viernes, 7 de octubre de 2011

¿HAS HECHO YA EL COMPROMISO DEL REINO?


Cuando los extranjeros desean hacerse ciudadanos de los Estados Unidos de América, se les pide que presten el siguiente juramento:

Por este medio, declaro, bajo juramento, que renuncio y abjuro total y completamente toda lealtad y fidelidad a cualquier príncipe, potentado, estado o soberanía extranjera de quien o del cual hasta ahora haya sido súbdito o ciudadano; que apoyaré y defenderé la Constitución y las leyes de los Estados Unidos de América contra todos los enemigos, extranjeros y nacionales; que mantendré una verdadera fe y alianza a la misma; que portaré armas en nombre de los Estados Unidos cuando la ley lo requiera; que realizaré servicios no combatientes en las fuerzas armadas de los Estados Unidos cuando la ley lo requiera; que realizaré trabajos de importancia nacional cuando la ley lo requiera; y asumo este compromiso libremente sin ninguna reserva mental o propósito de evasión; por lo cual ayúdame Dios.

Los Estados Unidos, como la mayoría de los gobiernos, no les permite a los que desean hacerse ciudadanos mantenerse leales a su país de procedencia. Los ciudadanos naturalizados no pueden afirmar que su lealtad y fidelidad pertenecen a los Estados Unidos mientras guarden lealtad a algún gobierno extranjero. El gobierno no permite eso, sino que pide una lealtad completa de cualquiera que solicite la ciudadanía.

Asimismo, no debe extrañarnos que Jesús el Rey exija una lealtad similar de los que solicitan la ciudadanía en su reino. De hecho, él demanda un grado de lealtad aun mayor: “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí. (...) El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará. (…) El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama. (…) Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (Mateo 10.37–39; 12.30; Lucas 14.33).

Los Estados Unidos no les exige a las personas que renuncien a todo lo que tienen para adquirir la ciudadanía. Sin embargo, Jesús sí lo demanda de los ciudadanos de su reino. En su reino, no puede haber lealtades divididas. Jesús no se quedará relegado a un segundo plano por parte de nadie ni nada. Él exige todo o nada. 

Precisamente es por esa razón que Jesús nos dice que calculemos el costo antes de sumarnos a su reino. “Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla? No sea que después que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él, diciendo: Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar” (Lucas 14.28–30). Jesús no desea que comencemos algo que no vamos a terminar. “Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios (Lucas 9.62).

Si realmente entendemos el reino y comprendemos lo que significa, el mismo será más valioso para nosotros que cualquier otra cosa que poseemos. “Además, el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo. También el reino de los cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas, que habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró” (Mateo 13.44–46).

En realidad, en tiempos de guerra, hasta los gobiernos terrenales esperan que sus ciudadanos pongan primero la lealtad a su país antes que cualquier otra lealtad, incluyendo la lealtad a sus propias familias. En tiempos de guerra a veces sucede que los padres e hijos pelean en bandos contrarios, y los soldados matan a sus propios hermanos. De hecho, durante la guerra, los reinos terrenales esperan que sus ciudadanos den sus vidas, si es necesario, por el bien de su país. Cualquier gobierno verdadero espera este tipo de lealtad de sus ciudadanos.

Jesús no espera menos. ¿Por qué? Porque su reino es un reino verdadero. Y a diferencia de los reinos terrenales, el reino de Dios siempre está en guerra (véase Efesios 6.12). Jesús dijo: “No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa” (Mateo 10.34–36).

Jesús exige de sus ciudadanos el mismo nivel de lealtad, amor y entrega que los patriotas fervientes le dan a su país en tiempos de guerra, por no decir mayor. Ser un ciudadano del reino de Dios no es una diversión ni un juego; es algo serio. “El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará” (Juan 12.25).


BENDICIONES

FUENTE: www.laiglesiaprimitiva.com
Tomado del Libro: EL REINO QUE TRASTORNÓ EL MUNDO de David Bercot.

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