libre de la teología complicada, que durante los primeros trescientos años del cristianismo, la siguiente confesión de fe fue suficiente:
Creo en Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra; y en Jesucristo, su único Hijo, Señor nuestro; que fue concebido del Espíritu Santo, nació de la virgen María, padeció bajo el poder de Poncio Pilato; fue crucificado, muerto y sepultado; descendió a los infiernos [Hades]; al tercer día resucitó de entre los muertos; subió al cielo, y está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso; y desde allí vendrá para juzgar a los vivos y a los muertos. Creo en el Espíritu Santo, la santa iglesia universal, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección del cuerpo y la vida perdurable.***
Por lo general, esta sencilla confesión de fe se conoce como el Credo Apostólico. A decir verdad, los primeros cristianos tenían enseñanzas y opiniones que iban más allá de esta sencilla confesión de fe.
Pero esta era toda la teología que un cristiano tenía que creer. Si algunos cristianos querían profundizar más, podían hacerlo, siempre y cuando no se lo tomaran tan a pecho como para ir más allá de lo tradicionalmente aceptado.
Si el Credo Apostólico fue una teología adecuada para los primeros tres siglos del cristianismo, también lo fue para los siglos que siguieron. Y aún es una teología adecuada para nuestros días. La Iglesia institucional no llegó a una mejor comprensión de Cristo una vez que abandonó el evangelio del reino. Más bien, se ha alejado más y más del verdadero Cristo.
*** John H. Leith, ed., Creeds of the Churches (Atlanta: John Knox Press, 1973) 24–25.
BENDICIONES
FUENTE: www.laiglesiaprimitiva.com
Tomado del Libro: EL REINO QUE TRASTORNÓ EL MUNDO de David Bercot.
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